Gerald observaba entre divertido y algo preocupado a sus sobrinos correr entre la gente que también iba a ver la cabalgata. Sus escoltas, en cambio, no se preocupaban en pasar desapercibidos; iban completamente armados y equipados, y se dejaban ver claramente. Eso complacía a Gerald. Aunque lo de la fuga le había preocupado algo, al ver en la recepción del hotel a los que se encargarían de proteger a sus sobrinos respiró tranquilo.
Sujetó con fuerza la mochila que llevaba mientras avanzaba entre el gentío que también iba acompañado de amigos, parejas o hijos, y trató de no perder de vista a sus pequeños acompañantes y que ningún amigo de lo ajeno tratara de meter la mano en la misma.
No le gustaba la gente y se sentía incómodo rodeado de la masa humana que había salido a las calles. Una de las razones por las que había acabado adquiriendo el castillo en el que había pasado casi todo el tiempo de la guerra contra los zombies era porque estaba aislado, no tenía que aguantar al perro del vecino o su estridente música, y además ya estaba preparado y equipado y apenas había que hacer un par de reformas. Además… nunca se sabía lo que podía pasar con esas malditas criaturas del averno. Si habían vuelto una vez a la vida…
Pero ahí estaba, en una isla, rodeado de agua y acompañando a sus sobrinos. Lo cierto es que no era precisamente un ser muy querido en su familia, pero afortunadamente el paso del tiempo, y el dinero, habían ayudado a arreglar los problemas entre ellos y había acabado siendo el tío excéntrico. Y eso a sus sobrinos les fascinaba. Su tiempo en el castillo era digno de ver. Conocían mejor el maldito montón de ruinas que él. Y les había acabado cogiendo aprecio.
A su familia no les había hecho gracia esta excursión. Pero él les había asegurado que estarían seguros. Que no había nada que temer. Incluso les había ofrecido venir… pero los padres habían visto la posibilidad de pasar unos días libres de sus servicios ‘parentales’ y salvo la resistencia inicial no habían puesto muchas pegas. Pero si algo tenía claro era que él haría honor a su promesa y no dejaría que les pasara nada. Ni aunque una legión de zombies apareciera de repente y comenzaran a matar a diestro y siniestro.
Finalmente llegaron a su destino. Todavía faltaban un par de horas para que comenzara la cabalgata de reyes. Pero todos los niños miraban hacia todos lados buscando el comienzo de la misma. Esperando que su impaciencia hiciera avanzar más rápidamente el reloj. Los pequeños y no tan pequeños se peleaban por estar en primera fila. Y de vez en cuando se oía algún grito de indignación y alguna maldición. La policía que había en la zona destinada a controlar a la turbe hacía todo lo que podía, pero los padres parecían ser más niños que sus hijos y no soportaban que les dijeran que se comportaran.
Gerald respiró hondo. Iba a ser una tarde muy larga.