Jornada 9. La Ira de Dios (109)


-En que si vamos todos juntos nos tendremos que enfrentar a todos ellos –señaló Joan- Además, yendo en pequeños grupos nos podremos mover más rápidamente.

-Eso es cierto –dijo una voz de otro coche- Si hemos de correr o escondernos es mejor que seamos pocos y no un gran número.

-Pues entonces, seguiremos el plan –dijo Pere-. Mi coche entrará por la carretera principal mientras que el de Joan irá hasta la antigua mina y entrará por ahí. El coche de Xavi rodeará el pueblo por la carretera de Lluc y entrará por el lado contrario. Esperaremos a que los demás estemos listos y entraremos todos en el pueblo a la vez.

-De acuerdo –respondieron desde los otros dos coches a las órdenes de Pere- Excelencia escóndase bien mientras tanto que usted será el que tenga que esperar más tiempo.

-Tranquilo Joan, te dejaré algunos zombis para ti y así podrás contarlo en tu casa.

-Muy amable, muy amable –respondió Joan mientras devolvía el walkie a Tomeu- Bueno, padre, parece que nos ha vuelto a salvar la vida. O al menos a darnos una oportunidad más clara de sobrevivir.

-Eso espero hijo, mío, eso espero –respondió Xavier mientras comenzaba a rezar en silencio.

Jornada 9. La Ira de Dios (108)


-¿Pero no será peligroso que nos separemos? –Preguntó Pere preocupado.

-Si estuviéramos tratando con seres inteligentes desde luego pero los zombis son criaturas que se mueven por extraños instintos, siguiendo ruidos, olores… cosas que se salen de lo normal. Así que si nos separamos en varios grupos les acabaremos confundiendo ya que no sabrán hacia dónde dirigirse. Puede que se separen y nos tengamos que enfrentar a ellos en grupos más pequeños. Si atacamos todos juntos ellos harán lo mismo, y seguro que tienen la ventaja del número. O eso supongo para que tengan que dar la alarma en el pueblo.

-Suena tan ilógico que puede funcionar y todo –respondió Pere al plan de Xavier- ¿Qué os parece?

Jornada 9. La Ira de Dios (107)


Joan y Xavier iban en el primer coche mientras que el alcalde les seguía en otro a cierta distancia. El pueblo vecino, Selva, no estaba muy lejos, de hecho se podía ver desde Caimari. Se encontraba encima de una colina que habría que remontar con los vehículos. Ambos pueblos eran unidos por una larga recta de más de un kilómetro de longitud antes de llegar al pie de la colina. Dicha recta se les hizo eterna, a pesar de que apenas tardaron un par de minutos en recorrerla.

-Creo que deberíamos usar un movimiento envolvente –dijo Xavier pensativo mientras notaba cómo el coche desaceleraba para subir la cuesta.

-Padre, algunos de los presentes no tenemos ni idea de esa jerga militar suya –respondió Joan a su lado.

-Bueno, es algo bastante sencillo, consiste en… -Se quedó en silencio ante el gesto de Joan.

-Un segundo, padre. Tomeu pásame el juguete –dijo al copiloto que le alargó un walkie- Creo que será mejor que nos lo explique a todos a la vez y así ahorramos tiempo. Si le parece bien.

-Sí, claro, no sabía que tenían esos comunicadores –se excusó Xavier.

-Excelencia, ¿me escucha? El padre tiene una idea que desea explicarnos –dijo Joan activando el walkie.

-Muy gracioso –respondió Pere al otro lado de la comunicación- Le escuchamos.

-Creo que sería más adecuado separarnos y entrar en el pueblo desde distintos puntos y luego ir yendo hacia el centro del mismo para encerrar a los zombis e impedir que se escapen.

Jornada 9. La Ira de Dios (106)


-Son nuestros vecinos, y creo que el padre lo ha dejado claro, sólo voluntarios deberían ir –respiró hondo- Igualmente aquí debe quedarse gente para continuar la construcción de las defensas y avisar al santuario de lo que se les puede venir encima.

Todos asintieron y se miraron entre sí tratando de decidir quién iba y quién se quedaba. En unos minutos estaba decidido quién iría al pueblo vecino y quién se quedaría para dar la voz de alarma. Varios vehículos aparecieron a la puerta del pueblo y se fueron subiendo a los mismos.

Jornada 9. La Ira de Dios (105)


Respiró hondo, cogió su escopeta y su mochila que siempre tenía a mano y se dirigió al grupo ahí reunido.

-Personalmente creo que sólo deberían ir los que quieran arriesgar su vida –dijo mientras comprobaba la carga de su arma- Y creo que ustedes los españoles con sus dichos populares lo dejaron bien claro en algo sobre barbas del vecino que había que remojar o algo así.

Alguno de los presentes no pudo evitar soltar una carcajada ahogada al escuchar a Xavier parafraseando muy mal pero nadie dijo nada en principio. Fue Pere el que tomo la iniciativa pasados unos segundos.

Jornada 9. La Ira de Dios (104)


-Son las campanas de la iglesia de San Lorenzo –dijo una de las personas que le acompañaban en la construcción del muro- Repican para dar la alarma… y eso implica que los tienen en el pueblo.

En unos minutos Joan y Pere llegaron corriendo acompañados de una docena más de personas. Y enseguida se pusieron a discutir todos a gritos si debían ir a ayudar al pueblo vecino o no. Xavier se quedó apartado a un lado escuchando, o más bien tratando de hacerlo, los distintos puntos de vista que se daban.

Enseguida dos bandos se formaron: los que optaban por olvidarse del tema y dejarles a su suerte y los que defendían intervenir en defensa de sus vecinos. Ambos grupos tenían razón en lo que exponían. Y Xavier recordó los familiares argumentos que había escuchado con anterioridad en muchas ocasiones con distintas voces. Y habitualmente lo único que cambiaba era el final de la discusión, quién ganaba la discusión. Y como siempre no había una solución sencilla.

Fue entonces cuando todos se giraron para buscar su consejo. Y deseó haberse ido de ahí o que la tierra le tragara.

-Bueno, padre, ¿qué opina? En su experiencia, ¿qué deberíamos hacer? ¿Vamos o nos quedamos?

Y ahí estaba… teniendo que jugar a Dios y decidir el destino de aquellas personas como si no tuviera suficientes problemas.

Jornada 9. La Ira de Dios (103)


Para sonrojo de Xavier, la familia de Joan le adoptó como si fuera un animalito perdido que hubieran encontrado. La mujer, Joana, estaba encantada de su compañía, y la hija más pequeña se le pegaba todo el día y le seguía a todas partes como si fuera su mascota, haciéndole preguntas de todo tipo.

Lo que iba a ser una noche se convirtió primero en unos días y luego en unas semanas. Volvió a residir sin quererlo en el santuario ante la sorpresa del prior que no pudo evitar señalarle cada día que pasaba la contrariedad de su comportamiento.

Al final se había quedado para ayudar en la construcción de los muros del pueblo y para tratar de ayudarles en lo que fuera posible con sus puntos de vista nada ortodoxos basados en los años que había pasado viajando por el mundo y viendo cómo los zombis habían ido conquistando todo lo que se ponía por delante.

Todo iba bien hasta que un día mientras determinaba que un muro no tenía que ser excesivamente grande a la entrada del pueblo comenzó a escuchar unas lejanas campanas. Buscó con la mirada a alguien que le pudiera explicar qué estaba pasando.

Jornada 9. La Ira de Dios (102)


-En condiciones normales ya se queja de que no llevo invitados a casa –le respondió sin perder la sonrisa- Así que en estas condiciones estoy seguro de que estará encantada de tener no sólo a una persona cultivada como usted que también sabe usar una escopeta y tiene línea directa con Dios.

-Bueno, la verdad es que mis conversaciones con el Señor son más bien monólogos –respondió Xavier- Creo que sólo el Papa obtiene respuestas.

-Paparruchas –intervino Pere- Lo que pasa es que todo el mundo quiere hablar con Dios y no puede respondernos a todos.

-Será eso –dijo Joan- Decidido, se viene a casa. Y mañana subiré con mi familia al santuario.

-Yo me pondré a hacer llamadas para que la gente se prepare –dijo Pere suspirando- Y mandaré también a gente a las casas.

-Seguro que mi mujer está encantada de dar las noticias a sus amigas –dijo Joan- Así que cuando llegue a casa le llamaré para darle una lista de gente a la que no tiene que llamar.

-Le agradezco la ayuda –sonrió Pere mientras se acercaba a la pareja y les daba la mano- Ya hablaremos mañana en todo caso.

Jornada 9. La Ira de Dios (101)


-¿Me fusilarán ahora? –Preguntó Xavier tratando de obtener alguna reacción.

-No, creo que podríamos llamar la atención de los zombis –respondió sonriendo Pere que se puso en pie- Nos ha dado mucho en qué pensar padre, tal vez lo mejor sea trasladar temporalmente el pueblo al santuario y hacer los planes desde ahí. Más tranquilos y aislados. Si los zombis tienen todo el tiempo del mundo nosotros tendremos que ser pacientes para tomar este tipo de decisiones con calma y tranquilidad.

-Creo que estamos de acuerdo –dijo Joan poniéndose también en pie- Dejaremos a algunos voluntarios… solteros para que avisen si aparecen zombis por el pueblo.

-Me alegro de haberles servido de ayuda –respondió Xavier que también se puso en pie- Creo que si no me necesitan más seguiré mi camino.

-Se hará de noche pronto –le interrumpió Joan- Así que hoy cena en mi casa y se queda a dormir con mi familia.

-¿No le convendría hablar primero con su mujer? –Advirtió Xavier que tenía experiencia en esas lides a su pesar- No sé si estará muy contenta de tener un invitado inesperado.

Joan se quedó un momento pensativo y sonrió.

Jornada 9. La Ira de Dios (100)


-Que decida cada familia –respondió Xavier- Dense un tiempo cuando esté todo acabado. Traten de no pensar cuando estudien los refuerzos, simplemente que los muros sean gruesos, no tienen porqué ser demasiado altos, cuanto más altos más fácil que la gravedad les afecte, y si se cae parte del mismo que no afecte al resto y sea fácil de reparar. Vigilen los puntos ciegos… y no llamen la atención.

-Así que nada de campanas para llamar a misa o dar alertas –señaló Pere- Y nada de pegar gritos.

-Piensen que los zombis no salen a buscarnos y cazarnos –señaló Xavier- Se mueven al azar y si escuchan o ven o notan algo que les llame la atención buscan su origen. Si se quedan en el pueblo sin pegar tiros ni causar explosiones es posible que no vean un zombi en mucho tiempo.

-Podríamos montar patrullas de caza para matarles lejos del pueblo –sugirió Joan- Así resolvemos dos problemas.

-¿Y cómo se aseguran de que no les seguirán? –Apuntó Xavier- Es mejor que no salgan más de lo necesario si se quedan. ¿Recuerda lo que me contaba de su infancia, Joan? En el santuario no se veían apenas zombis. Seguramente porque no llamaban la atención para nada.

Sus contertulios se quedaron en silencio estudiando las palabras del sacerdote. Tal vez las duras palabras de Xavier no habían sido en vano. Ciertamente era cierto que estaban algo confiados, y con su discurso les había arrojado un jarro de agua fría sobre esa confianza. Y lo que había señalado era tan lógico y obvio… pero no había pasado por sus cabezas.