Jornada 9. La Ira de Dios (47)


Avanzó lateralmente mientras comenzaba a dar gritos para llamar su atención. No es que fuera necesario dado que siendo el único ser vivo de los alrededores; los resucitados sin vida se darían cuenta de su presencia en unos instantes. Pero era algo psicológico. Mejor gritarles desafiante que no parecer que te habían descubierto y que eras la presa. Los primeros zombis se detuvieron en seco tratando de localizar el origen de ese sonido tan poco natural.

Volvió a dar gritos para llamar su atención mientras seguía moviéndose lateralmente y hacia atrás. Los zombis parecieron localizarle y cambiaron su orientación para comenzar la persecución. Xavier se repitió que tenía tiempo, que podía darles la espalda y vigilar dónde ponía sus pies para no tropezar, que sus perseguidores eran lentos y torpes. Pero aún así miraba a su alrededor para no tropezarse con ningún muerto viviente perdido o separado del grupo.

Mientras daba gritos trataba de contar mentalmente el número que componía el grupo. Era difícil por los árboles y dado que estaba en movimiento lo que hacía más difícil contar sin repetir. Y a lo mejor sólo eran una avanzadilla. El mayor grupo junto que vio parecía estar compuesto de cinco zombis y debía haber una docena de esos grupos… pero no tenía una visión completa, así que era mejor imaginar que había más de ellos.

J.D. en La Forja Vikinga


El próximo día 31 de octubre a las 20.00 el autor de Apocalipsis Island: Orígenes y de este blog, J.D., estará en La Forja Vikinga en Palma de Mallorca departiendo con los lectores y firmando y dedicando libros.
Os esperamos.

Jornada 9. La Ira de Dios (46)


Le pasó la mochila a Miguel y le indicó dónde estaban las cajas de munición. Luego cogió varios cartuchos que estaban marcados de manera diferente y se los metió en el bolsillo. Entró en el bosque mientras le indicaba a Miguel que le esperara en la segunda marca que señalaba los cincuenta metros de la entrada por donde debían aparecer los zombis si todo iba bien.

Avanzó en diagonal tratando de orientarse entre los árboles y de localizar a los zombis. A medida que avanzaba el ruido de pisadas se hacía más claro y el murmullo familiar de los no-muertos se comenzaba a escuchar con más claridad. A unos cuatrocientos metros pudo observar las primeras figuras que se balanceaban de un lado para otro mientras avanzaban y no dejaban de tropezar con los árboles que se interponían en su camino. Era un espectáculo esperpéntico ver cómo trataban de apartar de su camino los troncos sin ningún éxito y, finalmente, optaban por rodearlo. Respiró hondo y se santiguó.

Jornada 9. La Ira de Dios (45)


-Voy a necesitar tu ayuda –dijo Xavier mientras sacaba dos cargadores de su mochila- Tendrás que ir cargando los cargadores a medida que se vacíen.

-Me temo que no sé hacer eso –dijo apenado Miguel- No he tocado un arma en toda mi vida.

-No es tan complicado –respondió Xavier sacando una de las tres cajas de munición que llevaba encima- Simplemente coges un cartucho, lo pones sobre la parte sin cerrar del cargador, aprietas hacia abajo, y ya está.

Mientras decía eso le mostraba cómo hacerlo cogiendo un cartucho de la caja y poniéndolo en el cargador. Le pasó el cargador y unos cuantos cartuchos para que fuera probando mientras él rellenaba el otro cargador.

-Ponte detrás de mí y vigila mi espalda por si aparece algún zombi –le indicó a Miguel mientras comprobaba el cargador que le había pasado y asentía- Y cuando te diga que te muevas lo haces sin pensarlo dos veces.

-¿Pero no serán muchos zombis? –Preguntó preocupado Miguel- No parece que tenga tantos cartuchos.

-La ventaja de estos cartuchos es que su contenido está diseñado para hacer el mayor daño posible a la carne –le explicó rápidamente Xavier- Las postas tienen forma de reloj de arena pero están semi huecas en las puntas a diferencia de las habituales esféricas. Cogen más rapidez y penetran más y de forma más destructiva por su rotación. Perfectos contra zombis. En las distancias cortas, claro.

Jornada 9. La Ira de Dios (44)


-Atraer hasta aquí a los zombis para que salgan por este punto y entren en la carretera –dijo señalando al muro en una parte derruida un poco más adelante- El camino es tan estrecho que si son numerosos se apelotonarán y se molestarán entre ellos.

¿Y después? –Preguntó con cierta curiosidad Miguel.

-Después dispararé hasta que estén todos muertos o se me acabe la munición –dijo con confianza Xavier mientras comenzaba a recoger piedras del muro que se había derrumbado- Ahora necesito que me ayudes a marcar la zona. Pon una piedra cada 50 metros y yo iré haciendo lo mismo de manera que tendré marcas cada 25.

-¿Es cierto lo que cuentan sobre usted? –Preguntó Miguel mientras iba recogiendo piedras.

-Algunas cosas sí, otras no –respondió Xavier- No es cierto que lleve tatuado el triple seis en mi cuerpo y tampoco que me coma bebés recién nacidos.

-¿Entonces sólo se come a los niños que han sido malos? –Preguntó Miguel sonriendo mientras contaba sus pasos y depositaba una piedra.

-Si están muy delgados no –respondió Xavier mirando hacia los árboles con cierta ansiedad.

Acabaron de poner las piedras y Xavier indicó a Miguel que se acercara mientras recuperaba su bolsa de viaje.

Jornada 9. La Ira de Dios (43)


-Sí que lo hará –dijo Xavier sonriendo- Tendría que leer los clásicos, o al menos ver las películas, la batalla de las Termópilas, un grupo reducido de espartanos contra el ejército persa. No vencieron, pero fue porque fueron traicionados y porque no tenían una escopeta automática.

-Al final murieron todos –respondió el vigía- Y no es mi deseo acabar igual.

-Vaya entonces corriendo a avisar al prior –dijo Xavier- Yo me quedaré aquí para cerrarles el paso mientras usted huye.

El hombre no se lo pensó dos veces y salió corriendo hacia el santuario mientras Xavier suspiraba. Quién podía culparle, era su vida, y lo más lógico contra los zombis era huir. Y no hacer aquello que estaba pensando.

Miró a su guía

-¿Tú no te vas? –Preguntó con cierta curiosidad- El prior dijo que volvieras enseguida.

-Si Dios quiere que muera aquí y hoy no habrá nada que lo impida –respondió el novicio.

-De acuerdo pues, trataremos de que no mueras hoy –dijo Xavier dándole unas palmadas en el hombro- ¿Y cuál es tu nombre a todo esto?

-Miguel –respondió el muchacho- ¿Cuál es su plan?

Jornada 9. La Ira de Dios (42)


Xavier dejó en el suelo su petate de viaje y comprobó que su escopeta estaba cargada y con un cartucho en la recámara. Miró a su alrededor con cierto temor. Apenas había espacio para nada. Si los zombis llegaban hasta el muro de piedra no habría nada que hacer.

-¿Hasta dónde llega este muro? –Preguntó Xavier a sus acompañantes.

-A la izquierda hasta la estación de procesamiento de agua que está vallada y sigue varios kilómetros –respondió la persona que había estado vigilando la zona y había dado la voz de alarma- A la derecha llega hasta una propiedad privada, un coto de caza… aunque…

-¿Qué sucede? –Preguntó con cierta impaciencia Xavier.

-Bueno, hay un torrente que circula paralelo al camino, detrás del muro, es una caída de cuatro o cinco metros –continuó- Así que a lo mejor no tenemos que preocuparnos… si los zombis se caen no saldrán de ahí.

Xavier se asomó por encima del muro. Ciertamente entre tanta foresta había un desnivel bastante grande por el que circulaba el agua de un torrente. Tal vez sí, lo más sencillo sería dejar caer a los zombis ahí y olvidarse de ellos pero… esos monstruos no se caracterizaban por quedarse quietos sin hacer nada. Seguramente si eran lo suficientemente numerosos se caerían unos sobre otros hasta que hicieran una montaña inhumana y pasaran al otro lado del torrente.

Xavier miró a su alrededor y comenzó a correr paralelo al muro mientras seguía el rumbo del torrente. Llegó a una curva que estaba a medio kilómetro del edificio que se encargaba del tratamiento de aguas. Poco después de la misma había un puente que pasaba por encima del torrente. De manera que en esa zona pasado el puente no había caída entre el muro y el terreno al otro lado. Miró de nuevo a su alrededor. Tendría que ser ahí. Esa zona era la indicada para atraer hasta ahí a los zombis.

Sus dos acompañantes llegaron a su altura sin aliento y resoplando.

-Debemos huir –insistió el vigía- Antes de que los zombis lleguen. Una escopeta no hará nada.

Jornada 9. La Ira de Dios (41)


-Por el bosque del oeste, cerca del camino privado. Están descendiendo de las montañas –dijo alguien por la radio.

Xavier miró al prior interrogativo. No tenía ni idea dónde estaba el oeste y los árboles rodeaban toda la zona del santuario. El prior hizo señales a alguien que se acercó corriendo.

-Acompaña a esta persona al bosque del oeste –le dijo de forma calmada- Y luego vuelve corriendo.

La persona asintió y Xavier pudo observar lo joven que era. Debía ser un seminarista. No tenía muy claro que fuera la persona indicada para acompañarle. Pero no tenía tiempo para discutir. Debía ir hacia donde los zombis habían aparecido. Le indicó a su acompañante que abriera el camino, y comenzaron a correr, primero por los pasillos y luego por el patio del santuario ante la mirada de sorpresa de la gente. En unos minutos se encontraba corriendo por una carretera lateral del santuario que transcurría entre los árboles. Era bastante estrecha y en lugar de los típicos quitamiedos metálicos en los laterales tenía muros de piedras de medio metro de alto. En un pequeño cruce había una persona que nada más verles comenzó a señalar hacia el monte.

-¡Vienen los zombis! –Dijo bastante nervioso- ¡Tenemos que huir!

Jornada 9. La Ira de Dios (40)


-¿Está seguro? –Preguntó Xavier haciendo de abogado del diablo- No sabemos cómo se ha extendido la plaga tan rápido si lo que dicen es cierto. Ni cómo se contagia. Tal vez lo mejor sería no comunicar nada al exterior hasta estar seguros de que todo está bien.

El prior se quedó mirando a Xavier de forma sospechosa.

-¿Usted tiene algo que ver con todo esto? –Preguntó de forma directa- En la tele hablan de un grupo de defensa de esas criaturas. Y usted…

-No tengo muy buena fama y soy un conocido amigo de terroristas –acabó la frase Xavier que sonrió- Pero sin embargo soy el único que va armado y se ha ofrecido a proteger el lugar en vez de coger mi mochila e irme y dejarles aquí tirados.

-A lo mejor tiene un complejo de mesías o de salvador –señaló receloso el prior-O espera su oportunidad para matarnos a todos.

-Si lo desea puedo irme y dejarles tranquilos –se ofreció Xavier- O me puede poner una escolta. O encerrarme y quedarse con mi arma.

El prior se quedó pensativo mirando al techo. Durante unos minutos ninguno de los dos dijo nada. Xavier no sabía qué hacer para recuperar la confianza en el prior. Lo cierto es que tampoco sabía qué haría en su situación. La seguridad de sus huéspedes debía ser lo primero, y tener a un bala perdida como él armado no era la mejor manera de asegurar esa seguridad. Se quedó expectante, esperando la respuesta de su compañero de fe.

-Zombis –dijo alguien por la radio interrumpiendo la conversación y acabando con cualquier debate que pudiera haber.

Jornada 9. La Ira de Dios (39)


Los zombis parecían estar más furiosos que nunca. El salvajismo de su ataque la noche de Reyes no parecía tener precedente, al menos que Xavier recordara. Pero decir que sólo habían sobrevivido diez mil personas era ridículo. ¿Cómo podían saber el grado de infección en los pueblos de la isla? ¿Cómo se habían contagiado las otras islas? ¿Y la gente que no había ido a la cabalgata por ser ateos, agnósticos o simplemente por no tener hijos? Xavier estudió el rostro del prior en el que la preocupación y lo terrible de los sucesos parecían estar comenzando a asomar y calar en su cerebro. Se acercó a él lentamente tratando de pillarle en un momento en el que no estuviera rodeado de personas.

-¿Se encuentra bien? –Le preguntó mientras le apartaba a un rincón de la estancia lejos de la vista de la mayoría de la gente.

-Tanta gente muerta… -dijo despacio el prior- Y no hace ni una hora que yo estaba hablando de esperanza…

-No haga caso a lo que dicen los medios de comunicación –le aconsejó Xavier- Ya sabe que les gusta el morbo y tienden a exagerar las cosas.

-Pero si sólo quedamos unos pocos… -el prior se quedó en silencio unos segundos- Deberíamos hacer algo. Hablar con alguien para que nos rescaten. No estamos infectados.