El primer día de vigilancia fue excitante. La adrenalina recorría el cuerpo de Mara, que estaba agazapada detrás de un árbol observando todo lo que ocurría a su alrededor, esperando que alguien viniera a investigar la desaparición del espía. Cada ruido hacía que la cabeza y la mirada de Mara buscaran su origen. Había que identificarlo y estar alerta, y estar en el linde del bosque no ayudaba precisamente a que no hubiera ruidos generados por la naturaleza. Mara aprendió que el viento era un juguetón muy hiperactivo.
El segundo día, ya con menos adrenalina y menos emoción, pasó más lentamente. Los ruidos se seguían produciendo, pero Mara había aprendido a identificarlos y descartarlos. Ahora el viento y los árboles ya no eran tan interesantes. Y los animales del bosque se escuchaban entre la espesura y las ramas de los árboles. Pero no había ni rastro de vida humana o no-humana. Nadie aparecía para poder ayudar a resolver el enigma del espía. Mara buscó con la mirada a sus compañeros que también se encontraban escondidos. Sólo se podían comunicar mediante señales por lo que las conversaciones eran breves y poco edificantes. Nadie había visto nada ni escuchado nada de interés. Había que seguir esperando.
El tercer día, Mara estaba cansada de esperar. La impaciencia se apoderaba de ella. Nadie aparecía ni nada pasaba fuera de lo normal. Lo cierto es que también sería extraño que pasara algo. Ahora que había pasado toda la excitación del momento y la adrenalina ya no le alimentaba el raciocinio tomaba el control. ¿Qué esperaba que ocurriera? ¿Qué un grupo de hombres de traje de negro aparecieran de la nada y revelaran en una conversación todo lo que estaba pasando? ¿Helicópteros silenciosos? ¿Alguien que pasara por ahí que perdiera un mapa donde indicara la localización de su base secreta? Ahora que tenía tiempo para pensarlo sabía que si alguien apareciera por ahí no lo haría inmediatamente. No sabía cómo lo sabía, pero lo intuía. Tardarían en darlo por perdido. No sabían cada cuánto se comunicaban, ni sus protocolos de seguridad. ¿Lo darían por muerto simplemente sin investigar? ¿Cuánto tiempo esperarían hasta suponer que algo le había pasado? ¿Un día? ¿Una semana? ¿Un mes? Todo esto era una conjetura y casi una pérdida de tiempo. Pero había que hacerlo. La gente necesitaba tener objetivos para seguir viva y tener esperanzas.
El cuarto día Mara se cansó de esperar. Indicó a sus compañeros que se acercaran. Lo hicieron de la manera más silenciosa y furtiva posible.
-Voy a investigar los otros sitios marcados en el mapa, vosotros os quedareis aquí unos días más. Y si no pasa nada nos reuniremos aquí -dijo señalando un lugar en el mapa-. Si no estoy cuando lleguéis y no aparezco en un día volved al castillo e informad de lo que sea que haya pasado.
Sus compañeros parecían sentirse incómodos con ese cambio de plan.
-Tranquilos, no me pasará nada. Y mientras recordéis vigilar la espalda del otro a vosotros tampoco os pasará nada.
-Pero, ¿quién vigilará tu espalda Mara? -preguntó uno de ellos.
-Tengo ojos en la nuca -respondió Mara-, ya deberíais saberlo. No me pasará nada. Soy una superviviente. Además, los zombies no quieren tener nada que ver conmigo. Soy material defectuoso. No tengo memoria, así que seguro que mi cerebro no será de su gusto.
Ambos compañeros suspiraron y asintieron.
-No mueras. Eres una de las pocas personas divertidas del grupo y contigo nos sentimos segura.
Mara sonrió.
-Sseguro que se lo decís a todas las chicas. Tranquilos. Nos volveremos a ver. No me pasará nada. Y espero por vuestro bien que a vosotros tampoco, u os buscaré para daros una lección.
Dicho lo cual, cogió su mochila y salió del bosque andando casualmente como si no tuviera negocios por la zona y sólo estuviera de paso.