Jornada 8. Gerald contra el mundo (13)


-Mamá pensó, mamá pensó –Se quejó Gerald- Tendrías que estar en la universidad labrándote una carrera.

-Máster en todo caso –le corrigió la conductora- Ya me saqué la carrera, deberías recordarlo; estuviste en mi graduación. ¿O ibas demasiado bebido y lo has olvidado?

-Sólo fue una vez, y de eso hace casi dos décadas –Rugió Gerald- Era una fiesta. No soy un alcohólico. Por el amor de Dios…

-Eso dicen todos –dijo Sarah divertida- Bueno, ¿vais a subir o preferís seguir andando hasta el hotel?

Gerald miró los dos vehículos y los reconoció enseguida. Eran dos de los minivolúmenes modificados con los motores que Henry había diseñado. Usaban un sistema eléctrico que junto a colectores solares instalados por la chapa del coche y un sistema de recuperación de energía inercial permitían casi un sistema cerrado de alimentación que hacía que fuera casi innecesario enchufarlo a la red eléctrica.

Pasó la mano por el capó con cierta mirada nostálgica. Qué recuerdos le traían aquellos vehículos. Notó como sus ojos se humedecían ligeramente al recordar al bueno del ingeniero. Tantas y tantas conversaciones que habían tenido durante la plaga, siempre tirándose puyas uno al otro debido a sus aficiones contrarias, a uno le gustaba Star Trek y al otro Star Wars. Cuando se enteró de su muerte se le cayó el alma al suelo. Era una de las pocas personas con las que se relacionaba por aquel entonces, y su muerte supuso un duro golpe. Daba igual que hubiera sido una muerte heroica.

Suspiró mientras hacía que su mente volviera a centrarse en el momento actual. Ya tendría tiempo de llorar a su amigo cuando estuvieran a salvo. Indicó a sus sobrinos que subieran al vehículo mientras él rodeaba el vehículo para abrir la puerta del asiento del acompañante y sentarse en el mismo.

Jordi se sentó detrás con sus sobrinos y el resto de su equipo se dirigió al otro vehículo.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (12)


-Patrón, ¿qué es de su vida? ¿Se está divirtiendo? –Preguntó una voz risueña al otro lado del aparato.

-Supongo que no has estado viendo la televisión –dijo Gerald negando con la cabeza- Hay una plaga de zombis en la ciudad y estoy tratando de salir vivo de la situación. Así que necesitaré que muevas el yate y vengas a buscarnos.

-Pero patrón, ¿qué ha pasado con los vehículos? Creía que iban a recogerle.

-¿Qué vehículos? –Preguntó Gerald confuso.

-En cuánto en el hotel supieron de su situación enviaron un par de vehículos a buscarles. Creía que en estos momentos ya estaría de camino al mismo.

Gerald miró a Jordi y le preguntó si sabía algo de unos vehículos. Éste negó con la cabeza. Luego el informático miró a su alrededor. No parecía haber ni rastro de nada vivo.

Fue entonces cuando un par de faros le deslumbraron. Tuvo que taparse los ojos para no quedar ciego. Jodidos faros halógenos… ¿De dónde habían salido? No había tiempo de verlo. Pero se olvidó de eso enseguida, dado que dos minivolúmenes oscuros se habían colocado a su lado.

La ventana del pasajero de uno de los vehículos se bajó lentamente.

-¿Necesita un taxi, señor? –Preguntó una voz femenina desde el interior.

Antes de que Gerald pudiera decir nada sus sobrinos se acercaron corriendo a la ventanilla.

-Tía Sarah –dijeron al unísono mientras se asomaban por la ventanilla.

Gerald se acercó al lado del conductor mientras vigilaba a sus sobrinos.

-Que no es vuestra tía, chicos –les advirtió- No sé de dónde habéis sacado esa idea.

Sarah era la hija de Sam, una antigua compañera de aventuras de cuando los zombis dominaban el mundo. El jefe de esta última, un ingeniero adelantado a su época, había muerto cuando los zombis trataron de tomar la base militar en la que se encontraban. Y el padre de la chica había muerto cuando el doctor que trabajaba para los hombres de negro había decidido convertir en cenizas la ciudad en la que estaba como policía. Desde luego que la vida de esas mujeres no había sido sencilla.

-¿Qué demonios estás haciendo por aquí? –Preguntó Gerald finalmente apoyándose en la ventanilla del conductor que también se había bajado.

-Mamá pensó que sería buena idea que alguien te vigilara –dijo Sarah- Por si te perdías por la ciudad o tomabas alguna cerveza de más. Ya sabes que esta isla es el paraíso de esa bebida.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (11)


Jordi pensó en si valía la pena acercarse al edificio para buscar refugio, aunque sería complicado de defender por todo aquel cristal de que estaban compuestas sus ventanas. Pero a lo mejor sus dueños habían cambiado los cristales por unos reforzados a prueba de zombis.

Le sugirió las posibilidades a Gerald que negó con la cabeza.

-Demasiado peligroso –dijo Gerald señalando a sus sobrinos- Antes de pasar mis vacaciones en el hotel estudié ese complejo para ver si me compraba o alquilaba un piso; son unos antipáticos y unos racistas de cuidado- La única razón por la que me querían, aparte de mi dinero, era porque no era español ni sudamericano; ser extranjero les daba una sensación de aristocracia o algo así. Seguro que han ordenado disparar primero y rematar después.

-Pues como no vayamos a nado –dijo Jordi señalando el mar y la playa cercana- Claro que si tienes un barco podría venir a recogernos.

-Ya lo pensé pero la mar actual empujaría al barco contra las rocas –señaló Gerald mientras veía las olas chocar contra el rompeolas.

Jordi señaló una zona algo alejada de la playa que había a unos metros.

-Podríamos usar ese pequeño muelle. La gente lo usa para pescar. Y sino, pues vamos nadando hasta el barco que tampoco será tan complicado.

Gerald cogió su teléfono vía satélite que llevaba en la mochila, pulsó una serie de teclas y esperó a que alguien contestara al otro lado de la línea.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (10)


Gerald tenía que pensar. Volvían a tener un momento de respiro por lo que se lo podía permitir. Se acercó a Jordi para pedirle la opinión.

-Si tratamos de cruzar por el Parque del Mar estamos muertos –dijo a modo de introducción Gerald- Pero no veo que tengamos muchas alternativas más.

-No podemos volver sobre nuestros pasos. Los militares nos freirán a tiros –dijo Jordi sonriendo- Y los zombis nos esperan con los brazos abiertos. Tal vez podríamos buscar refugio en uno de aquellos edificios.

Jordi señaló unos edificios que estaban a mano izquierda, en dirección contraria a su destino. A lo lejos se veía la zona del Portixol. Aquella era una de las menos perjudicadas por los zombis en el pasado dado que los dueños eran gente con dinero y habían contratado a gente para limpiarla; y los precios de los pisos nunca habían bajado dado que era una zona que daba a la playa y a un puerto deportivo. Y las vistas a la bahía eran realmente hermosas.

Lo más normal era que aquella zona fuera segura en aquellos momentos, libre de zombis. Seguro que contaba con su propia seguridad… pero eso implicaba que seguramente no estarían dispuestos a aceptar invitados con los brazos abiertos, si es que les dejaban acercarse claro. Esos edificios tenían unas azoteas desde las que se dominaba toda la zona y permitían que un francotirador pudiera acertar a su blanco sin que otros edificios le obstaculizaran la vista.

A mitad de camino de esa zona de ricos se encontraba lo que se conocía popularmente como el edificio de GESA. Era un edificio peculiar dado que tenía ventanas por todas las fachadas sin apenas separación entre ellas y además estaban tintados de color oro con lo que el efecto visual era todavía mayor. Al parecer contenía las oficinas de la empresa que daba nombre al edificio, pero eso era algo que no le importaba a la gente y no se molestaba en comprobar.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (9)


-Así se hace tío Gerald –dijo uno de los sobrinos.

-Eso les enseñará a esos listillos –añadió el otro sobrino.

-Que aprendan la lección de meterse con G -dijeron ambos a la vez.

Mientras se alejaban de los militares y de los zombis, Jordi se acercó a Gerald preocupado.

-¿En serio planeas volar la gasolinera?

-Claro que no –dijo Gerald sonriendo- Era un bloque de plastilina que llevaba en la mochila y un bolígrafo BIC sin la mina. A mis sobrinos les encanta jugar con eso… y a mí también, dicho sea de paso.

-Ya me extrañaba a mí que llevaras C4 en la mochila –dijo Jordi más tranquilo.

-Por supuesto que llevo explosivos en mi mochila –dijo Gerald casi ofendido por la duda- Y una cuerda de cinco metros. No me entiendas mal, seguro que tú y tu equipo hacéis un trabajo estupendo pero… me gusta tener un par de ases guardados en las mangas.

Jordi se quedó sin habla y no supo qué responder. Simplemente aceleró un poco el paso y se unió al frente del grupo sin querer decir nada más. Estaba loco ese cliente.

El grupo llegó a la carretera que unía el Paseo Marítimo con la autopista que rodeaba la ciudad. Delante de ellos tenían un rompeolas formado por inmensas piedras. Todo el recorrido estaba iluminado tanto por las farolas de la carretera como las que había en el paseo para los transeúntes. Al fondo se podían observar diversos edificios gubernamentales… tal vez estarían protegidos… o vacios por ser festivo. De todas maneras… iba a ser un problema, la cabalgata había partido de esa zona, así que sería lógico suponer que estaría plagada de zombis hambrientos en busca de su regalo de Reyes.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (8)


A continuación y mientras seguía caminando sacó algo de su mochila y se la mostró a los soldados.

-Explosivo plástico C-4 –Dijo y se dirigió a uno de los depósitos de la gasolinera y lo puso al píe del mismo. Luego mostró algo parecido a un tubo- Y el detonador. Tenéis quince minutos para bajar a desactivarlo o voláis todos por los aires. Que os divirtáis ahora.

A continuación salió corriendo sin dar tiempo a los soldados a decirle nada o simplemente a pegarle un tiro. Alcanzó al grupo y comenzó a respirar a grandes bocanadas.

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Jornada 8. Gerald contra el mundo (7)


-Supongo que sería pedir demasiado que el noble ejército español nos de asilo temporalmente –dijo voz en grito sin dirigirse a ninguno de los soldados en particular.

Uno de los soldados se limitó a negar con la cabeza. Otro se dignó a contestar.

-Lo siento, pero tenemos nuestras órdenes –se excusó- Observar pero no participar.

-Mal rayo os parta –dijo entre dientes Gerald- ¡Sois unos miserables y unos cobardes! Eso de las órdenes es una excusa barata en la que esconderos. Todos estos años cobrando como millonarios y ahora que se os pide algo a cambio nos giráis la cara.

-Lárgate corriendo gordo seboso –le insultó un soldado- No sea que le haga un favor a los zombis y te dispare a las piernas. Seguro que se entretendrían contigo durante varias horas.

-Jodidos cobardes –volvió a gritar Gerald- Ahora os vais a enterar de cómo me las gasto.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (6)


No pudo evitar sonreír. Cuántas cosas habían vivido juntos desde aquella primera y lejana aventura en el castillo. Pero ya no te tenía edad para esas aventuras. Él lo sabía, pero ella seguía tratando de ignorar ese hecho. Sus ansias de venganza. Ella lo denominaba justicia, pero la diferencia realmente era difícil de ver, la llevaban cometer demasiadas locuras. Él se las permitía dado que le permitía conseguir más información y molestar a ese grupo de seres que se ocultaban en la oscuridad. Era un juego del gato y el ratón en el que no tenía claro cuándo él era el cazador y cuándo la presa.

Miró hacia atrás. Habían puesto cierta distancia con el grupo de zombis, pero ahora veía que de otra calle lateral aparecían más zombis que parecían haberles detectado y se dirigían hacia ellos con su tradicional ritmo cansino. Estaban ya a la altura de la gasolinera que marcaba el final de la avenida y el comienzo del Paseo Marítimo. Tal vez tendrían suerte, dado que estaban a la altura de uno de los cuarteles militares del ejército. Claro que después de haber visto cómo no habían combatido contra los no-muertos cuando habían podido…

Desde las ventanas del cuartel podía ver cómo diversos centinelas les seguían con la mirada sin decir o hacer nada. Parecían estar viendo una procesión.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (5)


Mientras el grupo se movía y comenzaba a andar por la mitad de la calzada, la mente de Gerald seguía pensando en el incidente. Seguía sin saber qué o quién había creado a esos no-muertos. Llevaba toda su vida investigando, recopilando información, rumores, leyendas; creando una cronología de sucesos para tratar de encontrar cuándo comenzó todo; incluso había tratado de investigar qué pasó en Inglaterra; pero siempre se encontraba con las mismas barreras: Un grupo de personajes que no quería que la verdad saliera a la luz, y que estaban dispuestos a usar cualquier medio para conseguir su objetivo. Menos mal que él se había hecho famoso con el tiempo, ya que eso había impedido que muriera en ‘circunstancias misteriosas’; y a pesar de todo, siempre estaba mirando por encima de su hombro. Investigando a todo el que le rodeaba, fuera la mujer de la limpieza, su piloto o el hombre al que compraba el periódico todos los días.

Miró a sus sobrinos cuyos ojos brillaban, bendita inocencia, que convertían cualquier cosa en una aventura maravillosa. El motivo para armarles no había sido únicamente que pudieran defenderse de los zombis, sino que también pudieran hacerlo de los vivos. Tenía equipos de seguridad protegiéndoles de forma secreta. Simplemente por ser familia de él estaban en peligro.

Sus ojos se posaron sobre el final de la avenida. Al fondo estaba el mar, y más allá la silueta de un portaaviones anclado en la bahía se dibujaba en el horizonte. ¿Estaría bien Mara? Esa mujer… estaba loca; seguramente ya estaría encerrada en una celda o muerta, su cuerpo flotando en el mar y que seguramente sería encontrado en un par de días en alguna playa después de ser arrastrada por la marea.

Jornada 8. Gerald contra el mundo (4)


Gerald indicó al grupo que sería mejor caminar por en medio de la calzada cercana a la muralla, la más alejada del grupo de zombis. La isla en la que había coches aparcados les proporcionaba algo de cobertura pero era un peligro potencial dado que de cualquier coche, o de debajo de los mismos, podía salir alguna sorpresa resucitada.

No había acabado de decir aquello cuando un zombi se plantó delante de él saltando –o más bien se tiró- desde detrás de uno de los coches aparcados. Lo pudo ver claramente en ese instante en el que parecía que el mundo se paralizaba a su alrededor.

Una joven de menos de treinta años, con el pelo rubio suelto y manchado con coágulos de sangre seguramente de donde la habían agarrado, pantalones vaqueros y una blusa blanca también manchada de sangre en el lateral izquierdo por debajo de la axila, la chaqueta o el abrigo lo habría perdido en el forcejeo por su vida. Podía ver sus ojos hinchados y se imaginaba que era de lo que habría llorado implorando por su vida, y casi podía asegurar que esa mirada en vez de delatar un instinto asesino le pedía que acabara con ella.

Gerald no se lo pensó dos veces y apretó el gatillo de su escopeta. Sabía que ese arma era inútil para el combate a distancias medias o largas, pero los combates cuerpo a cuerpo su efectividad estaba demostrada… El cuerpo del zombi voló por los aires hasta acabar sentado contra el lateral de un coche sin cabeza. Trató de quitarse enseguida la imagen de su cabeza y señalar al equipo que debían continuar como si nada hubiera pasado. Trataba de racionalizar su acción.

Pero no era sencillo. Nunca lo era. Siempre te repetías una y otra vez que le estabas haciendo un favor, que ya estaba muerto, que le librabas del sufrimiento. Mil excusas para justificar volarle la cabeza a un cadáver andante, o más concretamente hacerle pulpa el cerebro. Pero seguía siendo matar a un ser humano, desecrar un cadáver, y quedar lleno de sesos. Daba igual el tiempo pasado, daba igual los zombis matados para salvar la vida. El sentimiento de culpa no cambiaba, y luego ese sentimiento se convertía en rabia. ¿Por qué sus sobrinos tenían que pasar por lo mismo? ¿Qué habían hecho para tener que luchar por su vida contra estos seres de pesadilla? ¿Por qué tenía que pasar alguien por todo eso?