Jornada 7. De policías y militares (53)


-Nada del otro mundo. Un día me enteré que había una casa de citas que no tenía los papeles en regla; los dueños, por llamarles de alguna manera, obligaban a las chicas a prostituirse bajo falsas problemas de dinero, libertad, una vida mejor para ellas y sus familias… bueno, qué no sabrás. El caso es que no condono esas cosas. Sí, estoy a favor de la prostitución; qué diablos, ¿acaso los deportistas de élite no venden sus cuerpos para ganar dinero? Pues no sé porqué siempre se están metiendo con las pobres mujeres que han decidido libremente practicar esa profesión, que algunos lo agradecemos la verdad. La cuestión es que… la esclavitud… por ahí no paso. Así que cogí a Vázquez, Escobar y otros soldados de confianza y nos dimos un salto al lugar en cuestión para hablar con los dueños y hacerles entrar en razón.

-Espera un segundo –le interrumpió el policía- ¿Tú eras ese sargento que media dos metros y medio, unos brazos tan anchos como bolos y unos sirvientes que respiraban fuego? Joder… si se habló durante meses de ese caso en la comisaría. Unos soldados que habían arrasado un prostíbulo ilegal mandando al hospital a los dueños y liberando a las mujeres de su cautiverio… La verdad es que escuché de todo sobre ese caso. Algunos estaban de acuerdo con vuestras acciones, otros os consideraban terroristas, y, como era de esperar, estaban los que defendían a esos cabrones diciendo que las mujeres se lo habían buscado. Nadie quiso testificar y cuando los proxenetas estuvieron en píe salieron por patas… aterrorizados y sin querer prestar declaración.

¿Crees que no hice bien? –Preguntó el sargento que había comenzado a montar su arma con los ojos cerrados.

-Y yo qué sé –dijo Alex sin querer responder claramente- Si a ti te pareció lo correcto, pues mira… Nadie murió e hiciste un favor a esas mujeres, quién soy yo para decir si era lo que había que hacer o no.

No había acabado la frase cuando comenzaron a escuchar explosiones a lo lejos. El inconfundible ruido de disparos. Ambos se levantaron automáticamente como un resorte y se dirigieron a la ventana más cercana mientras apagaban cualquier foco de luz del interior para no dar a conocer su localización.

A lo lejos, en el castillo se veían destellos inequívocos de disparos acompañados del sonido de las armas. Algo estaba pasando. Y no era nada bueno.