Jornada 8. El fin de los días IV (XXX). Ello


-Señor, tenemos algo.

Henry no se acostumbraba a ser llamado señor. El general había insistido a sus hombres que se dirigieran a él con respeto, como si fuera él mismo. Cadena de mando, decía el general, que había insistido en que Henry lo aceptara. Una graduación virtual pero necesaria en los tiempos que corrían. Las personas bajo el mando del general necesitaban sentir que seguían siendo parte del ejército para que se mantuvieran en tensión y tuvieran algo por lo que vivir.

Se acercó al oficial que le había llamado la atención. El oficial señaló un punto en la pantalla donde se veía un mapa de la zona cercana.

-Los exploradores y los vigías han detectado tres helicópteros en distintas posiciones. Un helicóptero de transporte de tropas y dos de ataque, seguramente como escolta. Silenciosos.

Dibujó una ruta según los informes que le habían pasado.

-¿Vienen hacia aquí? –preguntó entre alarmado y sorprendido Henry.

-No, su ruta parece evitar aposta la base. Como si supieran que estamos aquí pero no quisieran que lo supiéramos.

-Eso es ridículo. Si supieran que estamos aquí se habrían comunicado con nosotros. Además el radar los hubiera detectado – señaló Henry.

-Ése es el otro tema por el que le he llamado –señaló una pantalla cercana.

Henry estudió la pantalla durante unos minutos buscando algo raro.

-No veo nada. ¿Qué debería ver?

-Ésa es la cuestión –dijo el oficial-, esa pantalla es la lectura del radar. No detecta los helicópteros. Si no fuera por los exploradores no sabríamos de la existencia de los helicópteros. Para el radar no existen.

-¿Van hacia el castillo? –preguntó visiblemente alarmado Henry.

-Por la ruta que podemos extrapolar, no. Al parecer se dirigen a una ciudad cercana.

Henry dio una palmada amistosa en el hombro del oficial y se alejó.

Nada más entrar en su despacho cogió el teléfono vía satélite y llamó a Gerald.

-Gerald, soy Henry, puede que tengamos un problema. Los exploradores han detectado un grupo de helicópteros que el radar no detecta.

-¿Algún objetivo concreto? –preguntó Gerald desde el otro punto de la línea telefónica.

-Parece que han evitado aposta la base y no tienen punta de dirigirse al castillo –respondió Henry-. Parece que su objetivo es una ciudad cercana. Pero lo que me preocupa son las molestias que se están tomando para pasar desapercibidos.

-Bueno, si te refieres a lo de que sean invisibles, en fin, si son del ejército no sería algo raro. Ya sabes, como el SR-71 Blackbird. El avión espía.

-No, imposible –respondió Henry-. El SR-71 se ve en los radares, lo que pasa es que para verlo necesitas un telescopio, pero aparte de eso… no es invisible. Además, está el tema de que no se comuniquen con la base.

-¿Una conspiración? –preguntó escéptico Gerald.

-¿No decías que tenías un grupo fuera investigando a un espía? ¿Y si hubiera otro espía entre ellos y fueran a recogerle?

-El grupo ha regresado –respondió Gerald-. Bueno… dos de los tres. El tercer miembro no apareció en el punto de encuentro previsto, Mara, la amnésica.

-A lo mejor se le olvidó –dijo a modo de chiste Henry-. ¿Crees que van a recogerla y que era la espía y que lo de la pérdida de memoria era un cuento?

-Ufff, no sabría decirte pero… -Gerald pensó en su conversación con
Doc-. Personalmente no lo creo, pero parece que el Doc no está del todo de acuerdo… últimamente está algo nervioso.

-Tendríamos que considerar que ella es otra espía y que el encuentro no fue casual sino un contacto para indicarle que debía ser recogida…

Jornada 8. El fin de los días IV (XXIX). Ello


Donald Brown tenía un plan. Le había venido a la cabeza mientras estaba en la azotea de un edifico estudiando a los zombies. Todavía buscaba la manera de llamar la atención de esos monstruos sin cerebro pero ávidos de carne humana viva. Había descartado la idea de usar un cebo humano, y la de usar un vehículo, dado que las calles eran impredecibles y nunca sabías con lo que te encontrarías.

Pero la revelación le vino del cielo. Como debía ser, pensó. Mientras había estudiado a los horrendos bichos que habitaban ahora la ciudad había observado que éstos reaccionaban al ruido, se dirigían al mismo, esperando encontrar su próxima víctima. La idea que tenía ahora era guiarlos a través del ruido. Generando el mismo para que lo siguieran.

El problema era cómo hacerlo. El asunto del vehículo seguía siendo un problema. Y su plan no avanzaba. Estaba tan cerca de obtener la solución, pero a la vez… era frustrante.

Y en ese momento el sol se ensombreció y unas enormes sombras se posaron sobre él durante unos segundos. Miró hacia arriba y tres helicópteros pasaron veloces pero silenciosos por encima de su cabeza.

Ésa era la solución. Helicópteros. Pero no esos inmensos armatostes.

No, helicópteros pequeños, sino una de esas maquetas que había en las tiendas de aeromodelismo. Sonrió.

Eso era. Un helicóptero de aeromodelismo haría ruido de por sí, pero además seguro que se le podría aumentar el ruido todavía más, de alguna manera. Poniéndole una radio casete con la música a tope.

Lo primero que había tenido que conseguir era encontrar una tienda de aeromodelismo en la ciudad, algo complicado teniendo en cuenta la plaga de zombies que deambulaban por la misma. Pero al final lo había conseguido. Con la caja venía todo lo necesario: instrucciones, material para montar y arreglar el helicóptero, consejos… Y sólo necesitaba el combustible. Una mezcla adecuada que también se explicaba en las instrucciones cómo conseguirlo.

Las primeras pruebas no habían sido muy prometedoras. Lo cierto es que era complicado manejar el helicóptero. Requería cierta maestría. Pero con cada prueba mejoraba el control del mismo, hasta que conseguió que volara cómo él quería y hacia donde él quería.

Desde la azotea hizo despegar al helicóptero y lo comenzó a pilotar hacia un grupo de zombies que había en la zona. Lo dejó volar sobre sus cabezas durante unos minutos estudiando la reacción de los mismos.

Y era la esperada, el nuevo y ruidoso elemento llamaba su atención.

Comenzó a mover el helicóptero y los zombies comenzaron a seguirlo. Y a cada metro que el helicóptero avanzaba se unían más zombies al grupo perseguidor. Funcionaba… los zombies perseguían el helicóptero intentando cazarlo levantando lenta e inútilmente sus brazos al aire.

Lo había conseguido. Ya tenía el medio para guiar con seguridad a un gran grupo de zombies contra su enemigo acérrimo que se encontraba refugiado en el cuartel militar. Sonrió al pensar la sorpresa que tendría al ver cómo miles de zombies invadían su preciosa base y la destruían… y de paso se lo comían vivo… sí, sería un espectáculo digno de ver… desde la distancia, claro, la seguridad ante todo.

Jornada 8. El fin de los días IV (XXVIII). Ello


-La verdad es que no eres muy habladora. Tal vez tendría que haber conservado toda la cabeza y no sólo tu cerebro. Pero ciertamente… tampoco hubiera servido de mucho. La carne se te hubiera podrido, se te habrían caído los ojos… en fin, un espectáculo poco agradable.

>>Además, no podrías haber hecho nada, no podrías haberme mordido dado que tus músculos no habrían respondido sin espina dorsal, ni dicho nada, dado que no tendrías cuerdas vocales, y, lo más importado, tendrías los pelos hechos un desastre.

>>Pero bueno, no pasa nada, estoy acostumbrado a llevar el peso de las conversaciones. Aunque no a ser el centro de atención, y sinceramente, la atención que los zombies me prestan… me pone nervioso. Supongo que te preguntas, ¿y ahora a dónde? Bueno, lo cierto es que no suelo tener en mente mi destino, simplemente voy caminando y dejo que sea éste el que decida. Al fin y al cabo, el destino me llevó hasta ti, por ejemplo, ya sé que no esperabas que ése fuera tu destino, pero así verás mundo… vale, lo siento, no quería meter el dedo en la llaga.

>>Pero piensa positivamente, has tenido suerte de encontrarte conmigo y te alejara de ese grupo que estaba destinado a morir. Seguramente te habrías convertido en un zombie y habría muerto gente por tu mano. Y dime, ¿podrías vivir con ello? ¿Saber que la gente iba a morir por tu culpa? ¿Y qué te la ibas a comer? Bueno, no toda, sólo un poquito.

>>Sí, lo sé, piensas en estos momentos que ya eres un zombie y que no he arreglado nada. Pero te equivocas. ¿Recuerdas ese hospital en el que hemos estado un tiempo? Estuve estudiando tu cerebro. Seguramente lo notaste, alguien tan tímida como tú… supongo que no te haría ilusión saber que mis manos estaban por todo lo que quedaba de tu cuerpo. Pero tranquila, fui un caballero, y lo nuestro sólo es una relación profesional médico-paciente. Bueno, como te iba diciendo, como ya sabrás los zombies se convierten en eso por varios métodos. El más obvio morir, ser mordido e infectado por lo que sea que sean portadores, o por fluidos, ya sabes, tienes una herida abierta, él te babea en la herida… una cosa lleva a la otra y antes de que lo sepas ya estás abriendo en canal a tus compañeros para comerles los intestinos. Una imagen desagradable.

>>¿En qué categoría entra tu transformación? Técnicamente te aseguro que cuando te extirpé el cerebro todavía estabas viva, y dado que el cerebro sólo necesita oxígeno para seguir vivo y estamos rodeados de oxígeno pues… no tendrías que haber muerto. Pero es más complicado que eso, hay también electricidad asociada al tema y hoy en día es complicado conseguirla. Así que me temo que técnicamente sí, eras un zombie.

>>Pero ahora vienen las buenas noticias, como te decía en el hospital estuve estudiando tu cerebro y comparándolo con cerebros sanos y creo que descubrí la zona responsable de la infección… y te la extirpé. Así que en teoría ya no eres una zombie… bueno, un cerebro zombie, ahora eres un cerebro no-zombie. Tendré que buscar una palabra para denominar a este estado tuyo.

>>¿A dónde vamos ahora? Pues a la ciudad, quiero probar a extirpar esa parte del cerebro en un zombie más funcional… y ver qué pasa.

>>Tranquila, seguro que será divertido.

Jornada 8. El fin de los días IV (XXVII). Ello


El padre Xavier observaba desde la ventana los zombies que parecían pasear por las calles como si fueran unos monstruos sino unos peatones confundidos. Iban caminando lentamente, sin rumbo fijo. Y sin mirar de un lado para otro salvo cuando se producía algún ruido, entonces giraban su cabeza rápidamente esperando encontrar a un ser vivo del que obtener ¿comida?

Antes de salir del país, el sacerdote había pasado buscando refugio por casa de un antiguo amigo, o lo más parecido a un amigo que tenía en el país. Le había advertido mínimamente sobre el peligro que se avecinaba y le había aconsejado que cogiera a su hermana y a la familia de ésta y se refugiaran en una cabaña que tenían en las montañas cerca de un lago, con suficiente comida para aguantar durante un tiempo muy largo. Después de eso y de conseguir no ser detenido, se había dedicado a ir de un lado para otro sin rumbo fijo limpiando la faz de la tierra de esas criaturas infernales.

Y ahora se encontraba en esa ciudad. Había llegado hacía una semana y se había dedicado a buscar provisiones, munición y un refugio desde el que poder observar a esas criaturas del averno, y descansar cuando no estaba haciendo la obra de Dios. Aunque viendo el número de estos se preguntaba si realmente estaba haciendo la obra de Dios o si más bien la plaga que se había desatado sobre el mundo era un castigo divino.

Había días en los que su fe se debilitaba. Pero entonces recordaba el amor de Dios por los seres humanos hasta el punto de mandar a su hijo para salvarles… y sabía en ese momento que Dios no había mandado a estas criaturas. El suyo no era un Dios vengativo, sino bondadoso.

Además, si quería eliminar a los seres humanos no necesitaba hacerlo de una manera tan cruel.

Aunque lo cierto era que estaba cansado. Matar a aquellas criaturas era una labor tediosa y peligrosa. Parecían no acabarse nunca. Y, aunque confiaba en su Señor, lo cierto era que existía la posibilidad de acabar como ellos. Y eso le aterraba. Sabía que al convertirse por su mano moriría gente si los encontraba. Y eso era algo que no estaba dispuesto a permitir. Metió la mano en un bolsillo y acarició la bala que llevaba en ella. Su destino si las cosas no salían bien.

Subió a la azotea y pasó entre varios edificios antes de encontrar un sitio que parecía tranquilo y por el que podría bajar a la calle sin problemas. Una vez en la misma salió a la calle principal, los zombies no tardaron en detectar su presencia. Y el padre Xavier reanudó la tarea para la que Dios parecía haberle elegido. Darle el descanso eterno a esos pobres cuerpos que habían sido desecrados.

Jornada 8. El fin de los días IV (XXVI). Ello


En la actualidad

Mara llevaba un par de días estudiando la ciudad desde la lejanía.

Estaba tumbada mirando a través de los prismáticos y estudiaba lo que tenía delante con fascinación. Mientras habían estado con el grupo siempre habían evitado las ciudades. Cuando había preguntado sobre el tema, le habían explicado que las ciudades eran como los pueblos pero más grande. Y por tanto tenían más zombies.

Pero se habían quedado cortos. Nunca había visto nada igual. Los edificios eran inmensos, algunos parecían tocar el cielo, además la arquitectura de la misma era completamente diferente a la de los pueblos. Mientras que en los pueblos existía cierta armonía en los edificios y mantenían cierto parecido unos con otros, la ciudad tenía una mezcla de estilos tremenda e ilógica. Largos edificios rodeados por edificios más pequeños de distintos tamaños y colores. Zonas que parecían abandonadas y un poco más lejos casas que contaban con lo que antes había sido un jardín…

Y no se cansaba de mirar. Era la primera ciudad que veía… que recordara claro. Y nunca había estado en ninguna. Lo que era natural viendo lo que le esperaba en la misma. A través de los prismáticos podía observar a los zombies. Deambulaban por las calles de un lado para el otro.

Simplemente… caminando de un lado para otro. Sin rumbo, sin objetivo, a veces se quedaban quietos y no se movían en horas, con la mirada perdida en algún punto. Otras chocaban unos con otros durante varios minutos hasta que uno o ambos cambiaban de rumbo por el golpe. Era patético. ¿Cómo era posible que un ser tan… estúpido fuera a la vez tan peligroso? No parecían tener ni rastro de inteligencia. Había varios zombies dentro del jardín de una casa de la que no podían salir porque no sabían abrir la puerta de rejas. En los alrededores de los edificios más altos había zombies que se arrastraban, con las piernas visiblemente destrozadas, seguramente por haberse tirado desde alguno de los pisos sin pensar en las consecuencias.

No había ni rastro de vida humana. No había rastro de ningún tipo de vida. No veía animales, ni aves, nada. Las calles que podía ver estaban intransitables. Había vehículos volcados, quemados, cruzados… o todo a la vez. Pero aún así… sabía que acabaría bajando a visitar la ciudad. Quería verla más de cerca. Pero tenía que ser cuidadosa. No llamar la atención. Y todavía no sabía cómo. Pero algo se le ocurriría. Se levantó y comenzó a caminar rodeando la ciudad desde la distancia. Era obvio que desde ese punto no se podía acceder a la ciudad. Debía buscar una entrada mejor.

Había una pregunta que le corroía, ¿debía haber supervivientes en aquella inmensa masa de edificios que llamaban ciudad o los únicos seres que la poblaban serían los zombies?

Debía averiguarlo.

Jornada 8. El fin de los días IV (XXV). Ello


Al cabo de un cierto tiempo les llegó la comida. El padre Xavier bendijo la mesa y comenzó a comer en silencio. Sus compañeros parecían al principio reluctantes pero a medida que circuló el vino y la comida entraba en el estómago comenzaron a relajarse y hablar entre ellos de la vida en general. El padre Xavier apenas intervenía en la conversación para no enfriar el ambiente.

Mientras comía en silencio pensó en la mirada que habían intercambiado sus acompañantes cuando había hecho el comentario de la comida del condenado. Había visto antes esa mirada. Y no sólo en África. Era la mirada de aquellos que ocultaban algo y a los que les habían descubierto. La habían ocultado rápidamente, les tenía que conceder su pronta reacción, verdaderos profesionales. Pero aún así… ¿podría ser que el camarlengo hubiera ordenado su muerte? Le resultaba difícil imaginar algo así. Sí, el camarlengo era un hombre ambicioso, pero ordenar que le mataran… parecía demasiado exagerado. Claro que ver a un Papa resucitado como zombie no era precisamente algo que pasara todos los días.

No podía imaginar que estos hombres que habían dedicado su vida a proteger al Santo Padre y al Vaticano hubieran aceptado quitarle la vida a un sacerdote… Claro que lo cierto era que los fanáticos eran los más fáciles de convencer a la hora de cometer los más atroces crímenes. Y desgraciadamente también había conocido demasiados a lo largo de su vida. Era algo enfermizo ver cómo excusaban su comportamiento de una manera casi irreal. Sus ojos irradiando una fe en sus ideas… que en cierta medida entendía. Él no se consideraba un radical, ni un fanático, le gustaba tener discusiones con la gente sobre Dios y su religión, pero admitía sin problemas que la Iglesia había cometido su ración de crímenes sin justificación real.

Y tal vez ése era el problema. Que admitía pertenecer a una organización que no era perfecta. Y eso no gustaba a todos los miembros. Tendría que recordar en sus oraciones al misterioso benefactor que le había avisado por teléfono y seguramente le había salvado la vida.

La comida dio paso al café, y ése fue el momento que aprovechó para poner sus planes en marcha. Los dos hombres se encontraban fumando, aunque seguían manteniendo ese aire de profesionalidad que irradiaba que si algo fuera a pasar estaban preparados para saltar a la acción.

El padre Xavier se levantó de la mesa y se excusó para ir de nuevo al baño. Su escolta hizo acto de ponerse en píe para acompañarle.

-Por favor, no hace falta –se excusó el sacerdote-. Conozco el camino, además, no creo que nadie ahí dentro quiera hacerme nada, soy un simple cura, le aseguro que si tuviera enemigos estarían todos en África. Por favor, no quiero ser una molestia.

El escolta se quedó a medio levantar y finalmente se volvió a sentar pareciendo darse por satisfecho.

El sacerdote entró en el local y se dirigió rápidamente a la cocina. Durante su anterior visita había visto su objetivo. Una puerta que daba al callejón del restaurante. Afortunadamente para él estaba lo suficientemente oculta al público para que el escolta la hubiera podido ver. Además, él se había encargado de moverse de manera que no estuviera a la vista de su acompañante la puerta.

No se paró a decir nada a los cocineros y pinches que estaban demasiado ocupados cocinando. Y que parecían no prestarle mucha atención dado que ya había estado antes.

Abrió la puerta y salió al callejón. En unos minutos estaba rodeado de gente y lejos del restaurante. Y cada minuto le alejaba más de sus escoltas que no podían imaginarse que su presa se hubiera escapado.

Jornada 8. El fin de los días IV (XXIV). Ello


El padre Xavier permaneció en silencio el resto del trayecto. Escaparse de sus “captores” iba a ser un problema. Pero seguro que estarían con la guardia baja. No esperaban que él supiera que debía escapar. Además les había dejado elegir el lugar para comer, lo cual implicaría, o eso esperaba, que estuvieran más relajados todavía. Siempre era más complicado escapar de un lugar desconocido y más si era público.

Al cabo de un tiempo indeterminado llegaron al restaurante; el sacerdote no llevaba reloj dado que en África el tiempo no era precisamente importante y además podría causarle algún desencuentro con los locales, aunque fuera un reloj barato. El restaurante era un pequeño local rodeado de casas antiguas y que tenía un pequeño patio cerrado por una elevada pared de piedra. Bastante pintoresco, pero algo habitual en Roma.

Primero salió el escolta que miró a ambos lados de la calle pareciendo buscar alguna desconocida amenaza para él o para su pasajero; deformación profesional, pensó el padre Xavier mientras salía del coche. Finalmente salió el conductor que también pareció comprobar su alrededor antes de cerrar el coche y conectar la alarma. Los tres entraron en el patio del restaurante donde les recibió un alegre maître.

-Buenos días señores, padre –dijo saludando especialmente al sacerdote- ¿mesa para tres?

El escolta asintió mirando a su alrededor pareciendo buscar la mesa ideal. Señaló una que estaba en una de las esquinas del patio desde la que se veía tanto el acceso a la calle como al interior del restaurante.

El maître asintió con la cabeza y volvió a estudiar al sacerdote no dando crédito a que alguien como él fuera acompañado de una escolta de dos hombres. Les acompañó a la mesa y la preparó quitando uno de los cubiertos. Cada uno de los hombres se sentó a un lado del sacerdote que quedó en medio de ambos.

Enseguida les trajeron la carta. Después de estudiarla unos minutos el padre Xavier eligió unos tradicionales espaguetis a la boloñesa. No le importaba comer antes de escapar. Eso haría que sus guardaespaldas estuvieran más relajados y le daría a él fuerzas por si no volvía a comer en un largo periodo de tiempo.

Se excusó para ir al baño a lavarse las manos y hacer otras cosas. Uno de sus escoltas se levantó para acompañarle. El sacerdote no dijo nada. Todavía no tenía planeado escaparse. Aprovechó el camino para ir al baño para estudiar el local. Al volver del baño se excusó unos minutos con la excusa de querer ver cómo hacían la pasta. De vez en cuando le hacía alguna pregunta al maître que servicialmente había acudido para ver si necesitaban algo. La verdad es que al padre Xavier no le costó nada mostrarse interesado por el proceso por el que cocinaban la pasta. La cantidad que hacían y cómo la elaboraban. Era un proceso complejo pero fascinante.

Acabadas las explicaciones y dándose por satisfecho volvió a la mesa bajo la atenta mirada de su escolta que no parecía perderle de vista. Aprovechó la espera hasta que llegara la comida para comentar todo lo que había visto con sus dos comensales que no parecían querer socializar demasiado con él. Daba igual, lo importante era conseguir que creyeran que no sabía nada y que no era un peligro.

Jornada 8. El fin de los días IV (XXIII). Ello


El padre Xavier veía avanzar lentamente el coche por las congestionadas carreteras mientras por su cabeza pasaban ideas sobre lo que el camarlengo le tenía preparado y cómo escapar de ese destino.

Seguramente le tenía preparada una cómoda celda en alguna cárcel, o tal vez alguna cabaña apartada en las montañas en la que siempre estaría vigilado. O encerrado en algún monasterio. Prisionero y alejado de los planes del camarlengo.

No dudaba de lo que le habían dicho por teléfono. El camarlengo siempre había sido una persona ávida de poder, y como secretario personal del Papa estaba a un paso del poder absoluto… o puede que incluso más cerca, dado que se rumoreaba que era el titiritero detrás de la mayoría de decisiones del fallecido Santo Padre. Pero sacrificar a muchos para salvar a unos pocos… era pecaminoso completamente. Entendía sin problemas el plan. Al deberle la vida la gente haría lo que le pidiera. Y la Iglesia… bueno… tendría voz y voto en todo lo que se decidiera.

¿Debería aprovechar para saltar del coche en uno de esos parones que provocaba el tráfico? Sonrió. No tenía muchos problemas en cambiar de tema de pensamiento en un instante. Eso le había servido para salvar la vida en África varias veces. Negó mentalmente. Seguramente sus guardianes le atraparían enseguida, sabían moverse entre las multitudes y estaban especializados en no perder de vista a sus sospechosos. Debía ser más sutil.

Realmente lo que tenía preparado el camarlengo, si hacía lo que Xavier estaba pensando, era terrorífico. No sólo estaba sacrificando a los más débiles, yendo contra las Santas Escrituras, estaba vendiendo su alma al Diablo. Y no parecía importarle. ¿Pero qué podía hacer él? ¿Ir a la prensa? ¿Hablar con los periodistas y desvelar sus diabólicos planes? Seguramente le tacharían de loco, además, su pasado no era ciertamente el mejor para poder refutar sus palabras, y la Iglesia tenía el poder para desacreditarle sin problemas. Pero tenía que hacer algo.

Tal vez podía aprovecharse de la situación y de uno de los pecados capitales. Su mente estaba tejiendo un plan de escapada.

-Disculpen, ¿sería posible parar a comer? –preguntó inocentemente el padre Xavier-. No he comido desde hace… bueno… antes del viaje. Además, no puedo decir justamente que esté deseando volver a África. Sería un pecado estar en Roma y no aprovechar para comer alguno de sus deliciosos platos.

-No sé padre, tenemos nuestras órdenes –respondió el escolta que se encontraba a su lado-. No sé si al camarlengo le parecería bien.

-Piensen que es algo así como la última comida del condenado –dijo sonriendo, aunque su sonrisa se congeló al ver la rápida mirada que intercambiaron conductor y escolta. Fue breve, pero peligrosamente significativa; aquellos cenutrios parecían no tener la habilidad de mostrar cara de poker-. Piensen que en el continente negro no hay restaurantes italianos, a saber cuándo será la última vez que podré comer un plato de verdadera pasta italiana. Seguro que el camarlengo estaría de acuerdo. Sería piedad cristiana.
>>Miren, hace tiempo que no estoy por la ciudad –continuó hablando al tiempo que pensaba que era lamentable tener que pedir permiso de aquella manera para comer-, así que podemos ir a dónde ustedes elijan. Pero que sea un sitio que sirvan buena pasta italiana. Sólo les pido eso.

El conductor y el escolta intercambiaron miradas como si estuvieran hablando en silencio. Finalmente ambos parecieron llegar a un consenso dado que el conductor le respondió.

-Conozco un lugar cerca de aquí, hacen una pasta diaria que está muy buena pero es algo caro.

-Que le pasen la cuenta al camarlengo –dijo sonriendo falsamente el sacerdote-, seguro que no le importa alimentar al hambriento. Al fin y al cabo ésa es la política de la Iglesia.

Jornada 8. El fin de los días IV (XXII). Ello


El padre Xavier siguió con la mirada el coche que se acercaba hasta parar frente a ellos. Su escolta le indicó que subiera atrás con él.

El coche se puso en marcha saliendo de la ciudad del Vaticano y comenzando a recorrer las congestionadas calles de Roma. Nadie parecía tener ganas de hablar dentro del coche y el sacerdote se conformó con mirar cómo paseaba la gente por la calle mientras seguía repasando lo que había ido pasando.

Nadie en el exterior parecía ser consciente de lo que implicaba la vuelta a la no-vida del Papa. Todos paseaban siguiendo con sus vidas diarias. Sí, seguramente tendrían curiosidad por lo que ellos considerarían un milagro, pero que podía bien ser el comienzo del Apocalipsis.

Aunque tal vez ese Apocalipsis arreglara los problemas de tráfico de Roma. El coche permanecía más tiempo parado que en marcha y parecía que iban a pasarse medio día en el mismo antes de llegar al aeropuerto. El teléfono del coche sonó y todos parecieron sorprenderse. El escolta cogió el teléfono y habló durante unos segundos. Luego le tendió el teléfono al sacerdote.

-Es para usted padre.

Xavier miró sorprendido el teléfono y lo cogió. Una voz que no reconocía comenzó a hablar.

-Antes de nada, si aprecia su vida y la mía no muestre sorpresa ni reacción alguna ante lo que le tengo que decir. Escuche con atención y no repita nada de lo que yo le diga.

-De acuerdo –respondió neutramente el sacerdote.

-El camarlengo tiene planes… grandes planes… nos ha reunido a un grupo de nosotros para contárnoslos. Quiere usar la resurrección del Santo Padre para reforzar la cristiandad, y además pretende salvar sólo a los más ricos y poderosos para poder usarlos.

El padre Xavier estuvo a punto de decir algo pero se mordió la lengua recordando lo que le había advertido.

-Entiendo, siga –dijo simplemente como respuesta.

-No piensa advertir de la amenaza en sí. No piensa informar de que el Santo Padre es un… bueno, que no ha resucitado realmente. Pretende usarlo en beneficio propio. No ha entrado en detalles, pero dudo que, sabiendo como sabe usted la verdad, le deje tranquilo. No estoy de acuerdo con algunas de sus afirmaciones padre, son demasiado drásticas, pero no le deseo ningún mal. Y la actuación del camarlengo está siendo… vergonzosa.

-Comprendo, le daré el mensaje al gobierno africano –respondió el padre Xavier a modo de excusa para justiciar la llamada.

-Vaya con Dios, y tenga cuidado –dijo a modo de despedida la voz.

El padre Xavier colgó. El escolta le miraba con cierto recelo.

-Asuntos políticos –respondió el sacerdote- el mejor modo de que la iglesia se comunique con algunos funcionarios de forma discreta es a través de sacerdotes como yo. Mensajeros de Cristo.

El escolta pareció darse por satisfecho. Y el padre Xavier volvió su vista de nuevo a las calles llenas de gente. ¿Qué le tendría preparado el camarlengo?

Jornada 8. El fin de los días IV (XXI). Ello


El padre Xavier se encontraba esperando en la entrada del edificio. A unos metros estaba el guardia suiza que parecía iba a ser su escolta. Se encontraba fumando un cigarrillo mientras esperaban al coche que les llevaría al aeropuerto.

Lo cierto es que todo este viaje había sido algo… extraño. El camarlengo no había sido nunca un gran fan de su trabajo, y mucho menos de sus ideas innovadoras y aperturistas. Había chocado contra gran parte del clero que seguía viviendo en un mundo fantástico alejado de la realidad y de la sociedad que se suponía que tenían que guiar. ¿Pero cómo querían hacerlo si estaban encerrados en sus torres de marfil añorando los buenos viejos tiempos?

Esos pensamientos le habían llevado a acabar su carrera en el continente africano como misionero. Lo cual, al contrario de lo que seguramente esperaban, no le había importando, siempre había tenido en cuenta que Dios era omnipotente y estaba en todas partes. Así que el continente africano era tan buen lugar como otro cualquiera para estar hablando de Dios e intentar ayudar a otros a descubrirlo.

Pero este viaje de vuelta… y su rápido regreso de nuevo… Seguramente estar tanto tiempo rodeado de señores de la guerra y gente que no apreciaba su color de piel o su misión le había hecho ser un poco paranoico, pero no entendía nada. ¿Para qué le habían llamado? ¿Para certificar algo que el camarlengo decía ya saber? ¿Para así recordarle quién mandaba? ¿Una prueba? Se hacía todas estas preguntas mientras miraba al cielo buscando una señal. Lo único que vio fue la estela de un avión comercial que se dirigía a algún sitio.

De vez en cuando su escolta le dirigía una mirada rápida. Como para asegurarse de que seguía estando ahí. ¿Dónde más iba a estar? ¿Y por qué no paraba de vigilarle? La seguía dando vueltas a su extraña reunión. El Santo Padre era un zombie. ¿Una ironía de la situación actual de la Iglesia? Sonrió ante la idea a la vez que se asustaba ante lo que parecía avecinarse. Y las palabras del camarlengo no le habían tranquilizado. Si conocía algo bien al viejo zorro sabía que tenía algo entre manos. ¿Pero el qué?

Repasó mentalmente una vez más lo que había pasado desde que había recibido la orden de regreso. No sabía ni cómo le habían encontrado. Estaba visitando una pequeña aldea cercana a otra que había sido arrasada y de la que no quedaba rastro alguno salvo una enorme mancha negra. Nadie parecía saber nada sobre el tema. O tenían miedo de ser los siguientes en desaparecer sin dejar rastro. Estaba hablando con uno de los jefes de la tribu cuando un jeep apareció casi sin avisar y un hombre negro fornido le había indicado que tenía que acompañarle hasta un claro cercano. Ahí le esperaba un helicóptero que le transportó a un aeropuerto. Su sorpresa fue grande al ver el símbolo del Vaticano en el avión que le estaba esperando. Nadie le dijo nada, nadie se molestó en dirigirle la palabra para darle alguna explicación. En unas horas estaba de vuelta en Roma delante del cadáver no-muerto del Santo Padre.

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