Los días se convirtieron en semanas y éstos en meses y rápidamente se fue acercando el final de 2009. Y Doc no paraba de dar órdenes desde un refugio secreto del que sólo salía para revisar las obras en la base del Puig Major, como decían los nativos de aquella isla que se llamaba el pico en el que estaba situada dicha montaña.
Los movimientos de la Sexta Flota (o lo que quedaba de ella ya que tras unos incidentes en la isla de Chipre -de los que no se reportaron muchas noticias- había visto reducida considerablemente su dotación) habían sido confirmados y ya se encontraba rumbo a Mallorca como si simplemente fuera de descanso aprovechando las Navidades. Obviamente eso no extrañaría a nadie dado que la ciudad estaba acostumbrada a recibir a portaaviones extranjeros y otros barcos militares. Y con la crisis que estaba sufriendo la isla los marineros serían bienvenidos.
Miró las nuevas cifras que le habían pasado. Una lástima, pensó estudiándolas. El turismo parecía haber vuelto a florecer, al menos tímidamente, pero parecía que los hoteleros veían el final del túnel de su crisis particular. Pero eso era bueno para él y sus proyectos ya que cuanta más gente hubiese, más pánico y más se podría estudiar el comportamiento de la masa. Además, que no fueran naturales de la isla hacía todo más interesante, ¿qué harían los turistas? ¿Cómo se comportaría la sociedad civil? ¿Les ayudaría? ¿Los dejaría a manos de los zombies? Doc sonrió, apostaba por eso último, si algo sabía de la naturaleza humana era que cuando había peligro lo último en lo que alguien pensaba era en ayudar al prójimo; lo primero era ponerse a salvo uno mismo y luego… bueno, ya se vería.
Los primeros experimentos en la prisión ya habían comenzado. Por ahora eran los denominados como inofensivos, los que se hacían por el bien de la sociedad mientras se estudiaba cómo convertir a la mayor parte de los presos en zombies y dejarlos libres por la ciudad para que hicieran cundir el pánico. Tal vez aprovechando las salidas al patio… Bueno, eso tendría que ser una decisión pensada.
Quedaba poco para que todas las piezas estuvieran en posición y comenzaran los experimentos de verdad. Todavía tendría que lidiar con el capitán del portaaviones al que seguramente no le gustaría demasiado tener a bordo a un civil como él y formar parte de tan… indigno experimento. Mientras le hubieran diseñado y preparado las salas que él necesitaba como había previsto y ordenado no le importaba lo que pensara el capitán. Que le maldijera todo lo que quisiera.
Ahora lo más importante era la base en la montaña. No podía haber fallos en su diseño. Muros altos, dobles o triples, alambre de espino, fosos… torres con francotiradores… Y la zona de experimentación principal debía estar igual de protegida y aislada, vigilada las 24 horas del día. Focos iluminando toda la zona de noche. Lo último que quería era que los zombies camparan libremente por la base. Y lo más importante, revisiones diarias del personal para comprobar que no había mordeduras, arañazos o cualquier accidente “insignificante” que no valía la pena informar.
Toda precaución era poca.