Por supuesto todo se llevaba en secreto, la Iglesia Católica se había convertido en una fuerza política mundial sin precedentes y su influencia llegaba a todas las esferas, y era imposible luchar contra ella cara a cara. Debían hacerlo con paciencia, erosionando su base, y, con el tiempo, hacer que cayera como el falso profeta con pies de barro en la que se había convertido. Tal vez llevaría décadas… pero los cristianos habían aprendido a ser pacientes.
Ese secretismo le había llevado a Xavier a tener que realizar muchos viajes por el mundo, organizando la resistencia de la verdadera fe, y en uno de esos viajes le había llegado un mensaje del obispo de Mallorca, el cual deseaba verle con cierta urgencia. El problema era que el obispo no era precisamente uno de sus fervientes seguidores, y había criticado duramente a su nuevo movimiento así como su discurso. Pero a pesar de todo… quería hablar con él. Por supuesto tuvo que ser otra persona quién le indicara que podría ser una trampa por lo que se decidió que Mara le acompañara a la isla.
El camino hasta la catedral, que distaba unos 500 metros de la plaza del ayuntamiento seguía estando lleno de gente, en esta zona en su la mayoría turistas que admiraban la arquitectura de los edificios, así como el edificio del Parlament que también estaba poco antes de llegar a la catedral y que, al igual que el otro edificio gubernamental, también estaba vigilado. Pero el flujo de turistas les ayudó a pasar desapercibidos.
Cuando estaban en la explanada de la catedral un nuevo problema se les presentó. Más militares. Al parecer justo enfrente de la catedral había una especie de museo militar, o algo por el estilo dado que había varios soldados guardando el edificio así como un par de vehículos militares. Afortunadamente los soldados estaban más preocupados de alejar a los turistas del edificio que de vigilar quién pasaba por la zona.
Xavier se quedó sin aliento al ver la catedral. Había visto y estado en innumerables catedrales pero… ésta parecía tener algo de especial. Era lo primero que veían la mayoría de personas que llegaban a la ciudad por tierra, mar o aire gracias a su situación, desde la que dominaba la bahía de Palma y parecía vigilar la isla como un enorme guardián de piedra durmiente. Podía ver incluso el castillo de Bellver, que estaba al otro lado de la bahía sobre un montículo, desde el que también se podía ver toda la isla. Y a lo lejos un gigantesco portaaviones anclado en el puerto alejado de la costa. Lo único que rompía tan espectacular imagen.
Xavier volvió a mirar a Mara, que parecía nerviosa ante tanto soldado y tanta gente. Se acercó a ella.
-Voy a entrar en la catedral. Es donde he quedado con el obispo… a solas.
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