Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXVIII) Por JD


Donald Brown observaba desde una azotea la marea de zombies que abarrotaban las calles de la ciudad. Le daba asco sentir la fascinación que tenía al ver el movimiento errático de esos seres. Parecían vagar por las calles de un lado para otro, sin rumbo fijo, sin un aparente objetivo. Por más que trataba de adivinar sus movimientos, de buscarles una lógica, no lo conseguía. Y se odiaba al descubrirse fascinado por esas demoníacas criaturas.

Los podía ver avanzar, retroceder, chocar entre ellos, por las calles pero no veía atisbos de inteligencia. Casi parecían no notarse entre ellos. Al menos eso era algo. Tener que luchar y sobrevivir en un mundo así era difícil sin que esos no-muertos pudieran hacer planes, cazarles o aliarse entre ellos.

Si los zombies ya eran peligrosos ahora, unos zombies organizados… le recorría un sudor frío por la espalda sólo de imaginarlo. No tendrían ninguna oportunidad.

¿Cuánto tiempo más seguirían sobre la Tierra los zombies? Notaba el olor putrefacto de su carne. Ese olor que invadía el aire, que a veces, ayudaba a descubrir que había uno cerca. Su carne parecía pudrirse. Pero seguían ahí, sin señales de querer desaparecer en breve. ¿Llegarían a quedarse en sus huesos y seguir no-muertos? Creía recordar que era imposible, que sin la carne y los músculos el ser humano no podía hacer nada y los huesos se separaban. Pero eso era con gente normal y las criaturas que estaba observando eran de todo menos normales.

Daba igual. Para sus planes le convenía que los zombies siguieran sobre la faz de la Tierra durante un tiempo más.

Los primeros intentos de su plan no habían tenido éxito. Los zombies parecían ser difíciles de arrastrar fuera de su ambiente si ellos mismos no querían hacerlo. Y usar métodos como disparos o animales como cebo no parecían tener éxito. Los zombies parecían estar dispuestos a moverse únicamente si había un humano por medio. Pero… ése era un plan al que todavía no estaba dispuesto a llegar. Había pensado en usar algún medio de transporte para llevarles, o para que el cebo los guiara, pero las calles estaban prácticamente intransitables. Entre los no-muertos, los vehículos, y las barricadas que se levantaron en su momento las carreteras estaban prácticamente intransitables. Tal vez un autobús convenientemente equipado… recordaba haber visto algo parecido en una película. Pero no tenía tan claro que pudiera funcionar en la realidad.

Tal vez si usaban dos vehículos se podría llevar a cabo el plan. Pero entonces el peligro estaría en el cambio de vehículos… tantas cosas que podían salir mal. Por ahora debía seguir planeando su próximo movimiento. Siempre que pensaba en el cabrón orgulloso negro ése que se había apoderado de la base militar y quería imponer sus reglas se encendía algo en él que le hacía continuar con sus planes.

Debía enseñarle una lección. Nadie se reía de Donald Brown impunemente. Y cuando una riada de zombies atacara la base militar y acabara con él… entonces vería si seguía siendo tan orgulloso o se meaba de miedo cuando se encontrara de cara ante el peligro de verdad.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXVII) Por JD


-¿La capitana Grumpy? –preguntó con cierta curiosidad la voz al otro lado.

-La capitana Mara Grumpy –insistió Doc-, la militar que nos obligó a cortar el experimento en la ciudad y que tantas vidas pudo costar de no ser por mi genio.

-Aaaahhh, esa capitana Grumpy. ¿Sigue viva? Creía que habíamos acabado con ella cuando destruimos la ciudad.

-Yo también –respondió molesto Doc-, así que imagínese mi sorpresa cuando me la encontré cara a cara, supongo que son las paradojas del destino caprichoso. No podía matarla ya que estaba acompañado de otras personas, aunque por suerte parece haber perdido la memoria y no me recuerda.

-Suerte para usted –replicó la voz- pero si ha perdido la memoria, ¿cuál es el problema?

-¡Que la puede recuperar, estúpido! –respondió gritando Doc y mirando a su alrededor al notar que había alzado la voz-. Hay que matarla. Es un problema de seguridad. Si comienza a recordar cosas puede… hablar… o acordarse de mí.

-Supongo que esta vez con se contentaría con detenerle –sugirió la voz al otro lado- pobre Doc. Debió ser toda una sorpresa para usted. Me puedo imaginar su cara al encontrarse con ella y comenzar a rezar a su Dios y a arrepentirse de sus pecados. ¿Le pasó toda su vida ante sus ojos?

-Ríase y búrlese, pero sabe demasiado –insistió Doc.

-Lo sabe porque usted se lo contó –le recordó la voz-, fue usted… imprudente.

-En ese momento me pareció interesante… además, creía que sus bombas o los zombies arreglarían el problema.

-¿No puede matarla usted mismo? –preguntó la voz-, ya sabe… un accidente.

-No, además, gracias a su espía ahora no la puedo vigilar. Se separó del grupo para buscar rastros de su hombre.

-No encontrará nada –le aseguró la voz-, a pesar de dejarse matar conocía su trabajo.

-Entonces, ¿cómo es que pudimos recuperar un teléfono como el que estoy usando y un mapa con diversas localizaciones señaladas?

La voz al otro lado permaneció durante unos segundos en silencio.

-Eso podría ser un problema –replicó finalmente la voz.

-Por fin –dijo Doc con voz triunfal-, llevo media hora tratando de que lo entienda. Esa mujer es un peligro incluso sin memoria. Sus instintos… no los ha perdido del todo. Hay que matarla.

-Mandaré un grupo –dijo la voz ahora seria y preocupada-. Si sigue con el teléfono eso podría servirnos de ayuda. Llegan GPS instalado y podremos localizarlo y saber dónde está ella.

-¿Y no podrían haber hecho lo mismo conmigo? –preguntó Doc enfadado.

– Su modelo… es más antiguo –respondió la voz con cierta sorna-. No consideramos que su misión fuera importante y prioritaria para tener controlados sus movimientos. Confiábamos en su profesionalidad para mantenerse en contacto.

-Los planes nunca salen como estaban planeados –replico Doc.

-Seguro que de eso sabe usted bastante –señaló la voz enfatizando más aún su tono sarcástico- Sus planes parecen no salir nunca bien, pero puede estar tranquilo, buscaremos y cazaremos a esa militar. Puede darla por muerta. Y tranquilo, nos aseguraremos también que no le persiga en su no-vida. Como favor personal para usted.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXVI) Por JD


-Ahora me llaman Doc a secas –respondió el susodicho a la voz al otro lado del teléfono.

-Nos tenía preocupados Doc –dijo la voz enfatizando en el apodo con tono divertido-. Ha estado meses sin dar señales de vida.

-Y por eso han enviado a un estúpido que se ha dejado coger, comer y a punto ha estado de costarme la vida y mi tapadera.

-Oh –dijo la voz al otro lado tratando de disimular un falso tono de preocupación y desdicha-, así que contactó con su grupo y está muerto, ¿puede darme más detalles?

-Nuestro trato era claro –dijo claramente molesto Doc-, nada de interferencias en esta zona. Es mía para investigar los efectos de los zombies en los seres humanos.

-Sigo sin entender para qué es necesario ese… estudio suyo Doc –dijo sarcásticamente la voz-. ¿A quién le preocupa un puñado de supervivientes? Tenemos problemas más graves que resolver.

-Los zombies, los zombies, los zombies –repitió Doc cansino- Los zombies no son un problema real. Se les dispara a la cabeza y listos. O se usan bombas como hicimos en aquella ciudad. O una maldita bomba de hidrógeno. Seguro que si la hubiéramos usado, ahora podríamos estar volviendo a nuestras ciudades.

-Un poco extremo Doc –replicó la voz al otro lado-, nos debemos a nuestros… clientes. Y no creo que les guste que contaminemos sus ciudades, sus campos, sus instalaciones.

– ¿Tan complicado es diseñar un virus para acabar con los zombies? –preguntó Doc impaciente- Todo su movimiento se basa en el cerebro, basta con encontrar un virus que ataque el cerebro y la parte que reanima a los zombies, se aplica a nivel global y problema resuelto.

-¿Y los seres humanos vivos? –preguntó la voz divertida-. Parece no querer tenerlos en cuenta. Ya sé que para usted son una molestia pero… tenga un poco de corazón.

-Los seres humanos vivos son un mal necesario. Como nuestros…. Aliados –respondió Doc- Pero, de verdad, un virus diseñado para distinguir entre un cerebro vivo y uno muerto. Los zombies son carne muerta ambulante. Con todos sus medios no debe de ser complicado. De hecho… estoy seguro que tienen algo en ciernes…

La voz al otro lado soltó una larga carcajada.

-Tiene toda la razón, estamos haciendo las pruebas actualmente. El mayor problema fue que distinguiera entre tejido vivo o muerto en… bueno… pacientes especiales. Tenga en cuenta que los seres humanos en realidad estamos soltando tejido muerto constantemente. Pero… me complace decirle que las pruebas iniciales parecen satisfactorias.

-Por eso es necesario mi estudio –replicó Doc- ¿Qué sucedería si vuelve a pasar? Necesitamos datos para un próximo cataclismo. Saber cómo se comportan los seres humanos. Para prepararnos. Para tener ideas que no se nos puedan haber ocurrido. Para tener un manual de supervivencia zombie para nuestros clientes si les pilla sin preparación. Todo esto nos servirá para preparar las instalaciones y ciudades para una segunda venida de no-muertos.

-Da por sentado que esto volverá a ocurrir antes incluso de que lo hayamos arreglado.

-Dejemos de discutir por un momento de todo ese tema. No es el motivo para el que le he llamado. Quiero que mande un equipo para matar a la capitana Grumpy de una vez por todas.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXV) Por JD


-Mechas, labors –decía con gran ardor Gerald en su despacho en los calabozos del castillo- Imagínate Doc, luchar contra los zombies con esas maravillas de la tecnología.

Doc miró con cierto desagrado a Gerald.

-No entiendo lo que estás diciendo –le respondió a sus comentarios- ¿mechs? ¿labors? ¿Qué demonios son esas cosas de las que estás hablando?

-Dios mío, Doc, que anticuado eres realmente, robots gigantes –dijo Gerald poniéndose en píe y gesticulando con las manos-. Salen en los “animes”, dibujos animados japoneses, gente conduciendo robots que les protegen y lanzan misiles, y tienen enormes pistolas de rayos… imagínate lo fácil que sería deshacerse de esos malditos zombies. Zam, puff, pum, chiung, y se acabó.

Doc giró la cabeza incrédulo ante lo que estaba escuchando.

-Tenemos problemas más urgentes que resolver que tus estúpidas locuras infantiloides.

Gerald puso gesto de desagrado ante las palabras de Doc. Normalmente éste era desagradable pero últimamente estaba más refunfuñón que de costumbre.

-Si crees que es tan sencillo hazlo tú mismo –respondió Gerald molesto- y si no puedes, como es el caso, lárgate y desaparece de mi vista. Y contrata a un psicólogo o a una buena prostituta, tu comportamiento me está comenzando a molestar sobremanera.

Doc soltó un bufido y salió de los calabozos refunfuñando y recordando a los muertos del informático mientras se dirigía a la salida del castillo.

En la misma le paró uno de los guardas que había apostado.

– ¿A dónde vas Doc? Es peligroso salir ahí fuera solo –le advirtió a modo de saludo.

-Tenía pensado ir a dar una pequeña vuelta para estirar las piernas y disfrutar de la naturaleza y la soledad para despejar mi cabeza.

-Pero ya conoces las normas –respondió el vigía- nada de salidas no programadas y menos sin escolta.

Doc miró a su alrededor y sacó un paquete de cigarrillos.

-Un pequeño vicio que no puedo mostrar en público –respondió mostrando brevemente el paquete- ya sé que no debería hacerlo, pero en casa de herrero… además llevó esto como protección –añadió dándole una palmadita a la escopeta que llevaba a la espalda- y no es como si no tuviéramos vigilada la zona con una absurda cantidad de sensores instalados por el genio local de Gerald.

El guardia se lo pensó durante unos segundos antes de asentir.

Doc sonrió y le dio una palmadita en el hombro mientras salía. Luego bajó las largas escaleras de piedra que separaban el castillo del suelo y se alejó del mismo. Miró a su alrededor asegurándose que no había nadie que pudiera verle ni escucharle. Luego sacó un teléfono del interior de su chaleco y desplegó la antena. Lo encendió e introdujo una serie de dígitos a modo de contraseña. Marcó un número y esperó la respuesta al otro lado de la línea.

-Contraseña zulú – uno – siete – golf – sierra. Extensión 31.

– Contraseña confirmada –respondió una voz al otro lado de la línea- un momento.

Otra voz sonó por el teléfono.

-Doctor Rodríguez. Cuanto tiempo sin saber de usted.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXIV) Por JD


Mara estaba tan concentrada estudiando al recién llegado y debatiéndose con su cuerpo que no quería obedecerla que no se fijó que de uno de los probadores salía una chica semidesnuda que tenía el cuello casi colgando debido a que le faltaba más de la mitad del mismo.

Se acercó a Mara y levantó uno de sus brazos hasta tocar sus hombros. Ésta dio un pequeño salto asustada ante la nueva presencia y al verla gritó. Los brazos de la zombie querían agarrarla pero el movimiento continuo de su cabeza debido a la falta de apoyo en el cuello hacía que sus movimientos fueran fallidos. De alguna manera consiguió agarrar la cadena que llevaba Mara colgada del cuello.

Ésta intentó alejarse de la chica pero notó que no podía debido a la cadena que llevaba alrededor del cuello. Hizo más fuerza pero no parecía poder conseguir que el zombie dejara ir la cadena. Tras un tercer intento la cadena cedió, y la gravedad hizo su trabajo. Mara había estado haciendo fuerza en contra y al liberarse de la cadena esa fuerza hizo que perdiera el equilibrio y saliera despedida hacia atrás cayendo sobre uno de los mostradores de ropa que había.

El entrenamiento que no recordaba actuó y, mientras recuperaba el equilibrio apoyándose sobre el mostrador, lo tiró para ponerlo entre ella y el zombie de la joven. Mientras tanto, el otro zombie que había entrado en la tienda había estado observando todo el movimiento e intentaba cambiar de rumbo para acercarse a Mara, pero los colgadores de ropa que había por la tienda dificultaban sobremanera su tarea.

Mara había comenzado a respirar dificultosamente. Estaba de pie en medio de la tienda viendo cómo dos “personas” parecían querer hacerle daño y ella no sabía el motivo. Sólo sabía que algo en su interior le decía que tenía que salir de ahí rápidamente pero no sabía cómo. La puerta no era una opción dado que el primer zombie que había aparecido le cortaba el camino y no podía retroceder al interior de la tienda dado que ese camino se lo cortaba el segundo zombie.

Miró a su alrededor y sin pensárselo dos veces corrió entre los mostradores de ropa para coger impulso y dar un salto cerrando los ojos y poniendo los codos por delante de su cara. Escuchó el ruido del cristal del escaparate rompiéndose ante el contacto de sus codos y cuando abrió los ojos de nuevo se encontraba de nuevo en medio de la carretera de pie observando la tienda desde fuera, y sangrando por numerosas heridas aunque ninguna de importancia.

¿Cómo había podido hacer eso? Todo era muy confuso, pero decidió que lo mejor era hacer caso a su voz interior y salir corriendo del pueblo alejándose de esas criaturas. Al menos ahora iba vestida y sólo tenía que preocuparse de quitarse ese desagradable olor a quemado.

Mientras seguía caminando en busca de alguna pista que le condujera a saber quién era el espía y por qué les espiaba se dio cuenta de lo poco que realmente había avanzado desde ese primer día. Seguía en la misma situación. No sabía quién era, de dónde venía ni nada, era muy frustrante. Pero al menos ahora tenía compañeros y amigos que se preocupaban por ella y en los que podía confiar. Como Doc.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXIII) Por JD


Mara se despertó alterada. Sudando. Se miró la ropa, creía tenerla ardiendo. Pero estaba apagada. Normal. Completamente empapada en su sudor. Pero sin rastros de llamas. Otra pesadilla que no podía recordar pero que le dejaba un mal sabor de boca.

Era algo frustrante. Quiso dar un puñetazo en el suelo pero recordó que estaba encima de una hamaca colgada entre las ramas de un árbol. No era cosa de probar la teoría de la relatividad y de la estabilidad de su cama temporal. Suspiró al ver las estrellas. La noche parecía tranquila. Los grillos cantaban su canción habitual sin que nadie les interrumpiera.

Al día siguiente, y mientras caminaba explorando la zona se puso a pensar en los primeros recuerdos que tenía. Se recordaba vestida como si hubiera salido de un incendio. Sus ropas hechas jirones no podían ser ni llamadas tales. Se encontró en un descampado con un terrible dolor de cabeza, con todo el cuerpo dolorido y con diversas quemaduras en buena parte de su cuerpo. Mientras deambulaba sin rumbo buscando a seres vivos llegó a un pequeño pueblo que apenas estaba formado por dos hileras de casas a lo largo de la carretera. Se puso a buscar algo de ropa que ponerse.

Mientras se la probaba se fijó por primera vez en una especie de medallón que llevaba al cuello. Parecían unas placas de metal pero estaban borrosas, arrugadas, como si hubieran sido medio derretidas. Pero todavía se podía leer un nombre, Mara. Cuando quiso limpiar la plaquita para ver si podía averiguar el apellido fue cuando se encontró con su primer no-muerto.

Al principio no sabía lo que había pasado sobre la faz de la Tierra. Bueno… no recordaba que hubiera otras personas, así que encontrarse un pueblo vacío no le parecía del todo anormal… dado que no recordaba lo que era normal. Creyó que era el dueño de la tienda. Por alguna razón su cerebro sí recordaba lo que era el dinero y el concepto de las posesiones.

La puerta de la tienda había sonado al abrirse gracias a una campanilla que había sobre la misma. Mara se había girado para saludar al recién llegado.
-Hola, creo que mi nombre es Mara, no recuerdo nada, ¿puede ayudarme? –dijo con voz inocente y algo tímida.

El recién llegado se acercó a ella poco a poco, lentamente, seguramente por miedo a que Mara le hiciera algo, dedujo. Ella levantó las manos para indicar que no le haría nada, que era inofensiva. Cuando el ¿dueño? de la tienda se acercó más, la luz interior le iluminó y Mara no pudo evitar soltar un grito de terror. Le faltaba la mandíbula y parte de la mano derecha, y tenía unas heridas muy feas en el pecho. Pero no parecía sangrar, ni tener ningún dolor.

Mara se quiso acercar para ayudar al desconocido, pero algo en su interior le hizo dar un paso atrás. No lo entendía. ¿Qué le forzaba a tomar esa posición defensiva? Claramente esa persona necesitaba ayuda, pero su cuerpo parecía tener otras ideas.

Mientras, el extraño se acercaba a ella sin perderla de vista.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXII) Por JD


Tenía miedo de mirar atrás. Podía ver de reojo que unas enormes llamas habían invadido el cielo por encima y detrás de ella. Pero se obligó a mirar. Giró la cabeza mientras seguía corriendo. No podía parar. Pasara lo que pasara no podía parar.

La primera explosión había sido en el otro lado de la ciudad. A continuación una segunda explosión cubrió otra parte más de la ciudad. Mientras seguía corriendo una tercera explosión añadió más llamas al cielo. Y luego una cuarta. Y seguía corriendo. Comenzaba a notar el calor. Sabía que tenía apenas unos segundos antes de que las llamas provocaran una implosión, absorbieran todo el oxígeno cercano y bajaran como una lluvia de fuego hacia la ciudad. Sus pulmones estaban a punto de explotar. No podía más. Y aún así se obligó a seguir corriendo.

Notó como el aire comenzaba a faltarle. Pero no era en los pulmones, era a su alrededor. Las llamas comenzaban a reclamar el oxígeno y notaba cómo se comenzaba a levantar un viento que soplaba en su contra. Una fuerza invisible la intentaba arrastrar de nuevo hacia la ciudad pero ella se negaba a rendirse.

Notó cómo de repente todo se paraba. No se escuchaba nada. No se movía nada. Durante un segundo parecía que el mundo se había parado. Y al siguiente segundo una tremenda onda expansiva la lanzaba por los aires unos veinte o treinta metros. O más. O menos. No lo sabía. La explosión la había lanzado contra un árbol y había aterrizado mal. Se apoyó contra el árbol. Notaba todo su cuerpo dolorido, pero adormecido. No podía conseguir que se levantara.

Al fondo veía cómo las llamas habían invadido gran parte de la ciudad. ¿Estaría a salvo? La temperatura aumentaba a su alrededor. No podía imaginar la temperatura que haría en el centro de las llamas. Observó con terror cómo un par de niños habían salido al balcón de su casa.

¿Qué hacían ahí? ¿Por qué no habían sido evacuados? Estaban vivos, dado que señalaban con sorpresa las llamas en el cielo. La impotencia se apoderó de ella. No podía hacer nada. Golpeó fuertemente con sus puños el suelo donde estaba. Nunca había sentido tanta rabia o impotencia en su vida. Ni tantas ganas de matar a alguien con sus propias manos.

Las llamas acabaron de descender e inundaron toda la ciudad. La capitana Grumpy vio con horror como los niños gritaban durante un segundo antes de ser engullidos por el fuego. Una segunda onda expansiva derivada de esas llamas la volvieron a lanzar por los aires.

Fue demasiado para su cuerpo. Antes de perder la conciencia pensó que había perdido. Que moriría ahí y nadie sabría la verdad. Notaba las lágrimas secarse debido al calor que había. Y luego la invadió la oscuridad.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXXI) Por JD


La capitana Grumpy miró a su alrededor. Tenía tiempo para salir del humvee antes de que los zombies enfrente de ella llegaran a su altura. Pero antes de salir desenfundó su pistola y disparó a los zombies que estaban en la parte trasera del vehículo.

Era consciente de que cada vez que disparaba en esas calles vacías el ruido retumbaba e invadía las calles adyacentes atrayendo más la atención. Salió poco a poco del humvee con cuidado de no dejar que los zombies estuvieran demasiado cerca.

Nada más salir puso la rodilla en tierra y disparó con su fusil de asalto a los primeros zombies que se acercaban. Una bala en la cabeza para cada uno de ellos. Tenía que abrirse un corredor entre esas malditas criaturas si quería salir de ahí. Y además debía ahorrar munición. Había cogido más de dentro del humvee pero…

De repente escuchó dos truenos y comenzaron a llover cristales del cielo. Se puso las gafas protectoras para poder mirar hacia arriba y ver qué estaba pasando. Vio la estela de dos cazas que habían pasado ya a gran velocidad. Se le acababa el tiempo. Esos debían ser los aviones destinados a destruir la ciudad y ya habían llegado. ¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Un minuto? ¿Cinco? ¿Menos? Debía salir de ahí lo más rápido que pudiera.

Estudió el movimiento lento y torpe de los zombies. Se puso en píe y se puso a correr observando a los zombies. Debía calcular su ruta para no pasar demasiado cerca del alcance de sus brazos. Enseguida dejó atrás a los primeros zombies que al verla pasar se giraron lenta y pesadamente para tratar de alcanzarla sin conseguirlo. Luego, al ver cómo se alejaba siguieron girándose para ir detrás de ella poniéndose en marcha de nuevo. Todo ello parecía ocurrir a cámara lenta.

La militar siguió corriendo calle abajo. Sabía que si continuaba por esa calle acabaría saliendo de la ciudad enseguida. De dentro de los edificios parecían salir de vez en cuando un par de zombies o veía a un grupo de ellos tratando de entrar en alguno. Una vez abandonó la zona del accidente los zombies parecieron prestarle apenas atención por lo que pudo acelerar más su paso sin tener que preocuparse tanto de los no-muertos.

Tuvo un rayo de esperanza al ver que al final de la calle los edificios se acababan y parecía comenzar un gran solar. Debía ser el final de la ciudad. Intentó correr todavía más rápido, un esfuerzo más que pedirle a su cuerpo. No podía rendirse. Estaba demasiado cerca de su objetivo. No podía permitirse fallar, el mundo debía saber la verdad. Y ella iba a ser la encargada de contarla.

Estaba a punto de llegar al solar cuando una tremenda llamarada incendió el cielo por detrás de ella.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXX) Por JD


Los dos caza-bombarderos iban ganando altitud rápidamente gracias a la potencia de sus motores. Cuando llegaron a la altitud de crucero quitaron potencia a los motores e introdujeron las instrucciones en el piloto automático para que éste les llevara cerca de su objetivo. Al ser un vuelo de pruebas no se esperaban enemigos en las proximidades por lo que el uso del piloto automático había sido aceptado.

-Charlie uno a Charlie dos, oye amigo, ¿sabes el motivo de este vuelo? –preguntó el piloto al mando de la misión.

-Sabes tanto como yo, volar del punto A al punto B, soltar las preciosidades que tenemos en la panza y salir de ahí cagando leches –respondió el piloto de apoyo.

-Tampoco es que me queje, horas de vuelo, pilotar estos cacharros y ver en acción las armas del futuro, ¿qué más se puede pedir?

-¿Un buen puro? –respondió riéndose el piloto escolta.

-Un buen puro es lo que van a recibir ambos como no se callen y se concentren en la misión –sonó la voz del general por los auriculares de ambos.

-Joder –dijo entre dientes el piloto al mando conectando la comunicación entre las aeronaves- parece que tenemos un jefazo a la escucha, será mejor que usemos este otro canal para nuestras comunicaciones.

-Correcto –respondió el segundo piloto- al final va a resultar que esta misión rutinaria va a ser algo más. A ver qué pinta ese jefazo controlando la misión.

-A saber –revisó sus instrumentos y conectó la comunicación con la torre- tiempo estimado de llegada al objetivo veinte minutos.

Veinte minutos después ambos pilotos recuperaban el mando de sus aeronaves y comenzaban a vislumbrar el objetivo.

-Joder –digo Charlie uno- Mando, ¿seguro que las coordenadas son correctas? Es una ciudad muy grande para ser un objetivo de prácticas.

-Charlie uno, aquí mando, las coordenadas son correctas. La ciudad está abandonada. No hay peligro de poner en riesgo vidas civiles.

-Mando, permiso para hacer una pasada a baja altitud para estudiar mejor el objetivo.

En la torre de control el oficial miró al general en busca de una respuesta. La mirada del general no parecía ser precisamente amistosa. Pero asintió con la cabeza, sabiendo que debía mantener la normalidad en la misión.

-Afirmativo, pueden realizar una pasada. Tengan cuidado con los edificios altos y las turbulencias.

-Charlie uno entrando –informó el piloto al mando de la misión mientras comenzaba a bajar de altitud para observar las calles de la desierta ciudad.

-¿Ves algo Charlie dos? –preguntó al caza acompañante.

-Juraría que veo gente moviéndose –respondió el otro piloto- No veo vehículos en marcha pero aparte de eso… luces en los edificios y las calles, vehículos parados… y gente moviéndose por las calles.

-Charlie uno a Mando, detectamos gente en las calles, así como vehículos y luces. Solicito confirmación de las instrucciones.

El general cogió el micrófono del oficial de comunicaciones.

-Es todo parte del entorno. Son maniquíes que se mueven automáticamente. Así como las luces y los vehículos. Necesitamos cuantos más datos mejor y que la prueba sea lo más realista posible. Suelten sus bombas de una vez y regresen a la base.

Charlie uno suspiró sin acabar de estar convencido.

-De acuerdo mando, ganamos altura y armamos las bombas. Nos preparamos para soltarlas sobre el objetivo. 30 segundos para soltarlas y 10 segundos para impacto aéreo.

Jornada 7. Ella. “El fin de los días Parte III” (XXXIX) Por JD


El general miró la pantalla. Según el centro meteorológico las nubes estaban desapareciendo y el objetivo se vería con claridad cristalina. Revisó que las órdenes estuvieran correctas y no presentaran dudas. Se había tenido que hacer todo con demasiada rapidez. Y eso implicaba que podría haber errores que hicieran que fueran descubiertos.

Pero con lo que estaba pasando seguramente nadie miraría dos veces las órdenes ni preguntaría a qué venían las prisas de repente.

Todo el asunto con el maldito doctor y la capitana Grumpy les había estado a punto de estallar en las narices. Ya había advertido sobre el comportamiento del doctor al consejo pero parecía que nadie había querido escucharle. El doctor tenía una mente privilegiada y era parte importante del plan. Era una pieza clave, pero si por él fuera le dejaría tirado en esa ciudad para que probara su propia medicina.

Vio los cazas aparecer en la pista de despegue y a los pilotos comenzar a realizar los chequeos antes de despegar. A los pilotos se les había informado de que era un vuelo de prácticas y que iban a probar una nueva variedad de armamento. Los pilotos no necesitaban saber mucho más. Eran unos cowboys, les encantaba volar con sus cazas y disparar a todo lo que pudieran. Y no hacían preguntas. Lo hacían encantados.

El problema había sido mover todas esas órdenes tan rápido. Sí, las órdenes estaban preparadas. Y el material para esterilizar la ciudad. Pero no se esperaban que el doctor metiera la pata tan profundamente que se vieran obligados a adelantar casi una semana el final del experimento. Poner a volar dos aviones no era complicado. Cargarlos con armamento tampoco, dado que solía ser un procedimiento estándar para que los pilotos estuvieran acostumbrados al peso extra de los aviones con los que tenían que entrar en combate. Convencer a dos pilotos… bueno, eso había sido lo más fácil. Pero habían tenido que presentar un plan de vuelo falso al mando aéreo, luego otro plan de vuelo distinto a la torre de control y a los pilotos y se habían tenido que asegurar que nadie comprobara los planes de vuelo.

Y para acabar de complicarlo todo los planes de vuelo habían tenido que ser retrasados debido a que la zona estaba nublada y dado que, en teoría, era un vuelo para probar armas era necesaria la completa visibilidad del blanco para poder comprobar su efectividad.

La realidad era que esos aviones podían soltar las bombas sin necesidad de ver el objetivo. Para eso habían inventado los científicos el GPS. Pero como el plan original era usar un arma experimental… pues debían esperar a que las nubes desaparecieran. Y por fin habían desparecido y se había dado luz verde al despegue de los aviones.

El general observó desde la torre de control cómo los cazas encendían sus turbos, comenzaban a coger velocidad en la pista y despegaban rápidamente para desaparecer en el firmamento rumbo a su objetivo. Una ciudad que pronto quedaría reducida a cenizas.