Los siguientes días y semanas pasaron rápido para Xavier. Todo era borroso. Demasiado repetitivo y desagradable. Muertos vivientes por todas partes a los que había que volver a matar. Y luego darles santa sepultura. Se trataba de familias y vecinos a los que todo el mundo conocía, y a los que se tenía que llorar.
Era cierto que no eran entierros de verdad. En situaciones normales se incineraba el cadáver, y se enterraban las cenizas, pero en aquellas situaciones lo normal era piras masivas y lápidas señalando una tumba vacía para recordar a las personas. Y él, aparte de acabar con sus vidas, debía luego darles la extremaunción y rezar por sus almas. A pesar de que ni siquiera era sacerdote, pero al parecer la gente no quería escuchar esa parte de su vida. Se quedaban con que había sido un siervo de Dios. En algunas ocasiones conseguía subir al santuario a tratar de desconectar y hablar con el prior.