Jornada 5. John Smith. El fin de los días (VII) Por JD


-Joder -dijo Smith mientras su cerebro pensaba-, pero si están por toda la avenida, ¿cómo no van a detectarlos los sensores de calor? Pasad a visión nocturna, ostias.

-Negativo, águila real; los focos nos ciegan la visión nocturna y sin embargo no son suficiente iluminación desde aquí arriba.

-Vamos a lanzar bengalas a la multitud, águila uno, ¿eso serviría? -preguntó el general mientras ordenada a sus hombres posicionarse dado que la multitud comenzaba a acercarse de forma peligrosa.

-Afirmativo águila real, seguiremos la señal de calor de las bengalas.

-Ok, lanzaremos bengalas para señalar el principio y el final de la multitud -informó Smith tanto al helicóptero como a los soldados.

En unos segundos las bengalas fueron lanzadas y el helicóptero inició una pasada segunda mortal. A su paso la gente quedaba destrozada por las balas… pero ésta no parecía reaccionar. Los que habían sido alcanzados por las balas pero podían continuar avanzando lo hacían ante la sorpresa del general y sus soldados, que no se podían creer lo que estaban viendo. Smith ordenó disparar a los soldados que tenía apostados en las torretas de los tanques y en las ametralladoras de los vehículos. Sabía que esa noche había echado por la borda su carrera al ordenar disparar contra una multitud desarmada, pero esa multitud era un peligro para sus soldados y su integridad, y había algo en todo aquello que no le cuadraba desde hacía ya bastante tiempo. Las balas trazadoras iluminaban el camino del resto de balas que encontraban a la multitud a su paso pero que no parecían parar su avance. Algunos caían, pero se volvían a levantar, y reiniciaban la marcha.

Nada de aquello tenía sentido. En varias ocasiones llegó a pensar que estaba ante alguna broma de cámara oculta y que en algún momento aparecería una azafata sonriente entregándole un ramo de flores. Pero para su desgracia no fue así.

Tanto los soldados como el helicóptero ahora disparaban indiscriminadamente. Sin apuntar. Simplemente descargaban sus armas contra la multitud sin excesivo éxito. La gente se encontraba ahora pegada a las alambradas, intentando traspasarlas, al tiempo que el resto de soldados comenzaba también a disparar. Los cadáveres se comenzaron a amontonar en primera línea. Pero lo peor de todo es que no servía de nada. La gente se subía sobre los compañeros caídos… que se seguían moviendo, pero que ahora no se podían poner en píe, dado que estaban debajo de una multitud que los pisoteaba sin tenerles en cuenta. Smith no podía creerse lo que estaba viendo.

-Águila uno, el uso de los cohetes está permitido, repito, dispare misiles contra la multitud. Al centro. Y hágalo rápido, por el amor de Dios.

-Ok, agachen las cabezas.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (VI) Por JD


El general Smith comenzó a acercarse junto a un grupo de soldados a la multitud que caminaba hacia ellos para intentar hacerles entrar en razón y que volvieran a sus casas. Tanto los soldados como el general estaban bastante nerviosos. ¿De dónde habría salido tanta sangre? ¿Por qué se habían juntado de repente tantas personas?
Finalmente, se encontraron a medio camino de la empalizada principal.
-¡¿Quién de ustedes está al mando?! -preguntó el general con voz fuerte y serena.

Nadie pareció responder, es más, parecían como drogados, como en otro mundo, simplemente avanzaban hasta el punto en que comenzaron a rodear al grupo de soldados que alzaron las armas; el general ordenó retroceder poco a poco a sus hombres para no acabar rodeados. Algo extraño estaba pasando y no sabía lo que era. Fue entonces cuando vio entre el grupo a un par de sus soldados que habían desaparecido al principio de la misión. Tenían el cuello mordido, y les faltaba media cara, pero seguían en píe, al igual que otros miembros de los allí presentes. Eso fue demasiado para el general que, desconcertado, ordenó retirarse al grupo. En ese momento un miembro del grupo de civiles se lanzó contra uno de los soldados y comenzó a morderle salvajemente. El resto de soldados reaccionaron rápidamente y dispararon al atacante que no pareció reaccionar ante los disparos de la forma que tendría que hacerlo… muriendo. Volvieron a disparar pero no consiguieron que el atacante soltara su presa que estaba gritando fruto del dolor y que no alcanzaba a entender qué estaba pasando. El general ordenó a sus soldados dejar de disparar y retirarse a paso ligero. Mientras volvían a la empalizada comenzó a dar órdenes.

-Águila real a águila uno, necesitamos apoyo aéreo inmediato, una multitud desbocada se dirige hacia las barreras y son violentos. Repito, nos han atacado, permiso para disparar concedido.

-Águila uno, recibido, iniciamos primera pasada.

El sonido del helicóptero se hizo más fuerte a medida que se iba acercando; y en unos instantes el atronador ruido de sus ráfagas de balas se hizo presente en la avenida que estaba llena de gente que parecía no hacer caso al ruido del helicóptero.

Justo cuando Smith iba a cruzar las barreras el infierno se desató y sus soldados comenzaron a caer como moscas debido a las balas que llegaban desde el cielo.

-¡Aguila uno, alto el fuego, fuego amigo, repito, fuego amigo!

Esto no podía estar pasando, se repetía una y otra vez Smith.
-¿¡Qué demonios estáis haciendo!? ¿Os habéis vuelto locos? Estáis disparando al objetivo equivocado?

-Águila real, no detectamos más señales de calor, los sensores no detectan ningún punto de calor más, hemos disparado a dónde indicaban la mayor concentración de calor.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (V) Por JD


Ocho muertos y cinco desaparecidos. Ése había sido el balance de la primera noche que se suponía que iba a ser tranquila. Y las cosas no mejoraron con la luz del día. El número de desaparecidos se multiplicó por cinco, y el de muertos por cuatro. Smith no sabía qué hacer. ¿Cómo podía haber perdido tantos hombres durante el día? Eran soldados bien entrenados, disciplinados, que no se dejaban llevar fácilmente por el pánico. Pero habían muerto. Todo eso sin contar con las bajas entre los servicios de seguridad civiles que también habían sido numerosas.

¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser que personal altamente entrenado estuviera cayendo como moscas sin una explicación lógica? Al recibir las últimas cifras lo primero que ordenó fue el alzamiento de los cadáveres y su transporte a la base. Con suerte alguien allí podría suministrarles las respuestas que las altas esferas se negaban a darle y estaban provocando esas muertes. Luego ordenó a sus hombres no responder a llamadas dentro de inmuebles. Ni salir de los vehículos que les transportaban si no era estrictamente necesario. Hasta que no subiera qué estaba causando esas muertes… o el comportamiento errático de los civiles.

El tercer día comenzaron a acercarse los habitantes de los barrios colindantes, primero por curiosidad, y después con la indignación del que se siente encerrado por voluntad ajena. Y comenzaron a formarse piquetes. Grupos de ciudadanos preocupados que no entendían el motivo por el que no podían abandonar la ciudad. Y John Smith se encontró con la peor pesadilla de un militar: tener que explicar que seguía unas órdenes y que él sólo era un mandado más y que tampoco sabía nada. Al final del cuarto día tuvieron que intervenir los soldados equipados con equipos antidisturbios cuando la multitud se convirtió en una turba violenta que les comenzó a lanzar todo lo que tenían a mano o podían agarrar. Y se comenzaron a quemar los primeros contenedores.

Se empezaron a escuchar los primeros disparos contra los soldados y el general ordenó que todo el mundo permaneciera en sus casas o se verían obligados a abrir fuego. Y, obviamente, que no se acercaran a las ventanas. La situación se estaba volviendo insostenible y nadie le explicaba qué estaba pasando o lo que tenía que hacer a continuación. No podía irse de la ciudad y volver a la base así por las buenas. Y tampoco podía ponerse a disparar a los civiles si éstos decidían comenzar a salir a la calle. Y lo harían. Cuando se dieran cuenta de que los soldados no les podían disparar por las buenas.

Y todo empeoró la noche del séptimo día. Desde el final de la avenida comenzaron a aparecer personas que no hacían caso a los avisos para que se disolvieran. Los potentes focos los iluminaron. Smith ordenó usar gases lacrimógenos. Y la turba siguió avanzando sin inmutarse. ¿Qué demonios estaba pasando? Todavía estaban lejos y Smith los observó a través de los binoculares. Y lo que vio no le gustó. Se trataba de gente llena de sangre, en las camisas, en los pantalones, en el pelo… parecían tener la mirada perdida, no, la mirada la tenían fija en los soldados, simplemente no parpadeaban. Y la avenida comenzó a llenarse de ruidos de pies arrastrándose y de una especie de gruñido que hacía que a Smith se le pusiera la piel de gallina. Algo iba terriblemente mal. Y parecía que iba a empeorar.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (IV) Por JD


Justo antes de salir del cuartel las noticias empeoraron. Su misión había pasado de simplemente apoyar la ley marcial a tener que cerrar las ciudades y mantenerlas en cuarentena. Y por lo visto tenía que ser realizado con urgencia, por lo que los nuevos planes tenían que ser creados mientras se desplazaban.

El general no tenía problemas con trabajar bajo presión, pero eso era demasiado. Una cuarentena no era una cosa a tener tomada en broma. Era algo serio. Y no se podía preparar en unas horas. Por suerte sus subordinados eran personas competentes y sabían improvisar sobre la marcha. Pero aún así…

Lo primero que tuvieron que hacer fue decidir las vías de acceso que se cortarían con tanques y cuáles con camiones o simples controles. La teoría dictaba que las principales vías de acceso tendrían que ser cortadas con ayuda de bloques de hormigón y con los tanques. Pero el problema era que cualquier persona con dos dedos de frente se lo imaginaría y trataría de salir de la ciudad por vías secundarias. Se decidió consultar con las autoridades locales y pedirles ayuda para localizar esas posibles vías de escape y vigilarlas. No era factible tener tanques por todas partes y mucho menos rodear una ciudad completa para que nadie entrara o saliera. Era imposible.

Cuando llegó el general con las primeras unidades los tanques ya habían tomado posiciones y los camiones con los bloques de hormigón estaban montándolos a izquierda y derecha de manera que se pudiera atravesar el control pero a poca velocidad.

Smith comenzó a dar las primeras órdenes y a coordinarse con la policía que tampoco parecía muy contenta con las medidas pero que estaban agradecidas de toda la ayuda de la que pudieran disponer. Además de los controles fuera de la ciudad se decidió cortar las principales arterias de la ciudad dentro de la misma. Sólo el transporte público, los servicios de emergencias y los camiones con provisiones podrían acceder o salir.

El general instaló su cuartel general justo al final de una de esas largas avenidas. Desde la misma podía ver los controles de salida de la ciudad así cómo una de sus principales vías de circulación. Durante largas horas se reunió con jefes de policía, servicios de emergencias, con sus colaboradores e intentó no dejar nada al azar. La ciudad sería patrullada por parejas compuestas por miembros del ejército y de los servicios de seguridad locales que conocían mejor la zona. Cuando salió de la tienda se apoyó en uno de los bloques de hormigón. Habían formado tres hileras con los mismos que cortaban completamente la calle y la carretera. En medio de dos de ellas además habían puesto alambrados coronados en la parte superior con alambre de espino circular. Además tenían tres tanques, uno a cada lado de la calle encima de la acera, y otro casi en el centro de la carretera. Porno hablar de los humvees con ametralladoras en el techo.

Los focos se acababan de encender e iluminaban toda la zona como si fuera de día. Podía escuchar el sonido de los helicópteros patrullando los cielos de la ciudad. La suerte era que por ahora no se había tenido que enfrentar a la ira de los vecinos. Pero era cuestión de tiempo. En cuánto se dieran cuenta de que no podían salir ni entrar de la ciudad se pondrían furiosos. No porque tuvieran que hacerlo, sino simplemente porque les negaban la posibilidad a ello. No había nada mejor que prohibir una cosa para hacer que fuera más deseable. Así era la naturaleza humana. Suspiró mientras miraba a su alrededor. Los soldados iban tomando posiciones. Sería una larga noche, aunque al ser la primera esperaba que fuera tranquila. Sólo había una cosa que le preocupaba… todavía nadie le había explicado el motivo de semejante despliegue o las razones para tomar medidas tan extremas… y aunque él era un soldado que seguía órdenes, le gustaba saber el motivo por el que ponía en peligro la vida de la gente bajo su mando. Era lo menos que podía hacer por ellos.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (III) Por JD


El general John Smith no era el típico general del ejército. Normalmente los generales se quedaban escondidos en sus despachos calentando con sus culos su sillón y sacando lustre a sus estrellas y medallas, rememorando cómo las habían conseguido. Por supuesto, no decían que la estrella la habían conseguido besando el culo del presidente, después de saludarle en una recepción y alabar la belleza de su mujer y su política de lo que fuera en el momento de la fiesta; no, decían que se la habían otorgado por pensamiento creativo en unas maniobras tras salvar a su unidad mediante un movimiento ingenioso y arriesgado, usando adecuadamente los recursos de que disponían. Obviamente ni había habido maniobras, ni movimientos ingeniosos, a menos que se contasen los de las manos entrechocandas y las sonrisas falsas. Pero nadie los contradecía.

Pero el general John Smith no era así. Le gustaba llevar el traje de campaña, como uno más. Siempre estaba por alguna de las bases que estaban bajo su mando conociendo a los mandos, participando en maniobras o entrenamientos, siendo uno más. No se le solía ver llevar medallas, y si llevaba sus estrellas era por imperativo protocolario. Era duro en el trato profesional, pero siempre con un toque paterno; no se le conocían mujer ni hijos, ni familia cercana, por lo que siempre circulaba el consabido rumor de que el ejército lo había criado para ser el general. Escuchaba atentamente, sin interrumpir, corregía los errores y los explicaba. Y los soldados le admiraban por cómo se fundía con los demás, comía el mismo rancho y se quejaba como los demás cuando la comida no era buena… lo que hacía que a menudo intendencia tuviera problemas.

Las estrellas y medallas, que algunos decían que llegaban hasta el suelo, las había ganado en combate; ayudas humanitarias, negociaciones en secuestro con rehenes… por no hablar de las acciones sancionadas por su ejército por acciones en suelo enemigo de las que no se podía hablar, aunque los rumores apuntaban que el mundo tenía menos terroristas gracias a él y la mitad de la humanidad le debía la vida. Había tocado todas las ramas que se podían tocar del ejército, menos el combate espacial… aunque cuando se lo comentaban sonreía de una forma misteriosa.

Los problemas le empezaron a surgir cuando una llamada telefónica interrumpió su comida, un puré de patatas decente acompañado de carne en su salsa. Malhumorado fue a su despacho a responder al teléfono. No pudo quejarse cuando la voz al otro lado del aparato se identificó como el jefe del Estado Mayor. Al parecer su grupo de combate había sido movilizado y ayudaría a las autoridades locales de varias ciudades en la puesta en marcha de un toque de queda debido a continuos actos de pillaje y actos violentos que estaban desbordados a la policía.

El despliegue, además de soldados, incluiría a la infantería mecanizada, tanques y blindados ligeros, y a la infantería aérea, en forma de helicópteros de combate así como aviones que se encargarían de vigilar la zona de exclusión aérea que se había decretado.

Todo eso le hizo refunfuñar sonoramente mientras daba las órdenes oportunas para que se cancelaran todos los permisos y los cuarteles y sus mandos se prepararan. Meter a soldados en un ambiente urbano era la mayor locura que se les había ocurrido a los políticos. El ejército no estaba entrenado para ese tipo de combate. Pero bueno, al menos sólo se trataba de vigilar a civiles y no de enfrentarse a milicias armadas y organizadas. Seguramente no habría que disparar ni un solo tiro y sólo serían un par de días fuera del cuartel que servirían como una anécdota más en su dilatada carrera.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (II) Por JD


-Su grupo consta de 21 personas –dijo Henry sonriendo-, en estos momentos están acampados a 5 kilómetros de aquí, usted personalmente no se ha acercado a esta base para investigarnos, ha mandado a tres personas diferentes, dos hombres y una mujer, morena, flacucha, que ha sido la que más información ha conseguido de esta base.

El gesto de Donald se torció. Henry continuó.
-Ahora mismo tiene un punto rojo apuntando a su pecho -dijo señalando el mismo-, la gente en este campamento se toma muy en serio su trabajo, y no le gusta que le amenacen. Sabíamos que estarían vigilando así que dejamos que nos espiaran, y mostraran su actitud. Y su actitud no me gusta. Así que me temo que si quieren quedarse aquí para descansar tendrá que seguir las normas más restrictivas.
-Es un farol -dijo Donald mirando a su alrededor-, seguramente alguien de mi grupo les ha informado, para comprar un sitio en este lugar.

Un segundo punto apareció en el pecho de Donald, así como otros tantos en los dos miembros más cercanos a él.
-Por supuesto, seguro que es un farol, pero lo que se está jugando es su vida, no la mía. Mire, le seré sincero -la voz de Henry se endureció-, mis hombres son… profesionales, y los zombies no son precisamente un reto, quiero decir que para entrenarse vuelan los dedos de las manos de los zombies, sus orejas… bueno, ya se lo puede imaginar. Un humano es más… apetecible, más irregular. No se crea, no somos monstruos, le mataremos de un disparo al corazón, y luego, cuando se convierta en zombie… bueno, jugaremos con su cuerpo. Excepto que nos toque los cojones demasiado; en ese caso no tendrán problemas en ver cuántos disparos necesitan para matarle lentamente. ¿De verdad quiere comprobar mi farol?

Como para corroborar sus palabras en ese momento llegó un grupo de militares pertrechados perfectamente. El que iba en cabeza, con una gorra, y dos estrellas en los hombros se acercó a Henry sonriendo y sin hacer caso a los desconocidos dijo:
-Henry, muchacho, ¿te están causando problemas estos civiles? Mis hombres necesitan entrenamiento cuerpo a cuerpo.

La cara de Donald paso por varias fases mientras Henry sonreía.
-General Smith, no, creo que esta gente ya se iba. Parecen no querer aceptar las condiciones para pasar un fin de semana aquí.

-Qué lástima -dijo el general-, bueno, nosotros vamos pasando, si necesitas algo sólo tienes que silbar -a continuación indicó a sus hombres que le siguieran, y avanzaron hacia el interior de la base ignorando por completo al grupo que estaba en la puerta.
-Bien -dijo Henry que no se esperaba la llegada del general ese día-, si su grupo y usted quieren descansar y ayudarnos serán bienvenidos, y si no… bueno, ya sabe dónde está la salida.

Donald miró a su alrededor y vio la cara de miedo en sus acompañantes.
-Nos vamos… por ahora.

Henry los vio marchar y se fue a buscar al general para ponerle al día de los últimos acontecimientos, y para ponerse él también al día de lo que estaba pasando ahí fuera.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (I) Por JD


Base Militar Echo (En el presente)

-Mierda -dijo Henry sacando el destornillador del motor y tirándolo al otro lado del hangar, pasar los motores eléctricos a los vehículos militares estaba siendo una tarea tediosa y dificultosa. En teoría tendría que ser al contrario, dado que los puñeteros eran más grandes que un vehículo civil, y deberían tener más espacio, pero trabajar con ellos se estaba convirtiendo en una pesadilla.

Su comunicador cobró vida:
-Henry se acerca un grupo a la puerta principal, armado.

Henry suspiró, otra vez a hacer de poli malo. Se subió a un humvee que le había venido a buscar, uno de los que ya usaban el motor eléctrico, y le llevó a la entrada principal donde le estaba esperando uno de sus hombres.

Se bajó del humvee que con la misma rapidez que le había traído y desapareció. Se arregló el uniforme militar que llevaba y esperó a que llegaran las visitas. No tardaron mucho. Se trataba de un grupo típico de supervivientes, desaliñados, descuidados, y con la mirada perdida. Respiró hondo, esperó a que el que seguramente debía ser el que estaba al mando diera un paso al frente e hiciera contacto ocular.
-Bienvenidos a la base Echo damas y caballeros, ¿qué puedo hacer por ustedes?

El que estaba al cargo llevaba unas gafas de sol que le ocultaban los ojos, una barba incipiente, y una sonrisa que indicaba que creía estar por encima de Henry.
-Me llamo Donald Brown, estoy al cargo del grupo de supervivientes. Quisiéramos que nos proporcionara comestibles y ver lo que tiene por si podemos usar algo.

Henry miró de arriba abajo al hombre que acababa de hablar casi en un tono amenazante.
-¿He de suponer que si no accedo ocurrirán cosas malas?

Donald sonrió maliciosamente mientras teatralmente se quitaba las gafas de sol.
-Les hemos observado, apenas tiene hombres, muchos refugiados, y vehículos interesantes. No se lleve a engaño, las personas que me acompañan no es mi grupo completo, sólo… un ejemplo de lo que tengo bajo mi mando, hombres y mujeres entrenados en el uso del armamento, que han sobrevivido a este apocalipsis, y entrenado con sus vidas en juego contra los zombies.

-Esta base -comenzó a recitar Henry- es un santuario para la humanidad. Prometemos protección contra el exterior a cambio de mano de obra. Siempre necesitamos que se lleven a cabo obras, reformas, mantenimiento. Tratamos de ser sostenibles, y plantar y cuidar cultivos es una tarea diaria y dura. Así que a cambio de ayuda les damos comida, un lugar donde dormir, y a gente como ustedes pues… les ofrecemos un trato parecido, pueden pasar unos días tranquilos aquí, ayudando con esas tareas, o pueden irse por el mismo lugar que han llegado.

Eso no gustó a Donald que miró duramente a Henry.
-Creo que no me entiende, usted nos proporcionará lo que necesitemos, sin causar problemas. Les hemos estudiado, podemos tomar esta base cuando queramos. Pero preferimos evitar un derramamiento de sangre entre humanos, y encontrar un entendimiento beneficioso.

Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (XX) Por JD


-¿Por qué no un centro comercial? -preguntó otro con una sonrisa esperando haber dado con una solución ideal-, tiene mucho espacio, comida… podríamos quedarnos ahí durante años.

-No lo tengo muy claro -contestó Henry-, seguro que no eres el primero que ha tenido esa idea… y tarde o temprano los zombies llegarán también a ese sitio, y todos sabemos que los zombies cuando ponen el ojo en una presa no la dejan ir.

-Pero eso son sólo en las películas -indicó otro-, seguro que estos zombies… bueno… esto… vale… los zombies también sólo existían en las `películas… perdona Henry, continúa.

-No quiero quedarme aquí porque está cerca de un núcleo poblado, y aunque podríamos resistir… no sería durante mucho tiempo –pudo continuar por fin Henry-, así que he pensado en una zona de cabañas que la empresa tiene en las montañas al lado de un lago. Es una zona deshabitada, alejada de la civilización pero podemos quedarnos ahí durante un tiempo mientras ponemos a punto los vehículos y decidimos qué hacer a continuación.

Todos parecieron estar de acuerdo con el plan.

Mientras acababan de cargar los datos en los GPS’s de los vehículos para usar carreteras secundarias y desviarse de núcleos de población e decidió que el orden de los vehículos sería primero las motos de cross que irían entre medio y un kilómetro por delante abriendo el camino a modo de exploradores, seguidos por un SUV que iría en cabeza, los dos monovolúmenes y cerrando el grupo el otro SUV, y después a otro medio kilómetro más o menos dos motos de gran cilindrada que serían las encargadas también de comprobar que no les seguían problemas.

Todos los conductores estarían comunicados mediante walkies y armados. Excepto los conductores de los vehículos de cuatro ruedas que serían los co-pilotos los que harían las tareas de guardianes.

Sam comprobó un panel y dio el visto bueno.
-Las instalaciones están listas para cerrarse a cal y canto. No creo que nadie pueda entrar en las mismas si no es usando explosivos -Henry miró por última lo que le rodeaba con cierta nostalgia. No sabía si tendría ocasión de volver a esas instalaciones en las que tantos buenos momentos había pasado. Pero era hora de pasar página.

Se montó en el SUV que iba en cabeza y comprobó las comunicaciones. Todos dieron el ok. En su vehículo iban Ellen, Jonathan y sus hijos, que estaban medio dormidos y no se estaban enterando de mucho. Para ellos esto era una aventura.

Las puertas del garaje se abrieron y uno a uno fueron saliendo los vehículos hacia la oscuridad de la noche. Cuando hubieron salido todos, las luces se apagaron y las puertas se volvieron a cerrar para no dejar pasar a nadie durante un largo tiempo.

Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (XIX) Por JD


Durante la siguiente hora Henry fue de un lado para otro. Tenía que revisar los vehículos con el muevo motor eléctrico que estaban preparados para viajar. También tenía que decidir con los demás cómo cargar los vehículos de manera que ninguno fuera excesivamente lleno. Era un problema, dado que no sabía el coste que supondría la carga para los motores. Poco a poco fueron llegando algunos de los amigos a los que había avisado, con su familia, hijos, mujeres, compañeros. Algunos pidieron que les explicaran qué estaba pasando, otros por la mirada y sus testimonios posteriores ya lo habían sufrido y habían huido justo a tiempo. Explicar a la gente que algo como los zombies existía era algo complicado. Por suerte había otros testigos.

Cuando dedujo que nadie más iba a venir los reunió a todos.
-Bueno, creo que ya no vendrá nadie más. A todos los que estáis aquí, bienvenidos y gracias por vuestra confianza. Si os he reunido aquí es para intentar salvarnos todos. Mi plan no es infalible, pero haré todo lo posible para que sigamos vivos hasta que el problema esté solucionado y las autoridades y el ejército cumplan con su cometido. Si os estáis preguntando cómo es que no usaremos los vehículos que habéis empleado para llegar hasta aquí es porque, entre otras cosas, son demasiado ruidosos. Y no es cuestión de ir llamando la atención. En cambio, estos preciosos vehículos -dijo pasando la mano por uno de los capós de un monovolumen-, son casi silenciosos. Obviamente cosas como el ruido causado al rozar las ruedas con la calzada no se puede solucionar, pero la parte eléctrica de los motores es silenciosa completamente.
>>El problema es que sólo son modelos experimentales. La idea original era conseguir la conservación de la energía completa, y por lo tanto no sería necesario usar el motor de combustión, éstos son los primeros prototipos, que sólo conservan el cincuenta por ciento de la energía. Por eso, cuentan además con un motor convencional de combustión, aunque sería adecuado no usarlo salvo en caso de emergencia. Están equipados de manera que los chasis absorben energía solar y la convierten para poder usarla, aunque no es muy eficiente todavía. Como ya he dicho, son prototipos. Y espero no encontrar fallos en los mismos mientras… huimos.

-¿A dónde? -preguntó uno de los allí reunidos-. Si estamos cargando los vehículos es que no esperas quedarte aquí.

-No sería adecuado quedarnos en un sitio poblado, por razones obvias- respondió Henry-. Lo ideal sería ir moviéndonos cada pocos días para evitar ser localizados y cazados, pero no he tenido tiempo de… examinar los vehículos a fondo, así que por ahora sería adecuado buscar un sitio solitario donde quedarse, comprobar que los vehículos funcionan y luego… decidir qué hacemos.

Jornada 4: Henry, el ingeniero industrial (XVIII) Por JD


La factoría no estaba muy lejos del complejo residencial, a unos diez minutos sin tráfico por la carretera principal. Mientras salían del sitio donde habían vivido gran parte de su vida ninguno miró atrás. Por suerte por el camino no encontraron ni zombies, ni tráfico. Cuando se habían alejado medio kilómetro comenzaron a escuchar las sirenas que se usaban para casos de emergencia. Tal vez así los vecinos tendrían una oportunidad de sobrevivir, o de morir en familia. Pensar en ello hacía que Henry se sintiera frustrado y no parara de pensar en que si se hubiera quedado a lo mejor podría haber organizado a los vecinos, y podrían haber vencido a los zombies, o podría haber muerto… Viendo en el retrovisor a los hijos de Sarah que parecían haberse puesto a dormir de nuevo, benditos niños, se aseguró a sí mismo que la que había tomado era la decisión correcta. Egoísta seguramente, pero… era una deuda de honor.

Cuando llegaron a la factoría Henry dirigió el vehículo directamente al garaje uno donde estaban el resto de vehículos de pruebas. Ahí le estaba esperando Sam, que miraba cómo uno de sus hombres, Jack, colocaba varias cosas en la parte trasera de otro SUV. Henry se bajó y saludó a Sam:
-No tengo intención de quedarme mucho tiempo aquí. Revisar los vehículos, comprobar que lo tenemos todo y largarnos enseguida. Lo que no entiendo es cómo es que me has creído enseguida.

-Digamos que tenía mis sospechas por rumores que había escuchado -respondió Sam algo esquiva. En ese momento otro de los compañeros de seguridad de Sam apareció portando un enorme baúl atento a la conversación.
-Su novio es policía y lleva sin saber de él casi una semana, por lo visto en la ciudad ha habido disturbios e incluso han tenido que llamar al ejercito y declarar la ley marcial.

Sam le lanzó una mirada poco amistosa:
-¿No tienes asuntos que atender Daniel?

Henry recordó vagamente la conversación, más o menos, que había mantenido con su amigo, el general, hacía unos días, y de cómo no habían podido quedar por que les habían movilizado.
-Seguro que estará bien -dijo finalmente sin querer revelar la información, no tenía sentido preocupar más todavía a Sam-. ¿Cómo va por aquí?

-Ocho trajes antidisturbios completos -comenzó a recitar Sam-, con sus escopetas adaptadas para disparar bolas, sacos, o gases lacrimógenos, cinco subfusiles MP-5 con cuatro cargadores completos para cada uno; diez pistolas glock reglamentarias, con dos cargadores completos para cada uno, y cartuchos de varios tipos para las escopetas.

Henry silbó sorprendido.
-Vaya arsenal que teníamos, y yo sin saberlo.

Tom, otro de los hombres bajo el mando de Sam, que había estado colocando material en el SUV intervino.
-El espionaje industrial es un negocio serio y se paga muy bien la información de otras empresas.

Henry no pudo evitar sonreír al mirar los vehículos.
-Que me vas a contar.