Jornada 9. La Ira de Dios (152)


Los siguientes días y semanas pasaron rápido para Xavier. Todo era borroso. Demasiado repetitivo y desagradable. Muertos vivientes por todas partes a los que había que volver a matar. Y luego darles santa sepultura. Se trataba de familias y vecinos a los que todo el mundo conocía, y a los que se tenía que llorar.

Era cierto que no eran entierros de verdad. En situaciones normales se incineraba el cadáver, y se enterraban las cenizas, pero en aquellas situaciones lo normal era piras masivas y lápidas señalando una tumba vacía para recordar a las personas. Y él, aparte de acabar con sus vidas, debía luego darles la extremaunción y rezar por sus almas. A pesar de que ni siquiera era sacerdote, pero al parecer la gente no quería escuchar esa parte de su vida. Se quedaban con que había sido un siervo de Dios. En algunas ocasiones conseguía subir al santuario a tratar de desconectar y hablar con el prior.

Jornada 9. La Ira de Dios (151)


La familia comenzó a preparar las maletas mientras Xavier vigilaba la calle desde una ventana del primer piso. Acababa de amanecer y todo parecía estar tranquilo. ¿La calma antes de la tormenta? Esperaba que no. Lo cierto es que cada vez que tenía un enfrentamiento con los zombis acababa con terribles dudas de todo tipo. Físicas, psicológicas, metafísicas… y no tenía a nadie con el que poder hablar para que entendiera su particular cruzada interior.

Joan le comunicó por la radio que estaban cerca y que se prepararan .Xavier le comunicó que no había zombis a la vista. En unos minutos salía a la calle a recibir a sus compañeros de viaje más reciente.

-¿Qué pasó con Pere? –Fue lo primero que preguntó Xavier nada más estar a su altura.

Jaume negó con la cabeza dando a entender que cambiara de tema. El amplio grupo volvió a la plaza del ayuntamiento sin problemas. Ahora tocaba decidir qué había que hacer con los supervivientes y con los zombis que quedaran encerrados en las casas… y los que había en el patio de la mina.

Jornada 9. La Ira de Dios (150)


-¿Sigue vivo padre? –Dijo a modo de saludo- Las calles parecen tranquilas, aunque todavía quedan grupos dispersos de zombis según nos han informado. Si está listo podemos ir a buscarle.

Xavier miró a su compañero que asintió con la cabeza mientras salía de la cocina para despertar a sus hijos y prepararles para dejar la casa.

-Os estaremos esperando –respondió Xavier- Miraré si hay peligro y os iré informando si algo cambia. Creo que será mejor que os esperemos dentro de la casa en vez de encontrarnos a medio camino. Hay dos niños en el grupo.

-Entendido –respondió Joan- Le iremos informando también de nuestros movimientos para que no nos dispare por accidente.

Xavier cortó la radio sin reírse por el comentario. Tal vez estaba demasiado cerca de la verdad.

Jornada 9. La Ira de Dios (149)


Tal vez porque ya estaba acostumbrado, o porque el día había sido muy largo y él ya no estaba para esas emociones, pero Xavier no tardó en dormirse. Pero la noche no fue agradable y las pesadillas le asediaron toda la noche en forma de recuerdos de gente que había muerto a sus manos.

Cuando se despertó no tenía la sensación de haber descansado y una vez más le asediaron las dudas sobre sus acciones. Al recordar sus acciones del día anterior no pudo evitar fijarse en que no había dudado en ningún momento en volarle la cabeza a los desconocidos ocupantes de la casa. Su parte racional le decía que era lo correcto, que le habrían matado a él y al resto de la familia… pero no había dudado ni un segundo al respecto. Y eso le estaba comenzando a afectar.

El padre le saludó cuando le vio aparecer y le acompañó a la cocina donde le hizo el desayuno. Ninguno dijo más de lo necesario. Xavier comprendía en cierto modo por lo que aquella familia estaba pasando. Y en los días siguientes iría a peor. ¿Pero qué podía hacer él? A pesar de lo que la gente creyera no tenía todas las respuestas.

Su radio cobró vida y al otro lado sonó la voz de Joan.

Jornada 9. La Ira de Dios (148)


Los niños parecieron alegrarse, y su padre también. Xavier desconectó la radio. No preguntó por los detalles de lo que había pasado en la plaza en su ausencia; ya habría tiempo para ello. Y el día había sido demasiado largo como para tener que escuchar más detalles de muertes.

El dueño de la casa preparó una cena rápida pero abundante que los niños al principio no parecían querer comer, pero al ver cómo Xavier la comía sin problemas comenzaron a devorarla como si llevaran días sin llevarse nada a la boca. El miedo tenía esas cosas. Aquellos niños habían sido afortunados… dentro de la desgracia. Habían perdido a su madre para siempre, pero al menos seguían vivos y con un padre que era más de lo que muchos podían decir.

Todos cenaron en silencio sin decir nada. Cuando terminaron Xavier acompañó al padre a acostar a los niños por petición de estos. Parecían sentirse seguros con aquel desconocido que les había salvado la vida. Inocentes. Dejaron una luz del cuarto encendida y salieron afuera.

-Puede dormir si lo desea –dijo el hombre- Yo me quedaré a vigilar. Le aseguro que esta vez no me separaré de mi escopeta. Y por lo que parece a usted le espera un día muy largo y le conviene descansar. Además, tampoco podría dormir, seguro que mis hijos… se despiertan en medio de la noche… y me necesitarán. No creo que me mueva de la puerta de su habitación.

Jornada 9. La Ira de Dios (147)


Tras unos minutos la radio volvió a cobrar vida.

-Parece que nos quedaremos aquí esta noche para hacer limpieza mañana –le informó Joan- Así podremos aprovechar las horas que estemos aquí para coordinarnos mejor. Y comenzar en cuando salga el sol. ¿Qué hará usted?

-Creo que iré hacia el ayuntamiento –respondió Xavier pensativo.

-Quédese a pasar aquí la noche –le interrumpió el dueño de la casa- Tenemos comida, y seguro que… los niños agradecen que esté aquí.

-Creo que sería más seguro que todos fuéramos al ayuntamiento –respondió Xavier- Estaremos más seguros.

-¿Está con personas? –Preguntó Joan al otro lado de la radio- Tal vez sería mejor que se quedara con ellos y mañana por la mañana vayamos a buscarle. Como usted ha dicho no sabemos lo que puede haber ahora por las calles.

Xavier se quedó en silencio durante un rato pensativo. Pudo ver la mirada asustada de los niños y suspiró.

-De acuerdo, me quedaré aquí a pasar la noche y esperaré vuestra llegada mañana –dijo resignado.

Jornada 9. La Ira de Dios (146)


Ayudó a poner en pie la puerta que había derribado y que daba a la calle y bloquear la entrada con un mueble para que no tuvieran más sorpresas de momento. Luego, una vez todo calmado, pensó en Joan y el resto de personas que se habían quedado en el ayuntamiento. Tenía que ponerse en contacto con ellos y hacerles saber que estaba bien y comprobar cómo habían ido sus planes. Con todo el alboroto no había escuchado ninguna explosión. Esperaba que todos estuvieran vivos y no hubiera habido más problemas.

-Soy Xavier –dijo conectando la radio- ¿Cómo está el tema por la plaza?

-Ha sido un desastre –respondió la voz de Joan al otro lado del aparato algo nervioso- Hemos perdido al alcalde. Ahora la zona está más o menos tranquila pero… ¿Cuál es su situación padre?

-Estoy dentro de una casa ahora, a salvo; las calles están desiertas pero sería conveniente hacer una limpieza más a fondo –informó Xavier- Es posible que más de una casa contenga una sorpresa desagradable y puede que por ahora estén encerrados pero tarde o temprano podrían salir. ¿Cuáles son los planes por vuestro lado? ¿Nos quedamos en el pueblo o nos vamos y volvemos mañana?

-Un momento, que no hemos tenido tiempo para pensarlo.

Se hizo el silencio y Xavier se quedó a la espera de noticias mientras observaba cómo los niños salían de la habitación abrazados a su padre y con la cara blanca por lo que había pasado. Seguía sin acostumbrarse a esa imagen por más que la viera.

Jornada 9. La Ira de Dios (145)


-Ahora lo importante es deshacerse de los cadáveres para que sus hijos no los vean –sugirió Xavier.

-¿Pero qué les voy a decir? –Preguntó el hombre mientras miraba a sus hijos- ¿Cómo les explico que su madre y sus abuelos…?

-Dígales que ahora están en el cielo a salvo –respondió Xavier- Que estaban… enfermos.

El hombre suspiró y luego se acercó a los niños.

-Estaré en el pasillo, ¿de acuerdo? Pero no quiero que os asoméis hasta que yo os lo diga. Si necesitáis algo sólo tenéis que llamarme.

Los niños asintieron.

Xavier ayudó al hombre a esconder a su familia y tratar de limpiar de restos humanos el suelo y las paredes. Debía de haber pasado cerca de una hora y a través de las ventanas vio que comenzaba a oscurecer. El tiempo pasaba rápido cuando luchabas por tu vida y luego tratabas de limpiar el desastre que habías dejado a tu paso.

Jornada 9. La Ira de Dios (144)


-Mientras sus padres la cuidaban yo estaba dando de comer a nuestros hijos –continuó- Creíamos estar seguros dentro de la casa… mientras fuera los zombis caminaban a sus anchas pero… no ha sido así. Primero escuché ruidos como de cosas que se caían, luego gritos. Cuando subí para ver qué estaba pasando ya era tarde. Los tres se habían transformado… Yo me repetía que era imposible. Que no podía estar sucediendo. Mi mujer no había muerto… pero… tenían esa mirada en blanco pero a la vez terrorífica… vacía… y cuando me han visto han ido a por mí.

Xavier podía imaginar que algo parecido debía de haber ocurrido en la urbanización cuyos habitantes habían tratado de atacar el santuario.

-He bajado corriendo las escaleras para coger a los niños. Pero no sabía a dónde escapar. Quiero decir… las calles estaban plagadas de esas criaturas… mientras lo decidía los zombis habían bajado las escaleras y comenzado a buscarnos. Cuando los niños se han dado cuenta de lo que estaba pasando… bueno, se puede imaginar que ver a su madre y a sus abuelos transformados no es agradable precisamente. Los he cogido y hemos subido por las escaleras y nos hemos refugiado en el cuarto de baño que tiene su propia cerradura.

-Y supongo que entonces es cuando he llegado yo –dijo Xavier para finalizar el relato.

-Gracias a Dios, no sé qué hubiera hecho si llegan a echar la puerta abajo.

Jornada 9. La Ira de Dios (143)


-Si sólo había tres zombis, sí –respondió Xavier- No he encontrado más en el resto de la casa.

La puerta se abrió lentamente y pudo ver el rostro blanco de miedo de un hombre que se asomó con cautela. Detrás había dos niños que parecían estar aterrados y tenían el rostro rojo y lleno de lágrimas mientras que de la nariz no paraba de salirles mocos.

Xavier cogió un par de sábanas de la cama de la habitación y salió de la misma para ponerlas sobre los cadáveres. No era cuestión de que los niños vieran aquella carnicería. Y tampoco el hombre. Regresó en seguida. Para entonces el hombre había salido mientras que los niños le seguían abrazados fuertemente a sus piernas.

-Gracias por la ayuda –dijo el hombre- No sé que hubiéramos hecho si no llega a aparecer. Ha ocurrido todo tan rápido y de forma tan inesperada… ni siquiera he tenido tiempo para coger la escopeta… y sinceramente no sé si hubiera sido capaz de usarla.

-¿Eran familiares suyos? –Preguntó Xavier.

-Mi mujer y sus padres. Ha ocurrido todo tan deprisa… –reiteró el hombre . Primero mi mujer… y luego… Ha sido horrible. Llevaba encontrándose mal un par de días, con fiebre y sin ganas de comer, pero yo creía que era la gripe y la he dejado en la cama.

-Entiendo –dijo Xavier escuchando atentamente.