Jornada 9. La Ira de Dios (173)


-Los vigilamos electrónicamente y todos los vecinos estaban al día sobre su posición. Los zombis no suelen separarse demasiado entre sí si no tienen motivos para ello. Así que las órdenes eran no dar señales de vida en las zonas por las que estuvieran.

-¿Y qué esperaban lograr con eso? –Preguntó Xavier con curiosidad ante la nueva táctica que le estaban explicando y que no había sido puesta en práctica en ningún lugar del mundo que recordara.

-Que los zombis se movieran a nuevos pastos.

-Pero no debió de ser algo sencillo –señaló Xavier.

-Siempre había alguna familia que no seguía las noticias. O algún visitante despistado… que pasaba a engrosar las filas de los no-muertos. Pero en general los zombis vagaban por las calles perdidos y de vez en cuando como al caballo con la zanahoria tratábamos de guiarles.

-Es una táctica… curiosa cuanto menos. Nunca había escuchado algo igual –dijo Xavier expresando su sorpresa.

Jornada 9. La Ira de Dios (172)


-Los zombis se mueven y actúan siguiendo sus instintos. Por llamarlos de alguna manera. Bajo el principio de acción y reacción. Alguien les dispara, ellos siguen el ruido del disparo y matan o convierten a su atacante. Escuchan un ruido y lo siguen a su origen. Pero, ¿qué pasa cuando no hay indicaciones de resistencia ni de vida?

-Bueno, los zombis suelen… hacer rondas, patrullar. Divagar por así decirlo –señaló Xavier- No tienen un plan establecido de invasión.

-Exactamente. Así que usamos el principio de la resistencia pasiva. Pasamos de ellos y no les hicimos caso. Cada familia se encerró en su casa y no dio señales de vida. Tuvimos suerte dado que los zombis se centraron en la parte norte de la ciudad que es la más antigua y en la que es más difícil percibir ruidos.

-Pero los zombis debieron de detectar… vida, ¿no? –Preguntó algo confuso Xavier.

Jornada 9. La Ira de Dios (171)


-No sabíamos cuánto tiempo teníamos –respondió Monty- Y el alcalde prefirió elegir la opción más conservadora. Dar la alarma y que la gente corriera a esconderse. Seguramente sabe que enfrentarse a los zombis directamente suele acabar mal… para los vivos. Esas criaturas tienen el hábito de vencer a cualquier estadística. Sí, a lo mejor podríamos haberlos volado por los aires. Pero, ¿podría haber salido algo mal? Seguramente. O podríamos haber tratado de dispararles mientras estuvieran dentro del tren… Pero algo podría haber salido mal.

-Curioso. La mayoría de sitios que he visitado, y son bastantes, no suelen aplicar esa filosofía de que los zombis son peligrosos. Más bien al contrario.

-Y seguro que les ha ido muy bien, ¿verdad? –Preguntó de forma irónica Monty- Mire, aquí sabemos lo que es jugar con fuego y que el petardo te estalle en la mano. Y los zombis son justamente un accidente listo para ocurrir.

-Ha dicho que los zombis acabaron saliendo del tren –indicó Xavier- ¿Qué pasó después?

-Nada –dijo Monty- El plan siempre fue el mismo: no hacer nada.

-No lo entiendo –dijo Xavier confuso.

Jornada 9. La Ira de Dios (170)


-Si yo le contara… -sugirió Monty haciendo un momentáneo silencio- Las leyendas tienen siempre algo de verdad. Y lo cierto es que el olor de pólvora es familiar en estos lares.

-Pero me estaba contando cómo llegaron los zombis a Inca.

-Fue de la forma más estúpida y accidental que uno se pueda imaginar –continuó su relato Monty- Lo que le cuento ahora es especulación dado que no hay supervivientes que puedan ratificar la historia.

-Entiendo –dijo Monty- Por cierto, estos brioches están riquísimos. Continúe.

-Los hizo mi hermana –indicó Cati- Ya se lo diré de su parter. Seguro que se alegra que no sólo su familia le diga que están buenos.

-Bueno, como le decía creemos que a mucha gente en Palma cuando los zombis aparecieron le entró el pánico y no pensaron claramente y bastantes de ellos huyeron a la estación central de la ciudad y abordaron el tren que estaba a punto de salir. Un tren directo entre Palma e Inca sin más paradas.

-O eso pensamos –añadió Cati.

-El caso es que cuando el tren paró en la estación estaba atestado de muertos vivientes, lo cual es imposible –señaló Monty- Según los científicos de turno por supuesto. Las personas que vieron llegar el tren dieron la voz de alarma y las sirenas sonaron por toda la ciudad. Los trenes se abren cuando alguien les da a un botón que hay cerca de la puerta así que sólo era cuestión de tiempo que alguno lo pulsara accidentalmente.

-¿Nadie sugirió alguna acción más activa? –Preguntó Xavier- Seguramente no hubiera sido muy difícil atajar a ese grupo de zombis o… Dios me perdone, volarlos por los aires.

Jornada 9. La Ira de Dios (169)


-Le aseguro que no está envenenado –dijo Cati vertiendo el negro líquido en una taza.

Xavier olió la taza y sorbió un poco de su contenido. Sabía a café. Claro que no siempre los venenos se podían detectar tan fácilmente. Vio como sus anfitriones bebían de sus tazas sin pensárselo dos veces. A lo mejor estaban inmunizados. Decidió arriesgarse y que fuera lo que Dios quisiera. Al menos las pastas estaban deliciosas, así que si debía morir lo haría con una buena sensación en su estómago.

-Fue todo muy rápido –comenzó a contar Monty- La gente de por aquí estaba la mayoría en la cabalgata de aquí así que no nos enteramos de lo que pasaba en Palma hasta que fue tarde.

-Perdona la interrupción –se excusó Xavier- Pero hay algo que me llama mucho la atención desde que entré en la ciudad y no me lo puedo quitar de la cabeza. ¿Es toda la ciudad igual de monótona y aburrida arquitectónicamente hablando?

Xavier hizo una pausa y continuó.

-Me refiero a que todos los edificios parecen iguales, y la distancia entre ellos es pequeña y parece que se te echan encima.

-Ah, eso… no, sólo en el casco antiguo –respondió Monty- A medida que la ciudad ha ido creciendo el estilo se ha diversificado. Pero supongo que es lo mismo que ocurre en todo el mundo con ciudades antiguas. Tendría que haber visto cómo era esto hace unos años antes de que la mayor parte del casco antiguo se convirtiera en zona peatonal. Los accidentes de coches eran constantes dado que no podían pasar dos coches por una calle sin rozarse y arañar la carrocería del otro coche… o de los edificios.

-Supongo que tendré que visitar otras zonas.

-No se lo recomiendo –le advirtió Monty- Digamos que hay cierta paranoia y es posible que la gente le dispare por confundirle con un zombi… accidentalmente… o por simple afición.

-Ya me advirtieron que los ‘inquers’ estaban algo… locos y de su afición por la pólvora pero creía que era una leyenda urbana entre vecinos.

Jornada 9. La Ira de Dios (168)


-Lo máximo que puedo hacer es descargarla me temo –se excusó Xavier- Recientemente he asistido a un incidente en el que todos los componentes de una casa podrían haber muerto por no tener su arma a mano. Si le incomoda seguiré mi camino.

-Supongo que tiene algo de razón –dijo Cati sonriendo- Tal vez nos hemos acomodado demasiado y creemos que sólo les pasará a otros.

-¿No han tenido problemas con los zombis? –Preguntó Xavier algo sorprendido por la tranquilidad que había percibido en la ciudad.

-Nada más comenzar todo –respondió Monty ofreciendo un asiento a Xavier- Tuvimos una desagradable sorpresa. Pero quedo en nada realmente.

-Tengo que reconocer que no entiendo cómo es posible que los zombis se extendieran al resto de la isla como he visto –siguió Xavier- Creía que el ejército había dicho que mantendría la ciudad en cuarentena.

-Je, el ejército… -dijo Monty sin continuar.

Cati volvió a aparecer con una bandeja con cafés y pastas.

Jornada 9. La Ira de Dios (167)


Xavier saludó con un movimiento de cabeza leve.

-Aquí el turista ha estado hablando con el alcalde y he creído que sería mejor sacarle de las calles antes de que desaparezca –le explicó Monty- Además, como siempre te quejas que no traigo a nadie interesante a casa…

-Encantado, me llamo Xavier, vengo del pueblo de al lado, Caimari, y estaba recorriendo los alrededores para ver cómo estaban las cosas.

-Encantada, ¿no preferiría dejar la escopeta en la entrada? –Preguntó la mujer- Le aseguro que esta casa es a prueba de zombis, mi quiero maridito se ha asegurado de ello.

-No existe nada a prueba de esas malignas criaturas. Y la falsa seguridad es el comienzo de su triunfo. –respondió Xavier-He visto ciudades arder, pueblos caer y gente morir debido a que creían que estaban a salvo. Nadie está a salvo.

-Has traído a la alegría de la huerta, cariño. Pero al menos dice la verdad… aunque sea de manera tan brusca.

-Ésta es el amor de mi vida, mi mujer Cati –presentó Monty- Y está realmente loca, aceptó casarse conmigo.

Cati le dio un pequeño codazo en el costado.

-Encantado –dijo Xavier- Siento mi brusquedad, pero me temo que mi experiencia en sitios seguros es demasiado grande. Sólo quiero que estén sobre aviso.

-¿Y sobre su escopeta? –Insistió Cati.

Jornada 9. La Ira de Dios (166)


Su acompañante se dirigió a un portal y abrió una puerta después de mirar a su alrededor y confirmar que no había nadie que les estuviera siguiendo o vigilando. Invitó a Xavier a que entrara.

-Preferiría que dejara las armas en la entrada –dijo Monty- Mi mujer se pone nerviosa con eso de las armas.

-Lo máximo que puedo ofrecer es descargar la escopeta –se ofreció Xavier- Corren tiempos difíciles, y aunque usted parece buena persona… podría ser un psicópata que quiere torturarme lentamente.

-Algo de razón tiene –dijo Monty viendo cómo Xavier descargaba su arma- Si le sirve de algo no soy un psicópata ni tengo a mi madre momificada en una silla de ruedas escondida en una habitación.

-Bueno es saberlo, ¿a su padre tampoco? –preguntó Xavier siguiendo a Monty por dentro de la estancia- Nunca he entendido esa fijación de los escritores con las madres muertas… seguro que Freud escribiría toda una serie de libros sobre el tema.

-Bueno, ellas nos dan la vida, ¿no? Y dado que los asesinos la quitan… -Monty se quedó en silencio- Maldición, me ha hecho pensar.

-En realidad todo es debido a un complejo sistema en el que intervienen muchos factores… Dios incluido, y no sólo las mujeres –respondió Xavier.

-Pero nosotras los tenemos que llevar en nuestro interior durante nueve meses –interrumpió una mujer de largo pelo negro- Así que me temo que somos las mayores culpables.

Jornada 9. La Ira de Dios (165)


-Dudo que sea culpa de Dios, más bien de su adversario, el Diablo –señaló Xavier- Es algo muy común señalar con el dedo al Hacedor cuando la culpa es de otro.

-Realmente es usted un filósofo… o peor aún, un seguidor de Dios.

-Algo así –respondió Xavier sin dar más detalles- Pero si quiere nos olvidamos del tema.

-Mejor nos movemos hacia mi casa y continuamos allí la conversación. Seguro que mi mujer se alegra de ver una cara desconocida pero inofensiva… porque es usted inofensivo, ¿verdad?

-Sólo cuando la necesidad no apremia –respondió Xavier sonriendo y siguiendo a Monty- No siempre se puede ser una buena persona; pero trato de serlo la mayor parte del tiempo.

-No me entienda mal, no me caen mal los filósofos, sólo que… viven en otro mundo y eso hoy en día es demasiado peligroso.

-Debe ser agradable poder vivir en un mundo feliz –dijo pensativo Xavier- Me temo que mi filosofía no llega hasta ese punto.

-Menos mal –respondió Monty aliviado- Estamos llegando.

Si algo había observado Xavier al pasear por las calles de Inca era que fisonomía de la ciudad era bastante monótona. A diferencia de otros lugares que había visitado no parecía haber imaginación o creatividad en la arquitectura del lugar. Todas las calles parecían igual, al igual que las casas. Y todo parecía estar construido sin dejar apenas espacios. Definitivamente, Inca no iba a entrar a formar parte de sus ciudades favoritas.

Jornada 9. La Ira de Dios (164)


-Por supuesto –dijo Xavier relajándose un poco pero sin bajar la guardia- ¿Es siempre así de amable el pueblo con los desconocidos?

-Lo cierto es que no solemos tener muchos –respondió Monty- Al principio sí que venían refugiados o vecinos buscando ayuda pero con el tiempo… se ha corrido la voz de que no son bienvenidos.

-¿Cuál es el motivo? ¿Miedo al contagio? –Preguntó Xavier con curiosidad.

-No, que la gente está hasta las narices que se aprovechen de su buena fe; cosa que el alcalde aprovecha en beneficio propio por supuesto.

-¿No han sufrido la visita de zombis? –Siguió preguntando Xavier con curiosidad.

-Le invito a merendar –respondió Monty- No se ofenda, pero no quiero que nos vean hablando; y en este pueblo todos son cotillas o peor, chivatos que venderían a su madre para obtener el favor del alcalde.

-Eso me suena bastante, supongo que está en la naturaleza humana.

-Jodida naturaleza humana –dijo Monty- Vaya trabajo más malo de diseño hizo Dios.