Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (V) Por JD


Henry guiaba a su grupo pegados a una pared. Hacían de anzuelo de manera que los del otro equipo se fijaran en ellos y no en los dos grupos que iban por los flancos. Todos vigilaban las ventanas en busca de un signo hostil.

En un cruce, Henry se quedó en el centro del grupo mientras los demás tomaban cada uno un punto cardinal que vigilar. Se mantenían en silencio y sólo se comunicaban por señales. Estudió el mapa buscando posibles puntos para francotiradores y emboscadas; estaban a un par de edificios de uno que dominaba un amplio espacio. Ideal para francotiradores.

Mientras pensaba cómo acercarse escuchó el grito. Era un grito desgarrador, de los que al escucharlo te quitaba un poco de vida. Henry miró a sus compañeros que le devolvieron la mirada igual de confusos. También lo habían escuchado. Henry pulsó su walkie, “Alfa, Charlie, informad, cambio”.

-Alfa correcto.
-Charlie correcto.
Cambió el canal de su walkie, “Equipo dos, equipo uno completo, ¿situación?”

Al principio sólo le llegó estática, luego escuchó de fondo alguien gritando y pidiendo que todos se calmaran, “Equipo uno, Sarah no responde”.
Henry conocía a Sarah. Ejemplar madre de familia durante la semana, eficaz y demoledora francotiradora el fin de semana.
-¿Cuál era su posición? Cambio -preguntó sin perder más tiempo.
-Un edifico en la parrilla Bravo 3, cambio -Henry consultó el mapa y comprobó que era el edifico que le había llamado la situación.

-Estamos a un minuto, equipo uno en ruta -informó Henry mientras se ponía en marcha acompañado del resto y sabiendo que los demás no tardarían en presentarse.

Llegaron enseguida al edificio. Era un edifico de tres plantas. Lleno de ventanas. Comenzó a dar órdenes:
-Vosotros dos rastread la planta baja, vosotros la primera planta, yo la segunda, volvió a activar el walkie, bravo uno entrando.

Las escaleras estaban en un lateral y comenzaron a subirlas. Estaban vagamente iluminadas. La luz de las ventanas no llegaba hasta ahí y debían usar las linternas de sus armas. Henry no sabía lo que podrían encontrarse, pero el grito que había escuchado no parecía augurar nada bueno.

Se separó de sus compañeros en la primera planta y continuó subiendo, nada más llegar escuchó por el walkie cómo el resto de su equipo había llegado:
-Tres para la planta baja, tres para la primera, el resto reuníos conmigo en la segunda planta -ordenó.

No esperó a que los demás llegaran, y comenzó a buscar a Sarah. La planta estaba dividida en diversos despachos, en el centro podía ver una amplia zona que debía ser la recepción. Abrió las puertas con cuidado e iluminando los despachos que estaba a oscuras. No había encontrado nada.

Al pasar la zona de recepción comenzó a escuchar unos leves ruidos, como de ratas caminando… aunque sabía que Sarah no habría pegado ese grito por una rata. Por detrás escuchaba a sus compañeros que habían llegado a la segunda planta, también escuchaba cómo llamaban desde las plantas inferiores a su compañero sin aparente éxito.

Abrió una nueva puerta y entonces su corazón pareció detenerse. Durante un segundo una de las ventanas se había abierto completamente dejando pasar la luz e iluminando una escena aterradora. Dos personas sobre una tercera que parecía haber sido decapitada y que por las ropas parecía ser Sarah. Y todo el suelo lleno de sangre.

Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (IV) Por JD


Henry llegó a la hora indicada a la entrada del complejo industrial abandonado. Era un nuevo escenario para sus batallas de airsoft que habían contratado recientemente. El plan era simular una guerrilla urbana entre dos o más grupos, dependiendo de cómo quedaran cuando todos los demás llegaron.

Saludó a varios conocidos que habían llegado antes que él y ya se estaban equipando y comprobando sus armas. Era un grupo cohesionado que llevaba varios años jugando regularmente. El escenario de hoy era una serie de naves industriales abandonadas y que les habían alquilado por un precio razonable. Henry miró a su alrededor, “¿Alguien ha visto al guardia de seguridad? Me aseguraron que nos estaría esperando en la entrada”.

Carl, uno de los que habían llegado antes que Henry y que se estaba ajustando las rodilleras le respondió:
-No hemos visto a nadie, a lo mejor se ha puesto enfermo, no han encontrado un sustituto y se les ha olvidado avisarnos…

Henry se acercó a las puertas que les separaban del complejo industrial, las empujó levemente y comprobó que estaban abiertas. Extraño, pero a lo mejor Carl tenía razón y sabiendo que no habría nadie la habían dejado entornada para ellos.

Poco a poco fueron llegando el resto de los compañeros de combate hasta llegar a la treintena. El grupo había ido creciendo poco a poco, entre amigos, conocidos de los amigos, y demás. Henry se había permitido invitar a varios compañeros de trabajo. En su empresa existía la política de que todos trabajaban y no había superiores, había personal designado para controlar los grupos de trabajo, dado que eran necesarios para coordinar a la gente, pero aparte de tener más responsabilidades trabajaban codo a codo con los demás, comían juntos, y quedaban socialmente.

Cuando todos se habían pertrechado adecuadamente y comprobado que ninguna de las armas superaba los estándares habituales de velocidad de disparo se pusieron delante de un mapa aéreo del complejo para discutir cómo lo montarían. En un primer momento se tomó la decisión de dividirse en dos grupos, uno de ataque y otro de defensa, y se seleccionó el área de combate.

Sortearon los grupos y pusieron los relojes en hora, el grupo encargado de la defensa del área tendría media hora para prepararse. Asimismo el grupo atacante usaría ese tiempo para diseñar una táctica ganadora.

A Henry le tocó el equipo ofensivo y ser el jefe de su grupo. Sacó una segunda copia de la zona y se puso a hablar con sus compañeros de las tácticas a usar para ganar la partida. Decidieron dividirse en tres grupos de cinco y que cada uno atacaría por un flanco. La alarma del reloj de Henry sonó y miró a sus compañeros. Se dirigió a las puertas que se habían cerrado detrás del otro grupo y las abrió de par en par.

Comenzaba la cacería.

Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (III) Por JD


Henry se sentó encima de una mesa y se puso a observar más detenidamente los diseños. Desde siempre había tenido una especie de ¿don? que le permitía mirar un plano y decir si tenía algún error o no. Era algo extraño, dado que ni él mismo sabía cómo lo hacía, sólo tenía la sensación de que algo de lo que estaba viendo no encajaba. Su cerebro parecía saber qué era pero no podía explicárselo en aquel momento. Cogió una bolsa de patatillas y comenzó a comerlas de manera distraída mientras pasaba la mirada por los distintos diseños, estudiaba las cifras, y los dibujos. El proyecto trataba sobre un motor eléctrico que aprovechara al máximo la energía y además se cargara aprovechando la que producía por el movimiento del vehículo. Los japoneses habían anunciado que en una semana presentarían un prototipo funcional de dicho motor y Henry le había encargado a Ellen que le consiguiera los planos del proyecto.

No era la primera vez que le pedía algo así a su ayudante, que parecía tener amigos o conocidos que le podían conseguir dicha información. Por supuesto obtenerla era considerado espionaje industrial, pero estaba seguro que no había nadie libre de pecado. Además, su política era precisa en ese punto, mientras no te pillen no hay delito.

En un momento determinado su vista se fijó en unas cifras y una zona determinada del diseño, ahí parecía estar parte de la pieza del puzzle. Las cifras que daban no cuadraban con el diseño y los elementos empleados. Veía dónde estaba el problema. Y sonrió. El proyecto japonés funcionaría de cara a la presentación, pero no a largo plazo. Su sistema apenas conseguía aprovechar la mitad de la energía que el vehículo generaba.

Se levantó y se marchó a la reunión con los planos debajo del brazo. Sabía cómo solucionar el problema, cómo mejorar el diseño y quería tener un modelo funcional lo antes posible para probarlo.

Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (II) Por JD


Álgún tiempo atrás

Henry se encontraba en su despacho estudiando los últimos informes de los proyectos que estaban desarrollando. Desde luego no era una de las tareas que más le gustara, pero ser socio de la empresa le obligaba a ensuciarse las manos de vez en cuando con cifras y letras que para nada tenían que ver con lo que a él le gustaba.

Su ayudante entró en el despacho, antiguamente se habrían referido a ella como secretaria, pero hubiera sido un error, era cierto que ejercía tareas comunes, pero también era cierto que era una de las jefas de departamento que le ayudaba a estar al día en todo lo que pasaba; brillante, con algunas ideas interesantes, y que no se mordía la lengua diciendo lo que pensaba. Lo que en la sociedad en la que Henry vivía estaba mal visto, pero que él agradecía.

Le entregó un dispositivo de almacenamiento USB. “Ha costado, pero aquí tienes los diseños de los japoneses,” le dijo sonriendo.

Henry miró el dispositivo y lo conectó a su ordenador:
-Algún día debería preguntarte cómo lo consigues, pero entonces tendría que reconocer que me estás pasando datos obtenidos a través de espionaje informático industrial, y los dos estaríamos en un buen lío, así que… buen trabajo.

La pantalla se iluminó con una gran G en color blanco sobre fondo negro:
-Aunque tu amigo es un poco ostentoso -dijo señalando el anagrama. A continuación accedió a los datos, los imprimió en su impresora de gran tamaño y colgó los diseños en una pared.

Su ayudante no dijo nada, se apartó unos pasos y le dejó espacio para que estudiase los planos mientras paseaba la vista y el cuerpo de un lado para otro de la pared.

Henry se detuvo un instante y señaló los diseños mientras volvía la cabeza para hablar con ella: “Están mal.”

Ellen le miró con curiosidad, no era la primera vez que hacía algo por el estilo, mirar una cosa, superficialmente, y decir que algo no iba bien:
-Y supongo que no me podrás decir qué es lo que está mal.

Henry sonrió:
-Me temo que por ahora no, prepara una reunión para dentro de… -miró su reloj- dos horas con el equipo, y les informaré de lo que deben corregir y comenzar a producir.

-¿Dos horas? -dijo ella con tono sorprendido-, ¿te estás volviendo viejo?”

-No -respondió él-, es que quiero que tanto ellos como tú y yo podamos comer tranquilos y sin agobios, y si tienes tiempo confirma mi partida de airsoft para este fin de semana.

Ellen asintió y salió del despacho.

Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (I) Por JD


Interludio (En el presente)

Uno de los placeres de este nuevo mundo era el silencio. Nada de aviones, ni sirenas, ni obreros trabajando… Sentarse y simplemente disfrutar del momento, junto a una buena copa de whiskey con dos hielos, y, ocasionalmente, un puro.

Pero, como ocurre en las malas películas, ese placer siempre es interrumpido. En este caso por el teléfono. El cual no solía sonar, y cuando lo hacía, no era por una buena causa. Cogió el teléfono, miró la hora y la dijo en cuatro cifras, al otro lado del teléfono otra voz contestó en cuatro cifras dando el día y el mes.

-Gerald -dijo Henry desde la azotea de uno de los edificios de la base militar-, creía haberte dicho que no me volvieras a llamar, nuestra relación no funciona, debes de dejar de obsesionarte conmigo.

Notó en seguida el disgusto en la voz de Geral al otro lado de la línea telefónica:
-Y yo creyendo que después de haberte regalado un teléfono vía satélite para que pudieras llamar a las líneas calientes sin gasto habría conseguido hacer de ti algo parecido a un aborto de hombre.

Henry no pudo evitar reír ante la ocurrencia de Gerald, la verdad es que no hablaban a menudo, pero era un reto cuando lo hacían a ver quién decía la barbaridad más grande:
-Supongo que no me llamas para decirme que la guerra se ha acabado y que podemos volver a nuestras casas.

-Todo lo contrario, me temo -dijo Gerald con un tono de voz serio y algo apagado, lo cual no era muy habitual en él y hacía que las alarmas de Henry saltaran-. Es posible que tengamos un problema de seguridad.

-Cuéntame -dijo Henry adoptando el mismo tono serio-, ¿los zombies?

-No, peor -respondió Gerald-, los humanos.

A continuación pasó a relatarle lo que Doc le había contado, y las sospechas y amenazas que eso conllevaba.

-Avisaré a mi personal para que éstos informen a los grupos que estén por aquí cerca -dijo Henry-, aunque por lo que sé no se han encontrado con gente extraña, más bien los de siempre, merodeadores, asesinos, y los grupos de supervivientes independientes que creen que están mejor yendo de un lado para otro.

-De acuerdo -Gerald guardó un momento de silencio-, el grupo de Mara se ha quedado para investigar, cuando descubran algo supongo que nos lo harán saber enseguida.

-Supongo que se está cociendo algo -aventuró Henry-, ¿hemos de preparar la evacuación?

Notó las dudas de Gerald al otro lado del teléfono:
-El castillo está bien protegido y la zona vigilada, además hemos mantenido un perfil bajo, por ahora nos quedamos aquí, pero…

Jornada 3: “Vida y milagros de G,” el salvador del mundo (XIV) Por JD


El zombie golpeaba el cristal con las manos y la cabeza, intentando alcanzar a Gerald, que no parecía inmutarse. Mirar a esa cosa ¿viva?, ¿no-muerta? Resultaba fascinante. No se comportaba como la gente normal. No sostenía la mirada, ¿tenía mirada? No parecía seguirle de una forma normal… Y no parpadeaba… Fijó su mirada en su pecho, no parecía moverse, dando a entender que hinchaba los pulmones para respirar.

Gerald era un científico, pero en aquellos momentos… daría lo que fuera para tener los suficientes conocimientos como para poder estudiarlo. Era como un virus informático, cuando Gerald conseguía su código fuente lo estudiaba durante días, fascinado por la fantasía humana, por su capacidad de destrucción incluso en el medio cibernético, el modo en el que algunas personas se saltaban las protecciones para conseguir que sus virus funcionasen en algunos casos era… puro arte, una obra maestra.

-Doc -dijo Gerald dando la espalda al zombie-, tú eres un científico, ayúdanos a combatirles, ayúdanos a sobrevivir

Mientras salía satisfecho por su última frase pudo observar en el reflejo de uno de los cristales a Doc mirando fijamente al zombie… y sonriendo de una forma casi siniestra.

Jornada 3: “Vida y milagros de G,” el salvador del mundo (XIII) Por JD


Un día, más para escapar de sus “alumnos” que otra cosa, Gerald acabó en el laboratorio donde Doc parecía inmerso en la lectura de un libro, “¿Qué hay de nuevo, viejo?” -preguntó Gerald acercándose al cristal que le separaba de la cosa que había al otro lado, “¿Ya ha terminado su transformación?” Gerald prefería el término, zoombificación, pero a Doc parecía molestarle, y era mejor estar de buenas con el doctor, que nunca se sabía cuándo podría necesitarlo.

Doc no se levantó de su silla:
-Sí, ya no es un ser vivo, ¿estás contento? No entiendo porqué debemos dejarle vivir y no liberar su alma y matar a esa criatura del demonio.

Gerald alzó una ceja
-¿Ahora te has vuelto creyente Doc? Mira, ese ser… -y buscó la mejor palabra para definirlo, no era vivo, ni muerto, no era no-vivo, y no-muerto… no sabía quién había decidido llamarlos así, pero este tío no había muerto, había sido infectado según se decía, así que no era un no-muerto… Un fuerte ruido le cortó su línea de pensamiento, se giró instintivamente y vio al zombie pegado al cristal con la boca abierta e intentando morderle, la imagen hizo que involuntariamente diera un paso para atrás, con la mala fortuna de tropezar contra una silla y caer de culo al suelo.

Con el rabillo del ojo captó una breve sonrisa de Doc que desapareció inmediatamente. Gerald señaló al zombie sin levantarse:
-ESO es el enemigo Doc. Y debemos conocer a nuestro enemigo. ¿Qué les impulsa? ¿Qué comen? ¿Pueden sobrevivir sin aire? ¿Sin comida? ¿Les afecta lo mismo que a los humanos? ¿Venenos? ¿Gases letales? ¿Cómo nos localizan? ¿Nos ven? ¿Nos huelen? ¿Qué hacen con la comida? ¿Cómo nos pueden infectar con un mordisco? ¿Podemos contrarrestar la mordedura? ¿Cómo mueren exactamente? ¿Cortándoles la cabeza? ¿Volándoles el cerebro completamente sólo parcialmente? ¿Se regeneran? ¿Procrean?

Gerald hizo una pausa y se levantó mientras se acercaba al cristal y hacía contacto ocular con el zombie:
-¿Qué sabemos de esas cosas Doc? No sabemos nada, salvo que no les gustamos. Pero en ese caso, el sentimiento es mutuo. ¿Qué les impulsa? ¿Cuál es su origen? O descubrimos las respuestas o perderemos esta guerra, porque no se equivoque Doc, estamos en guerra.

-Un poco alarmista ese comentarios –dijo Doc casi sin mirarle-, no va con tu personalidad.

-Piensa lo que quieras, pero es la supervivencia de la raza humana lo que está en juego, el permanecer en lo alto de la cadena alimenticia y no desaparecer sustituidos por ese remedo de ser indefinible -replicó Gerald, más por llevar la contraria a Doc que otra cosa.

Jornada 3: “Vida y milagros de G,” el salvador del mundo (XII) Por JD


Doc miró alarmado a Gerald.
-¿Cómo? Lo que dices es inhumano. Ese pobre hombre tiene que dejar de sufrir. Es una crueldad dejar que pase por todo esto y… se convierta.

Gerald no pareció hacer caso a Doc y salió del laboratorio, demasiado para un día. Ya arreglaría el tema con Doc en algún otro momento. Quería revisar el resto de la base y comprobar que todo se correspondía con la información que él tenía. Pero antes… todos esos tiros le habían abierto el apetito y no había comido ni dormido desde que dejara el apartamento en la ciudad. Averiguó dónde estaba la cantina y se preparó algo para comer. Era lo que tenía ser soltero, que o aprendías a cocinar o te gastabas el dinero en comida precocinada que no sabías de dónde había salido ni con qué estaba hecha ni por qué manos había pasado.

Ni por un momento se le pasó por la cabeza preparar comida para sus compañeros, o si éstos sabrían cocinar. No era su problema.

Se dirigió a las dependencias que parecían ser del oficial superior, encargado de la base y se dirigió directamente al baño. Se dio una ducha, se metió en la cama y se puso a dormir tranquilamente.

Las horas se convirtieron días y estos en semanas. Gerald andaba ocupado sin un solo momento libre. Parecía que tenía que tomar todas las decisiones. Menos mal que no le pedían también que cocinara. Por lo visto habían tenido suerte, los demás, y uno de los supervivientes era cocinero. De hecho, y según le contaron, sin que él preguntara nada, la mitad del grupo se encontraba en el restaurante donde trabajaba el cocinero cuando comenzaron los disturbios de verdad en la ciudad; gente corriendo, comiéndose entre ellos, así que decidieron salir corriendo y, sin saber cómo, acabaron en la base donde se encontraron con Doc y otras pobres ovejas descarriadas.

El problema para Gerald era que tenía que supervisarlo todo. Había diseñado un plan de estudio para los supervivientes, uso del armamento de la base y ese tipo de cosas. Gracias a Dios que los militares tenían manuales de papel para esas cosas: configuración del sistema de alarmas del cuartel, supervivencia, primeros auxilios, y esas cosas que debían aprender en esta nueva sociedad. Doc se encargaba de dar las clases de primeros auxilios. Además, debían practicar un par de horas en las galerías de tiro, aprender a limpiar las armas, en fin… tantas cosas que Gerald no había tenido tiempo todavía para decidir su siguiente paso. Quedarse en la base no era una opción. Sería una diana permanente. Y no quería estar ahí cuando eso pasase.

Jornada 3: “Vida y milagros de G,” el salvador del mundo (XI) Por JD


-Por supuesto -respondió Gerald-, pero que estén muertos y se muevan no significa que la naturaleza no siga su curso, los zombies no son seres inmortales que si les dejas viven para siempre, su cuerpo sigue siendo… de carne y hueso, si le arrancas un brazo, no le crece otro, vale, no se muere desangrado ni nada por el estilo, lo cual no deja de ser una ventaja, pero aparte de eso…

-¿No sería mejor quemarlos? -preguntó otro.

-Claro, hombre –dijo Gerald algo molesto porque dudaran de sus consejos, parecían niños pequeños-, y de paso indicamos a 100 kilómetros a la redonda que estamos aquí y que por favor se pasen a visitarnos.

Gerald no dio tiempo a más preguntas, se alejó del grupo y volvió al laboratorio donde Doc parecía hacer inventario de lo que ahí había. Se acercó al paciente que estaba al otro lado del cristal y le señaló:
-¿Cómo está tu paciente, doc?

Doc miró los monitores para asegurarse:
-Sus signos vitales están cayendo poco a poco, al igual que su temperatura corporal; le he dado antibióticos pero no estoy seguro de lo que le está pasando.

-Se está convirtiendo -dijo Gerald-, las mordeduras de esas cosas son mortales, al menos por lo que sé, así que no esperes un milagro.

-A lo mejor tenías razón -dijo Doc algo alicaído-. lo mejor sería matarle.

-Me temo que perdiste esa oportunidad Doc, no vamos a matarlo –dijo Gerald sonriendo.

Jornada 3: “Vida y milagros de G,” el salvador del mundo (X) Por JD


Un instante el silencio sólo se rompía con el ruido de los zombies, su arrastrar de píes, sus gruñidos, el siguiente un

sonido atronador lo reemplazó. Gerald vio cómo comenzaban a caer trozos de zombies por todo el suelo. Se pisaban unos a otros, sin importarles que les estuvieran masacrando. Seguían avanzando inexorablemente hacia los tiradores, bueno, lo intentaban, pero se encontraban con una barrera de balas implacable que les destrozaba partes del cuerpo que se iban cayendo.

Era el primer tiroteo de Gerald. Y aparte del ruido, atenuado por los cascos que llevaban todos, parecía que la cosa funcionaba. En un par de minutos no parecían quedar zombies en píe e indicó a los hombres de las ametralladoras que dejaran de disparar, mientras analizaba lo que acaba de suceder e iba reflexionando sobre qué armas habían sido más útiles y cuáles menos; en aquel nuevo escenario, aprender todo lo posible podía acabar siendo la diferencia entre morir, seguir vivo o convertirte en uno de aquellos esperpentos.

Ahora era el turno de un toque personal. Indicó a dos hombres que le acompañaran:
-Disparad a todas las cabezas que veías, sólo a las cabezas, una bala, una cabeza, y cuidado que salpica –les dijo.

Metódicamente el trío recorrió el amasijo de trozos de carne y dispararon contra toda cabeza que vieron. Tardaron más de la cuenta, dado que a veces debían separar trozos acumulados de cuerpos, con cuidado para comprobar si había una cabeza escondida. Era una tarea realmente desagradable; Gerald parecía ensimismado en sus pensamientos y sus cálculos, pero sus dos acompañantes acabaron vomitando en un par de ocasiones, ya que a la escena en sí y la montonera de huesos, carne y casquería varia, había que juntar el ambiente opresor de aquel lugar cerrado y el fuerte olor que parecía dominarlo todo.

Cuando Gerald se dio por satisfecho se alejó unos metros de la ensalada de carne:
-Bueno, ahora haced limpieza, recoged los restos, guardadlos en bolsas y buscad algún sitio donde enterrarlos bien profundamente”.

Los otros se quedaron mirándole sorprendidos. Gerald suspiró, tenía que explicarlo todo:
-A ver, esos restos, si los dejamos aquí, al sol, comenzarán a pudrirse y a oler, y no queremos tener ese olor todo el día, ¿verdad? Y los de ahí dentro acabarán por formar un tufo realmente inaguantable.

Se miraron entre ellos indecisos:
-¿Pero no están ya muertos? Quiero decir, ¿seguro que se pudren? –dijo uno, interrumpiendo a Gerald en sus pensamientos, ensimismado como estaba en aquel momentos intentando recordar si a los zombies les había afectado el contraste lumínico quedándose deslumbrados o no.