Jornada 06. En la boca del lobo (10)


-Que seguro que tiene que ver con zombis –señaló Mara con un toque de rabia en su voz- y con la población de la isla.

-Por supuesto que no –respondió Roberts indignado- ¿Cómo puede pensar siquiera que mis superiores dejarían que se experimentara con civiles inocentes?

-Así que reconoce que están experimentando con civiles –señaló Mara sonriendo- Aunque no inocentes. ¿Qué hace que eso sea moralmente correcto?

-Yo no he dicho eso -respondió Roberts al ver el error que había cometido- Y aunque fuera así, son criminales, hipotéticamente hablando.

-Son personas vivas –se indignó Mara- Con derechos. Experimentar con ellos es… inhumano.

-Son asesinos, violadores, pederastas –señaló Roberts- Lo peor de lo peor de la sociedad. Que sirvan para algo además de para causar dolor.

-Y gays y presos políticos –respondió Mara- No se olvide de esas abominaciones de la naturaleza.

-Nadie les ha obligado a ir contra la naturaleza y las enseñanzas religiosas –se quejó Roberts- Deben pagar sus abominables actos.

-Así que enamorarse ahora es un pecado –señaló Mara- No sabía que en la Biblia prohibían amarse. Creía que era todo lo contrario.

-Hereje –espetó Roberts- No sé qué negocios tiene con el doctor pero su defensa de esa gente delata sus adhesiones.

Jornada 06. En la boca del lobo (9)


-Pues sí que debió ir mal la operación o lo que fuera que le hizo el buen doctor –dijo Roberts algo alarmado ante la frialdad de la respuesta de su captora.

-Si hubiera hecho sus deberes sabría el motivo –señaló Mara- O no. La gente tiene tendencia a creer al buen doctor, como usted le llama.

-¿Puedo sugerir que a lo mejor necesite ayuda psicológica? –dijo tímidamente Roberts- A lo mejor culpa al mundo por algo que no es tan grave.

-Creo que matar a Doc será una buena ayuda –respondió Mara, que seguía hablando casualmente con Roberts, era la mejor manera de pasar desapercibida y que cualquier espectador pudiera creer que estaban teniendo una conversación amistosa- Me ayudará a avanzar en mi vida.

-Y supongo que llevarlo ante los tribunales no es una opción –siguió hablando Roberts tratando de encontrar una salida no violenta a todo el asunto.

-No cuando los jueces están corrompidos –respondió amargamente Mara.

-Si el doctor es un militar o está implicado en un incidente militar le puedo asegurar que nuestros tribunales no son tan… bueno, ya me entiende.

-Sus superiores seguirían las órdenes que les marcaran –respondió Mara- Y las órdenes son que no se puede tocar al buen doctor. Tiene inmunidad para hacer lo que quiera. Dígame, ¿ha tratado con él? ¿Sabe lo que está haciendo a bordo?

-No he tratado con él demasiado realmente –respondió Roberts tratando de controlar la información que le daba a esa desconocida- Creo que está aquí dirigiendo y estudiando los resultados de algún experimento.

Jornada 06. En la boca del lobo (8)


-Sí, seguramente será él -respondió Mara ocultando su impaciencia-. ¿Me vas a acompañar o tengo que buscarlo yo sola por mi cuenta?

¿Yo? –Preguntó sorprendido el soldado- Podría indicarle dónde se encuentra y así hallarle usted sola, señora.

-Me temo que ahora no puedo dejarle ir soldado –respondió Mara sin mostrar ninguna traza de piedad-. Sabe que estoy a bordo.

-Pero yo no soy un soldado –se quejó su prisionero- soy abogado.

-Pero seguro que le han entrenado para matar –señaló Mara sin bajar la guardia- Combate cuerpo a cuerpo, con armas ligeras…

-Desde el campo de entrenamiento que no he tocado un arma –señaló el marinero- Y como puede observar no soy de los que hago precisamente ejercicio.

Efectivamente, por lo que Mara podía ver el marinero tenía una barriga nada oculta y no parecía precisamente un combatiente. Bueno, mejor para ella, pensó. Así no daría mucha guerra. Aunque no podía fiarse del físico.

-Me temo que no puedo dejarle suelto marinero –respondió Mara.

-Roberts, es Roberts, señora –le corrigió el marinero- Si me va a secuestrar al menos deje de llamarme soldado, marinero… o sabandija. Conozco a mucha gente que no le tiene aprecio a los abogados.

-No es culpa mía que sobrevivieran al apocalipsis porque sus amigos no-muertos no fueron a por ustedes por cortesía profesional.

-Sí, muy graciosa, es la primera vez que escucho ese comentario –señaló Roberts sin un ápice de gracia en su tono de voz.

-Muy bien Roberts, usted dirige –le indicó Mara- Lléveme hasta Doc y con suerte no le pasará nada. Le doy mi palabra.

-No es que nos conozcamos señora –señaló Roberts- Así que permítame que ponga en duda el valor de su palabra.

-Parece que no lee las noticias ni los boletines informativos –dijo Mara sonriendo e indicándole que comenzara a caminar.

-Estoy demasiado ocupado tratando de mantenerme vivo en este mundo abandonado de la mano de Dios –se quejó Roberts- Eso y tratando de conseguir que la Armada Estadounidense no cometa ilegalidades.

-Bueno, entonces no me presentaré –respondió Mara- Si es tan amable de acompañarme hasta dónde está su invitado.

-¿Puedo preguntarle qué clase de negocios tiene con el doctor ese? –Preguntó Roberts mientras comenzaba a andar algo nervioso- Por norma general los pacientes denuncian a los doctores por mala praxis.

-Sí, puede preguntar –respondió secamente Mara.

Los dos caminaron en silencio durante unos minutos.

-¿Y bien? –Preguntó Roberts- ¿Qué negocios tiene con el doctor?

-Algo sencillo y nada complicado–contestó Mara- Vengo a matarle.

Jornada 06. En la boca del lobo (7)


Salió al pasillo comprobando que estuviera vacío. Luego comenzó a andar con normalidad tratando de pensar dónde podría estar el buen doctor. No sabía si preguntar por él levantaría sospechas. O si le conocerían como doctor siquiera. Había mucha información que le faltaba, y eso en una misión de este tipo era muy peligroso. ¿Qué pasaría si preguntaba por el doctor? ¿Le dirían simplemente dónde estaba? ¿Le preguntarían para qué quería saberlo o simplemente le pegarían un tiro? Se cruzó con un par de marines que iban bromeando y que no le prestaron la menor atención. Respiró algo aliviada. Aunque no debía confiarse.

Si Doc estaba a bordo debía tener su camarote y si estaba como científico, dispondría de su propia zona de trabajo. Eso era obvio. ¿Estaría en una zona restringida? Eso sería un problema. Había conseguido lo más difícil, colarse a bordo sin ser vista. Pero ahora tenía que buscar una aguja en un pajar. Y no tenía ni idea de cómo buscarla. Comenzó a caminar sin un rumbo determinado mirando de vez en cuando por dónde iba, escuchando conversaciones y tratando de pasar desapercibida. Mientras caminaba trataba de recordar los planos del portaaviones. ¿Cómo podía encontrar a alguien en un sitio que medía más de 300 metros de largo y varios pisos de alto? A lo mejor realmente tendría que habérselo pensado mejor.

Durante un momento se despistó y cuando quiso darse cuenta había chocado contra alguien.

-Lo siento- dijo rápidamente tratando de salir del aprieto-. Iba algo despistada.

La víctima del choque la miró de arriba abajo y fue cuando se fijó en que no llevaba botas. Antes de que pudiera decir nada Mara había sacado el cuchillo y se lo había puesto en la barriga mirando a su alrededor esperando que nadie la hubiera visto.

-Lo siento- le dijo al soldado-. Me temo que estás en el sitio menos adecuado.

-¿Señora? –Preguntó el soldado confundido al ver el cuchillo- ¿Qué sucede?

-Estoy buscando a un doctor –dijo Mara esperando sacar algo positivo de esa situación.

-Puedo indicarle dónde está la enfermería –se ofreció el soldado-. Seguro que ahí pueden ayudarla.

-No estoy buscando ese tipo de doctor –dijo Mara susurrando al odio del soldado mientras se ponía a su espalda y le seguía amenazando con el cuchillo-. Es un tipo que no está aquí destinado, no es un soldado, a lo mejor ni siquiera se hace pasar por doctor.

-No la entiendo señora –dijo el soldado algo nervioso- ¿Un doctor que no es un doctor?

-Alguien que lleve a bordo poco tiempo –se explicó mejor Mara- que no sea un soldado, ni sea del ejército.

-Ah, él –dijo el soldado pareciendo saber a quién se refería.

Jornada 06. En la boca del lobo (6)


Mientras recuperaba el aliento y pensaba en su siguiente movimiento no pudo evitar seguir pensando en el tiempo que había perdido para buscar ¿justica? ¿venganza? en un mundo que la despreciaba y odiaba cortesía de Doc y sus amigos.

Debía conseguir un uniforme rápidamente o acabaría cruzándose con alguna patrulla y no sabría explicar el motivo por el que llevaba un traje submarino.

Trató de orientarse y descubrir dónde estaba exactamente. Recordaba que una de las tintorerías del portaaviones estaba cerca. Pero no sabía si tendría la suficiente suerte como para llegar hasta la misma y encontrar un traje de su talla… sin olvidar el pequeño detalle de que estuviera vacía claro. Aunque esperaba que lo estuviera. Era de noche, y víspera de festivo, así que esperaba que las cosas se hubieran relajado a bordo.

Después de unos largos minutos de caminar por los estrechos pasillos de metal sin encontrarse con nadie ni escuchar ruido de ser vivo o muerto alguno llegó a su destino. La tintorería estaba oscura y cerrada. Sacó unas ganzúas y se puso a trabajar con la cerradura. Unos segundos después conseguía girar el pomo de la puerta para, después de entrar, cerrarla a sus espaldas. Dejó pasar los minutos hasta que su vista se acostumbró a la oscuridad y pudo comenzar a caminar por el recinto. La parte interior más inmediata estaba formada por una pequeña zona de recepción y una barra. Detrás, una puerta llevaba al almacén trasero en el que se guardaban los trajes limpios. Comenzó a bajarlos de sus perchas y comprobar las tallas, era complicado en la oscuridad pero poco a poco conseguía ver más detalles.

Después de pasar más de una docena de trajes y descartarlos todos separó un par que prometían. Buscó durante unos minutos más, para ver si tenía más opciones. La mayoría eran trajes de campaña de los que llevaban a diario. Comenzó a probarse los que había escogido y al final tuvo que escoger piezas de diversos trajes. Unos pantalones por un lado, una camisa por otro… el problema serían las botas. Era lo único que no encontraría ahí, por eso había escogido unos pantalones que le estaban anchos al final de los mismos de manera que le taparan lo más posible los pies. Confiaba en que nadie bajara la mirada para comprobar si llevaba las botas.

Se levantó y paseó un rato por el pequeño recinto acomodándose a la nueva ropa. No se había quitado el traje de buzo completamente, nunca sabías cuándo podías necesitarlo y no era cuestión de tirarse al agua sin el mismo. Afortunadamente el traje no hacía ruidos raros al rozarse con la ropa militar y ésta era lo suficientemente amplia como para taparlo sin problemas.

La segunda fase se había cumplido. Ahora sólo quedaba averiguar dónde estaba Doc y encargarse de esa sabandija.

Jornada 06. En la boca del lobo (5)


Subió un momento a la superficie para comprobar visualmente dónde estaba. A lo lejos podía ver el portaaviones iluminado por sus luces de posición. Comprobó la brújula de su reloj submarino y tomó nota de la orientación del mismo. Miró a las estrellas. El cielo estaba cubierto, pero podía distinguir algunas de ellas. Debería hacerlo a la antigua usanza, a ojo. Volvió a sumergirse y sacó un mapa de la zona marina que estaba protegido por un plástico. Con anterioridad había apuntado la posición del portaaviones en el mismo, y dado que no preveía que éste se moviera seguramente seguiría ahí por muchas horas. Tendría que hacer los cambios de rumbo manualmente. Tardaría más, pero con la brújula y el mapa no sería un problema. Miró el reloj y apuntó mentalmente la hora que señalaba, en siete minutos cambiaría de rumbo.

Durante las siguientes horas Mara se fue guiando por su brújula y por el mapa. Lo único que le sacaba de la monotonía era algún grupo de peces noctámbulos que se iban marcando de vez en cuando en la máscara. Pero aparte de eso su viaje no se encontró con grandes problemas. A medida que se acercaba al portaaviones fue encontrando más contramedidas. Incluidas algunas redes situadas a distintas profundidades, por suerte el trasto diseñado por Gerald funcionaba bien y le ayudó a saltarse dichas protecciones. Las cosas parecían ir bien. Pero no podía dejar de pensar en lo que podía estar pasando en la isla. Tal vez si acababa con Doc lo que fuera que estuviera ocurriendo, si estaba ocurriendo, cesaría.

Y seguramente los niños buenos iban al cielo. A medida que tenía el casco más cerca se iba poniendo más nerviosa. Esperando que pasara algo que arruinara su misión. Pero cuando llegó al casco no había pasado nada. No había encontrado submarinistas armados que la detuvieran. Ni focos buscándola, ni balas… nada. Por ahora todo iba bien.

Metió la mayor parte del equipo en una bolsa submarina y la dejó caer al fondo. Durante unos segundos vio cómo la luz parpadeante que marcaba la posición de la bolsa iba descendiendo hasta desaparecer completamente. Tomó nota visualmente de a qué altura se encontraba del barco para poder recuperarla con posterioridad… o no. A partir de ahora la mayor parte del plan no estaba diseñado. Debía infiltrarse en un barco militar lleno de gente armada y poco amiga de compartir el espacio con extraños. Pero esperaba encontrar un uniforme o algo que le ayudara a pasar desapercibida.

Comenzó a subir por el casco del portaaviones mientras su cuerpo comenzaba a quejarse amargamente del ejercicio. Ya no tenía edad para eso. Se debía de haber pasado media vida buscando a Doc para ajustar cuentas. O tal vez más. Había perdido la cuenta. Pero definitivamente, ése no era modo de pasar una vida. Miró a su alrededor y cuando no vio a nadie subió hasta una de las cubiertas que había por debajo de la pista de despegue.

Jornada 06. En la boca del lobo (4)


Afortunadamente el mar estaba en calma así como el fondo marino. Lo cierto es que la única vida que podía observar era la que le iba marcando la pantalla de la máscara: grupos de peces iban y venían de un lado para otro pero se desviaban rápidamente cuando notaban su presencia. Cuando llevaba recorrido un tercio del camino las cosas comenzaron a ir mal, el dispositivo GPS se apagó. No es que dejara de funcionar, simplemente dejó de proporcionar información, ¿Cómo podía ser posible? No creía que fuera por perder la señal o estar fuera de la cobertura dado que los GPS’s decían que llegaban a todas partes, y no creía que estar bajo el mar fuera un problema, al menos para los submarinos no lo era. Pero sin embargo, y a pesar de que no podía hacer demasiado comprobó un par de veces el dispositivo, lo reseteo, lo trató de cambiar de satélites pero no hubo manera. Había perdido la señal que le indicaba en todo momento dónde estaba.

Mala señal, pensó Mara mientras pensaba qué hacer en el fondo del mar. Lo lógico hubiera sido volver, no tenía referencias claras para llegar a su destino, pero sin embargo… no podía perder esa oportunidad, ¿y si Doc se marchaba al día siguiente? Igualmente dudaba que la gente en el portaaviones estuviera tan relajaba siendo la víspera de Reyes, seguramente habría algún nostálgico por no poder estar con sus hijos celebrando esa festividad, alejados de casa… aunque los anglosajones no la celebraran como ellos no dejaba de ser período postnavideño. Era el momento idóneo, el momento en el que el GPS había decidido dejar de funcionar.

Fue cuando a Mara se le pasó por la cabeza otra idea, ¿y si no había sido casualidad? Recordaba que en otra ocasión ya había pasado otra cosa parecida, fallo completo de las comunicaciones… sabotajes… y, al fin y al cabo, los satélites GPS seguían siendo un proyecto militar así que no debería ser muy complicado oscurecer una zona si así lo deseaban. Pero, ¿con qué fin? No debía de ser para desorientarla, ¿para qué hacer eso? Si sabían que venía simplemente podían capturarla y ahorrarse esa medida que podía afectar a toda la zona… o tal vez… o tal vez el experimento de Doc había comenzado. Si los satélites fallaban seguramente también las comunicaciones, ¿dejar ciega a la isla? Tenía sentido, con el paso del tiempo la gente se había vuelto más dependienta de los dispositivos de posicionamiento y no salían a comprar el periódico sin un aparato que les indicara la mejor ruta.

¿Qué debía de estar pasando en la isla? ¿Estaría pasando algo o sería sólo su paranoia? Debía de dejar de pensar en esas cosas. Tenía otros problemas, como el tomar una decisión. Volver o quedarse.

Jornada 06. En la boca del lobo (3)


Iba descendiendo, tratando de mantenerse pegada al fondo marino. Afortunadamente para ella llevaba un equipo especial que le permitía ver los obstáculos delante de ella. Una especie de sonar.

Cuando comentó con Gerald el plan de asaltar el portaaviones, el informático había tratado de disuadirla de su idea. Era una locura, simple y llanamente. Y no le faltaba razón, la verdad. Pero Mara le hizo ver que era el lugar idóneo. Doc no podría escapar de ese portaaviones tan fácilmente como en tierra. Estaba atrapado.

A pesar de no gustarle la idea, Gerald accedió a ayudarla, no sólo facilitándole todo el material que necesitara sino también incluyendo algunos artilugios que harían morirse de envidia al mismísimo James Bond. Entre los cachivaches se encontraba una máscara de buceo que emitía información como si fuera una pantalla de ordenador, cosas como la temperatura, la mezcla, profundidad a la que estaba, coordenadas de posición… y como el mencionado sonar que le dibujaba los obstáculos que tenía delante. No tenía mucha distancia de cobertura, pero con aquella oscuridad por la que estaba rodeada cualquier ayuda visual era bienvenida.

Jornada 06. En la boca del lobo (2)


Respiró hondo de nuevo y se preparó mentalmente para lo que le esperaba. Oscuridad, eso era lo que le esperaba. El mar no tenía precisamente ningñun tipo de iluminación artificial, y ella no se podía permitir el lujo de llevar una lámpara. Sería lo mismo que llamar a Doc y avisarle de que iba a hacerle una visita. Tendría que guiarse con el GPS y rezar. No era precisamente una devota, y los años pasados al lado de Xavier no le habían pegado su fe. Pero qué demonios, tampoco podía hacerle mucho daño rezar y pedir un poco de ayuda a un supuesto ser superior. Si funcionaba, bien, y si no, pues en otra ocasión. Había escogido un punto de la costa solitario, pero desde el que podía ver su objetivo. No había apreciado mucha actividad durante el día y esperaba que por la noche ésta disminuyera más todavía. Y contaba con una ventaja más: el portaaviones no había venido con su dotación completa de tripulación. Al parecer habían perdido a muchos integrantes en unos incidentes antes de anclar en Mallorca… lo que parecía sospechoso la verdad.

Lo normal en casos como ese era volver a su base y re-abastecerse, conseguir una nueva tripulación, dar descanso a los supervivientes, tratarlos… pero sin embargo, ahí estaba, funcionando casi con una tripulación esqueleto. Con el mínimo imprescindible. Claro que tampoco era cuestión de darle demasiadas vueltas. A lo mejor era una señal de que todo iba a salir bien.

Se calzó las aletas, se puso los guantes y guardó el cuchillo en una funda de su muslo. Era una obra artesanal sin un gramo de metal en el mismo. Un obsequio de Gerald, una especie de regalo de… ¿despedida? No, mejor quitarse esos pensamientos tan negativos que no conducirían a nada. Comprobó el GPS, y la ruta que había introducido. Todo parecía correcto. Se puso en pie y comenzó a caminar por la solitaria cala en que se encontraba. En unos instantes se introdujo en el agua. Seguramente debía de estar helada, y más en aquella época del año. Afortunadamente para ella no lo notaría gracias a su traje de neopreno. Respiró el frío aire por última vez y comenzó a sumergirse.

Jornada 06. En la boca del lobo (1)


Mara observó cómo el sol se ponía en el horizonte descendiendo lentamente hasta ser tragado por el mar Mediterráneo. Por su cabeza pasó que se trataba de la calma antes de la tempestad. Su tarea no era sencilla, y menos a su edad. A pesar de cuidarse ya no era la jovencita que se había cruzado con Doc hacía ya un cuarto de siglo. Pensó en esos años… perdidos, ¿realmente valía la pena todo lo que había estado haciendo esos años? ¿Perseguir a ese loco y tratar de sabotear sus experimentos? ¿O se había convertido en una paródica versión femenina del Quijote español?

Respiró hondo mientras comprobaba una vez más el equipo de submarinista. No había sido complicado conseguirlo, incluso legalmente. Al fin y al cabo estaban en una isla, rodeados de agua, y era normal que hubiera gente que quisiera practicar el submarinismo con botella. Comprobó la mezcla de nuevo. Y la máscara, y la boquilla… Estaba nerviosa, si algo tenía claro es que su misión se podía calificar como suicida. Ya sólo llegar al portaaviones sería una tarea complicada. Con todas las contramedidas que esos barcos solían llevar cuando estaban anclados… y si conseguía llegar tendría que colarse sin ser descubierta, encontrar ropa para pasar desapercibida, y algún arma… y conseguir llegar hasta donde estuviera Doc. Todavía no tenía claro cómo lo haría para encontrarle. La mayor parte de su misión era pura teoría, había tantas cosas que podían salir mal que prefería no pensar demasiado a largo plazo. Tendría que ir improvisando la mayoría del plan. Y pensándolo fríamente, la parte sencilla sería llegar al portaaviones.

Esperaba que el no ir armada, ni con ninguna bomba y sin apenas metal pudiera engañar a los sensores pasivos y activos que había alrededor del enorme buque. Que la confundieran con algún grupo de peces o algo parecido. Además llevaba un traje que le permitiría esconder su señal de calor. Había tratado de pensar en todas las posibilidades y encontrar una contramedida. No nadar demasiado rápido, ni demasiado lento, hacer cambios de rumbo aleatorios tanto en tiempo como en lugar, no acercarse directamente. Pero la suerte al final sería una parte importante de su plan. Y eso no era algo que le gustara. Por ahora había tenido buenas y malas rachas. Sus cicatrices eran testigo de ello, y las de Doc. Unas veces le favorecía a ella y otras a él. ¿A quién favorecería esa noche? Mientras todo el mundo esperaba a los Reyes Magos ella usurparía esa labor colándose en un portaaviones para dejarle algo de metal a Doc… y si fuera en la cabeza mejor.