-Lo siento señora, su marido era un gran hombre –dijo finalmente con la voz entrecortada, deteniendo el monólogo de la mujer que seguía hablando.
-¿Por qué cariño? –La mujer hizo una pausa- Ah, oh, no, mi marido no está muerto. Toquemos madera. ¿Pero cómo has podido pensar algo así? Si desde luego ya lo dice mi marido, que tienes demasiada imaginación y que a veces llegas a conclusiones precipitadas por culpa de eso. Tranquilo Alejandro, que mi marido sigue vivo y dando guerra.
Castillo recuperó el aliento justo a tiempo de darse cuenta de que había dejado de respirar al escuchar la noticia de la muerte del comisario. Mientras tanto la mujer seguía hablando.
-He hablado con él esta mañana y estaba bien –le aseguró la mujer- Siento que hayas entendido lo contrario. Cuando comenzó de nuevo toda esta pesadilla ordenó a varios de sus agentes que escoltaran a nuestros nietos a nuestra casa y los va relevando para que nos protejan de esos pobres muertos vivientes. De verdad, pobrecitos, no me puedo imaginar por lo que estarán pasando. Tener que comer cerebros para sobrevivir…
“Cuanto mal han hecho todos esos programas del corazón reconvertidos ahora a programas de entretenimiento con los zombies de protagonistas” –pensó Castillo al escuchar las palabras de aquella mujer que sin duda no se perdía ni uno y os seguía a todas horas. Eran esos programas los que habían inculcado en la cultura popular de algunas personas cosas como que los zombies se alimentaban de humanos, que se les podía matar con balas de plata o incluso adiestrar cual perro para proteger el domicilio popular. Estaba claro, cuando la información sobre los zombies se terminó, y no había mucha, todo sea dicho de paso, llegó el tiempo de la invención, y eso que quedaban tantas y tantas cosas sobre éstos por descubrir: su origen, su mutación, su fijación por el ser humano, el porqué eran capaces de sobrevivir sin ningún tipo de alimentación durante décadas…