Jornada 5. John Smith. El fin de los días (IX) Por JD


Los tremendos motores de los tanques llenaron el ruido de la noche y comenzaron a maniobrar. Las orugas comenzaron a avanzar y a aplastar todo lo que tenían a su paso como si fuera mantequilla. Las ametralladoras continuaban vomitando balas a diestro y siniestro contra la multitud sin un objetivo claro. Durante un instante al general se le pasó por la cabeza ordenador disparar con el cañón de los tanques, pero no tenían ángulo para ello. Los tanques continuaban su terrible avance masacrador por encima de la gente. El ruido del motor impedía escuchar lo que pasaba fuera, pero dentro de la cabeza de Smith podía imaginarse el ruido realizado por las orugas al aplastar huesos humanos. Finalmente los tanques consiguieron llegar a la altura de los camiones. Uno había partido ya, mientras el resto estaba rodeado de gente que agarraba a los soldados y los derribaba de los camiones que no podían partir; los conductores habían sido arrastrados por la multitud y no quedaba ni rastro de ellos. Era una maldita masacre y él no podía hacer nada salvo aplastar gente con los tanques y ver cómo las balas de los mismos no parecían tener efecto. Una maldita pesadilla de la que no había manera de despertar.

Una primera explosión llenó de llamas y gritos uno de los camiones. ¿Había lanzado una granada uno de los soldados dentro del camión? ¿Habrían sido los civiles por error? Sin tiempo para pensar el segundo camión también explotó y comenzó a arder. Smith no se lo podía creer. En unos minutos las llamas alcanzaron el depósito de uno de los camiones que estalló más violentamente alzándose del suelo como si hubiera eruptado. El segundo camión le siguió poco después. Pero lo que era más atroz para el general -que no podía apartar la mirada del monitor- era que los atacantes no se detenían a pesar de las llamas. No parecían notarlas. Se estaban quemando vivos, pero no gritaban, no trataban de apagar los fuegos, simplemente… iban a por los soldados, o, ahora, a por los tanques. La gente seguía ardiendo y las llamas saltaban de una persona a otra… y no parecían preocuparse por ello. El olor a piel y pelo quemado se coló por los conductos de ventilación del tanque haciendo prácticamente imposible respirar. Uno de soldados dentro del vehículo apretó una serie de botones y un chorro de aire frío y limpio llenó los habitáculos. El general agradeció la acción en silencio. ¿Qué estaba impulsando a la gente a comportarse de esa manera? Había escuchado que algunas drogas permitían anular el dolor, pero… ¿Qué droga podría haber contaminado a la población? Hombres, mujeres, y niños. Todos prácticamente a la vez. Comportándose como salvajes. No, no como salvajes, los salvajes tenían un instinto de supervivencia. Esa gente estaba libre de ese tipo de inhibiciones, del dolor, no parecían sentir nada. ¿Qué hacía que cuerpos prácticamente carbonizados siguieran intentando moverse? Los soldados le miraron en silencio, esperando órdenes. Pero, ¿qué órdenes podía dar?

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (VIII) Por JD


Unos segundos después los misiles salían disparados del helicóptero directos al centro de la multitud. La onda de impacto alcanzo a todo el mundo. Algunos se taparon los ojos para evitar la polvareda que se había creado. John Smith no agachó la cabeza, ni evitó mirar a la masacre que había ordenado; los potentes focos iluminaron un tremendo agujero que se había creado de carne humana y calzada. Un humo negro salía del hoyo… junto a cadáveres andantes. No podía ser, había gente saliendo del hoyo sin brazos, con un enorme boquete en lo que antes era su caja torácica, con la cara reventada y los ojos colgando. Algunos se arrastraban sin piernas… Pero todos seguían avanzando.

Todo eso era una pesadilla de la que parecía no poder despertarse. Los soldados se miraban incrédulos. ¿Qué droga o motivo impulsaba a esa gente a hacer lo que estaba haciendo? ¿Qué provocaba que no cayeran ante las balas ni los misiles? Nadie sabía qué hacer. Algunos soldados habían dejado de disparar y buscaban con la mirada al general que mascullaba maldiciones entre dientes y clamaba al cielo, esperando éstos en cierto modo alguna explicación a lo que estaba sucediendo o bien algunas instrucciones sobre lo que hacer a continuación. ¿Qué podía hacer? Podía seguir ordenando a sus hombres que continuaran disparando, pero eso parecía servir para bien poco. La comunicación con el helicóptero le interrumpió su línea de pensamientos.

-Señor, estamos casi sin combustible, volvemos a la base a repostar.

-Granadas -gritó a sus hombres que echaron mano de las mismas y comenzaron a lanzarlas por encima de las verjas.

Se escucharon las explosiones, voló carne por los aires, y llovió lo que parecía ser sangre, pero seguían avanzando impertérritos.

Ahora la montaña de carne estaba a punto de alcanzar la cima; había que tomar una decisión, aunque fue la propia fuerza de la gravedad la que la tomó por el general. La barrera cedió ante el peso de la gente en un punto y la multitud comenzó a pasar a través de ella; fueron directos a por los primeros soldados que se encontraron, no tenían armas, pero los números estaban a su favor y eran como una marea humana que iba engullendo a los soldados que descargaban sus armas sin mucho éxito mientras comenzaban a gritar, temiendo por sus vidas y sintiendo cómo decenas de dientes se les clavaban por todo el cuerpo.

El general Smith asistía incrédulo a todo lo que se desarrollaba.

-¡¡Retirada!! ¡¡A los vehículos, debemos marcharnos!! -ordenó sintiéndose el peor de los cobardes, aunque consciente tras ver lo que sucedía de que no le quedaba más remedio que abandonar la posición si no quería que la masacre fuera mayor.

Los soldados comenzaron a correr, sin mirar atrás, tropezando unos con otros, derribándose y haciendo más sencillo el trabajo a los atacantes que se les echaban encima sin compasión ni explicación alguna. Smith se subió a uno de los tanques y cerró la escotilla. Ordenó seguir disparando contra la multitud. tres tanques, seis ametralladoras y mucha munición que no parecía servir para nada. Sólo cuando parecían estar triturados dejaban de caminar, y aún así en el suelo, esparcidos por las aceras y la carretera, se veían torsos con cabezas agitándose, queriendo seguir avanzando a pesar de carecer de piernas con las que hacerlo.

Los soldados comenzaron a subirse a los camiones mientras algunos compañeros les cubrían disparando a lo que se acercaba, aunque como venía siendo habitual esa noche, sin mucho éxito. Smith tomó una decisión:

-¡Poned en marcha los tanques y comenzad a pasad por encima de la multitud, formad una barrera para que los demás puedan huir!

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (VII) Por JD


-Joder -dijo Smith mientras su cerebro pensaba-, pero si están por toda la avenida, ¿cómo no van a detectarlos los sensores de calor? Pasad a visión nocturna, ostias.

-Negativo, águila real; los focos nos ciegan la visión nocturna y sin embargo no son suficiente iluminación desde aquí arriba.

-Vamos a lanzar bengalas a la multitud, águila uno, ¿eso serviría? -preguntó el general mientras ordenada a sus hombres posicionarse dado que la multitud comenzaba a acercarse de forma peligrosa.

-Afirmativo águila real, seguiremos la señal de calor de las bengalas.

-Ok, lanzaremos bengalas para señalar el principio y el final de la multitud -informó Smith tanto al helicóptero como a los soldados.

En unos segundos las bengalas fueron lanzadas y el helicóptero inició una pasada segunda mortal. A su paso la gente quedaba destrozada por las balas… pero ésta no parecía reaccionar. Los que habían sido alcanzados por las balas pero podían continuar avanzando lo hacían ante la sorpresa del general y sus soldados, que no se podían creer lo que estaban viendo. Smith ordenó disparar a los soldados que tenía apostados en las torretas de los tanques y en las ametralladoras de los vehículos. Sabía que esa noche había echado por la borda su carrera al ordenar disparar contra una multitud desarmada, pero esa multitud era un peligro para sus soldados y su integridad, y había algo en todo aquello que no le cuadraba desde hacía ya bastante tiempo. Las balas trazadoras iluminaban el camino del resto de balas que encontraban a la multitud a su paso pero que no parecían parar su avance. Algunos caían, pero se volvían a levantar, y reiniciaban la marcha.

Nada de aquello tenía sentido. En varias ocasiones llegó a pensar que estaba ante alguna broma de cámara oculta y que en algún momento aparecería una azafata sonriente entregándole un ramo de flores. Pero para su desgracia no fue así.

Tanto los soldados como el helicóptero ahora disparaban indiscriminadamente. Sin apuntar. Simplemente descargaban sus armas contra la multitud sin excesivo éxito. La gente se encontraba ahora pegada a las alambradas, intentando traspasarlas, al tiempo que el resto de soldados comenzaba también a disparar. Los cadáveres se comenzaron a amontonar en primera línea. Pero lo peor de todo es que no servía de nada. La gente se subía sobre los compañeros caídos… que se seguían moviendo, pero que ahora no se podían poner en píe, dado que estaban debajo de una multitud que los pisoteaba sin tenerles en cuenta. Smith no podía creerse lo que estaba viendo.

-Águila uno, el uso de los cohetes está permitido, repito, dispare misiles contra la multitud. Al centro. Y hágalo rápido, por el amor de Dios.

-Ok, agachen las cabezas.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (VI) Por JD


El general Smith comenzó a acercarse junto a un grupo de soldados a la multitud que caminaba hacia ellos para intentar hacerles entrar en razón y que volvieran a sus casas. Tanto los soldados como el general estaban bastante nerviosos. ¿De dónde habría salido tanta sangre? ¿Por qué se habían juntado de repente tantas personas?
Finalmente, se encontraron a medio camino de la empalizada principal.
-¡¿Quién de ustedes está al mando?! -preguntó el general con voz fuerte y serena.

Nadie pareció responder, es más, parecían como drogados, como en otro mundo, simplemente avanzaban hasta el punto en que comenzaron a rodear al grupo de soldados que alzaron las armas; el general ordenó retroceder poco a poco a sus hombres para no acabar rodeados. Algo extraño estaba pasando y no sabía lo que era. Fue entonces cuando vio entre el grupo a un par de sus soldados que habían desaparecido al principio de la misión. Tenían el cuello mordido, y les faltaba media cara, pero seguían en píe, al igual que otros miembros de los allí presentes. Eso fue demasiado para el general que, desconcertado, ordenó retirarse al grupo. En ese momento un miembro del grupo de civiles se lanzó contra uno de los soldados y comenzó a morderle salvajemente. El resto de soldados reaccionaron rápidamente y dispararon al atacante que no pareció reaccionar ante los disparos de la forma que tendría que hacerlo… muriendo. Volvieron a disparar pero no consiguieron que el atacante soltara su presa que estaba gritando fruto del dolor y que no alcanzaba a entender qué estaba pasando. El general ordenó a sus soldados dejar de disparar y retirarse a paso ligero. Mientras volvían a la empalizada comenzó a dar órdenes.

-Águila real a águila uno, necesitamos apoyo aéreo inmediato, una multitud desbocada se dirige hacia las barreras y son violentos. Repito, nos han atacado, permiso para disparar concedido.

-Águila uno, recibido, iniciamos primera pasada.

El sonido del helicóptero se hizo más fuerte a medida que se iba acercando; y en unos instantes el atronador ruido de sus ráfagas de balas se hizo presente en la avenida que estaba llena de gente que parecía no hacer caso al ruido del helicóptero.

Justo cuando Smith iba a cruzar las barreras el infierno se desató y sus soldados comenzaron a caer como moscas debido a las balas que llegaban desde el cielo.

-¡Aguila uno, alto el fuego, fuego amigo, repito, fuego amigo!

Esto no podía estar pasando, se repetía una y otra vez Smith.
-¿¡Qué demonios estáis haciendo!? ¿Os habéis vuelto locos? Estáis disparando al objetivo equivocado?

-Águila real, no detectamos más señales de calor, los sensores no detectan ningún punto de calor más, hemos disparado a dónde indicaban la mayor concentración de calor.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (V) Por JD


Ocho muertos y cinco desaparecidos. Ése había sido el balance de la primera noche que se suponía que iba a ser tranquila. Y las cosas no mejoraron con la luz del día. El número de desaparecidos se multiplicó por cinco, y el de muertos por cuatro. Smith no sabía qué hacer. ¿Cómo podía haber perdido tantos hombres durante el día? Eran soldados bien entrenados, disciplinados, que no se dejaban llevar fácilmente por el pánico. Pero habían muerto. Todo eso sin contar con las bajas entre los servicios de seguridad civiles que también habían sido numerosas.

¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser que personal altamente entrenado estuviera cayendo como moscas sin una explicación lógica? Al recibir las últimas cifras lo primero que ordenó fue el alzamiento de los cadáveres y su transporte a la base. Con suerte alguien allí podría suministrarles las respuestas que las altas esferas se negaban a darle y estaban provocando esas muertes. Luego ordenó a sus hombres no responder a llamadas dentro de inmuebles. Ni salir de los vehículos que les transportaban si no era estrictamente necesario. Hasta que no subiera qué estaba causando esas muertes… o el comportamiento errático de los civiles.

El tercer día comenzaron a acercarse los habitantes de los barrios colindantes, primero por curiosidad, y después con la indignación del que se siente encerrado por voluntad ajena. Y comenzaron a formarse piquetes. Grupos de ciudadanos preocupados que no entendían el motivo por el que no podían abandonar la ciudad. Y John Smith se encontró con la peor pesadilla de un militar: tener que explicar que seguía unas órdenes y que él sólo era un mandado más y que tampoco sabía nada. Al final del cuarto día tuvieron que intervenir los soldados equipados con equipos antidisturbios cuando la multitud se convirtió en una turba violenta que les comenzó a lanzar todo lo que tenían a mano o podían agarrar. Y se comenzaron a quemar los primeros contenedores.

Se empezaron a escuchar los primeros disparos contra los soldados y el general ordenó que todo el mundo permaneciera en sus casas o se verían obligados a abrir fuego. Y, obviamente, que no se acercaran a las ventanas. La situación se estaba volviendo insostenible y nadie le explicaba qué estaba pasando o lo que tenía que hacer a continuación. No podía irse de la ciudad y volver a la base así por las buenas. Y tampoco podía ponerse a disparar a los civiles si éstos decidían comenzar a salir a la calle. Y lo harían. Cuando se dieran cuenta de que los soldados no les podían disparar por las buenas.

Y todo empeoró la noche del séptimo día. Desde el final de la avenida comenzaron a aparecer personas que no hacían caso a los avisos para que se disolvieran. Los potentes focos los iluminaron. Smith ordenó usar gases lacrimógenos. Y la turba siguió avanzando sin inmutarse. ¿Qué demonios estaba pasando? Todavía estaban lejos y Smith los observó a través de los binoculares. Y lo que vio no le gustó. Se trataba de gente llena de sangre, en las camisas, en los pantalones, en el pelo… parecían tener la mirada perdida, no, la mirada la tenían fija en los soldados, simplemente no parpadeaban. Y la avenida comenzó a llenarse de ruidos de pies arrastrándose y de una especie de gruñido que hacía que a Smith se le pusiera la piel de gallina. Algo iba terriblemente mal. Y parecía que iba a empeorar.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (IV) Por JD


Justo antes de salir del cuartel las noticias empeoraron. Su misión había pasado de simplemente apoyar la ley marcial a tener que cerrar las ciudades y mantenerlas en cuarentena. Y por lo visto tenía que ser realizado con urgencia, por lo que los nuevos planes tenían que ser creados mientras se desplazaban.

El general no tenía problemas con trabajar bajo presión, pero eso era demasiado. Una cuarentena no era una cosa a tener tomada en broma. Era algo serio. Y no se podía preparar en unas horas. Por suerte sus subordinados eran personas competentes y sabían improvisar sobre la marcha. Pero aún así…

Lo primero que tuvieron que hacer fue decidir las vías de acceso que se cortarían con tanques y cuáles con camiones o simples controles. La teoría dictaba que las principales vías de acceso tendrían que ser cortadas con ayuda de bloques de hormigón y con los tanques. Pero el problema era que cualquier persona con dos dedos de frente se lo imaginaría y trataría de salir de la ciudad por vías secundarias. Se decidió consultar con las autoridades locales y pedirles ayuda para localizar esas posibles vías de escape y vigilarlas. No era factible tener tanques por todas partes y mucho menos rodear una ciudad completa para que nadie entrara o saliera. Era imposible.

Cuando llegó el general con las primeras unidades los tanques ya habían tomado posiciones y los camiones con los bloques de hormigón estaban montándolos a izquierda y derecha de manera que se pudiera atravesar el control pero a poca velocidad.

Smith comenzó a dar las primeras órdenes y a coordinarse con la policía que tampoco parecía muy contenta con las medidas pero que estaban agradecidas de toda la ayuda de la que pudieran disponer. Además de los controles fuera de la ciudad se decidió cortar las principales arterias de la ciudad dentro de la misma. Sólo el transporte público, los servicios de emergencias y los camiones con provisiones podrían acceder o salir.

El general instaló su cuartel general justo al final de una de esas largas avenidas. Desde la misma podía ver los controles de salida de la ciudad así cómo una de sus principales vías de circulación. Durante largas horas se reunió con jefes de policía, servicios de emergencias, con sus colaboradores e intentó no dejar nada al azar. La ciudad sería patrullada por parejas compuestas por miembros del ejército y de los servicios de seguridad locales que conocían mejor la zona. Cuando salió de la tienda se apoyó en uno de los bloques de hormigón. Habían formado tres hileras con los mismos que cortaban completamente la calle y la carretera. En medio de dos de ellas además habían puesto alambrados coronados en la parte superior con alambre de espino circular. Además tenían tres tanques, uno a cada lado de la calle encima de la acera, y otro casi en el centro de la carretera. Porno hablar de los humvees con ametralladoras en el techo.

Los focos se acababan de encender e iluminaban toda la zona como si fuera de día. Podía escuchar el sonido de los helicópteros patrullando los cielos de la ciudad. La suerte era que por ahora no se había tenido que enfrentar a la ira de los vecinos. Pero era cuestión de tiempo. En cuánto se dieran cuenta de que no podían salir ni entrar de la ciudad se pondrían furiosos. No porque tuvieran que hacerlo, sino simplemente porque les negaban la posibilidad a ello. No había nada mejor que prohibir una cosa para hacer que fuera más deseable. Así era la naturaleza humana. Suspiró mientras miraba a su alrededor. Los soldados iban tomando posiciones. Sería una larga noche, aunque al ser la primera esperaba que fuera tranquila. Sólo había una cosa que le preocupaba… todavía nadie le había explicado el motivo de semejante despliegue o las razones para tomar medidas tan extremas… y aunque él era un soldado que seguía órdenes, le gustaba saber el motivo por el que ponía en peligro la vida de la gente bajo su mando. Era lo menos que podía hacer por ellos.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (III) Por JD


El general John Smith no era el típico general del ejército. Normalmente los generales se quedaban escondidos en sus despachos calentando con sus culos su sillón y sacando lustre a sus estrellas y medallas, rememorando cómo las habían conseguido. Por supuesto, no decían que la estrella la habían conseguido besando el culo del presidente, después de saludarle en una recepción y alabar la belleza de su mujer y su política de lo que fuera en el momento de la fiesta; no, decían que se la habían otorgado por pensamiento creativo en unas maniobras tras salvar a su unidad mediante un movimiento ingenioso y arriesgado, usando adecuadamente los recursos de que disponían. Obviamente ni había habido maniobras, ni movimientos ingeniosos, a menos que se contasen los de las manos entrechocandas y las sonrisas falsas. Pero nadie los contradecía.

Pero el general John Smith no era así. Le gustaba llevar el traje de campaña, como uno más. Siempre estaba por alguna de las bases que estaban bajo su mando conociendo a los mandos, participando en maniobras o entrenamientos, siendo uno más. No se le solía ver llevar medallas, y si llevaba sus estrellas era por imperativo protocolario. Era duro en el trato profesional, pero siempre con un toque paterno; no se le conocían mujer ni hijos, ni familia cercana, por lo que siempre circulaba el consabido rumor de que el ejército lo había criado para ser el general. Escuchaba atentamente, sin interrumpir, corregía los errores y los explicaba. Y los soldados le admiraban por cómo se fundía con los demás, comía el mismo rancho y se quejaba como los demás cuando la comida no era buena… lo que hacía que a menudo intendencia tuviera problemas.

Las estrellas y medallas, que algunos decían que llegaban hasta el suelo, las había ganado en combate; ayudas humanitarias, negociaciones en secuestro con rehenes… por no hablar de las acciones sancionadas por su ejército por acciones en suelo enemigo de las que no se podía hablar, aunque los rumores apuntaban que el mundo tenía menos terroristas gracias a él y la mitad de la humanidad le debía la vida. Había tocado todas las ramas que se podían tocar del ejército, menos el combate espacial… aunque cuando se lo comentaban sonreía de una forma misteriosa.

Los problemas le empezaron a surgir cuando una llamada telefónica interrumpió su comida, un puré de patatas decente acompañado de carne en su salsa. Malhumorado fue a su despacho a responder al teléfono. No pudo quejarse cuando la voz al otro lado del aparato se identificó como el jefe del Estado Mayor. Al parecer su grupo de combate había sido movilizado y ayudaría a las autoridades locales de varias ciudades en la puesta en marcha de un toque de queda debido a continuos actos de pillaje y actos violentos que estaban desbordados a la policía.

El despliegue, además de soldados, incluiría a la infantería mecanizada, tanques y blindados ligeros, y a la infantería aérea, en forma de helicópteros de combate así como aviones que se encargarían de vigilar la zona de exclusión aérea que se había decretado.

Todo eso le hizo refunfuñar sonoramente mientras daba las órdenes oportunas para que se cancelaran todos los permisos y los cuarteles y sus mandos se prepararan. Meter a soldados en un ambiente urbano era la mayor locura que se les había ocurrido a los políticos. El ejército no estaba entrenado para ese tipo de combate. Pero bueno, al menos sólo se trataba de vigilar a civiles y no de enfrentarse a milicias armadas y organizadas. Seguramente no habría que disparar ni un solo tiro y sólo serían un par de días fuera del cuartel que servirían como una anécdota más en su dilatada carrera.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (II) Por JD


-Su grupo consta de 21 personas –dijo Henry sonriendo-, en estos momentos están acampados a 5 kilómetros de aquí, usted personalmente no se ha acercado a esta base para investigarnos, ha mandado a tres personas diferentes, dos hombres y una mujer, morena, flacucha, que ha sido la que más información ha conseguido de esta base.

El gesto de Donald se torció. Henry continuó.
-Ahora mismo tiene un punto rojo apuntando a su pecho -dijo señalando el mismo-, la gente en este campamento se toma muy en serio su trabajo, y no le gusta que le amenacen. Sabíamos que estarían vigilando así que dejamos que nos espiaran, y mostraran su actitud. Y su actitud no me gusta. Así que me temo que si quieren quedarse aquí para descansar tendrá que seguir las normas más restrictivas.
-Es un farol -dijo Donald mirando a su alrededor-, seguramente alguien de mi grupo les ha informado, para comprar un sitio en este lugar.

Un segundo punto apareció en el pecho de Donald, así como otros tantos en los dos miembros más cercanos a él.
-Por supuesto, seguro que es un farol, pero lo que se está jugando es su vida, no la mía. Mire, le seré sincero -la voz de Henry se endureció-, mis hombres son… profesionales, y los zombies no son precisamente un reto, quiero decir que para entrenarse vuelan los dedos de las manos de los zombies, sus orejas… bueno, ya se lo puede imaginar. Un humano es más… apetecible, más irregular. No se crea, no somos monstruos, le mataremos de un disparo al corazón, y luego, cuando se convierta en zombie… bueno, jugaremos con su cuerpo. Excepto que nos toque los cojones demasiado; en ese caso no tendrán problemas en ver cuántos disparos necesitan para matarle lentamente. ¿De verdad quiere comprobar mi farol?

Como para corroborar sus palabras en ese momento llegó un grupo de militares pertrechados perfectamente. El que iba en cabeza, con una gorra, y dos estrellas en los hombros se acercó a Henry sonriendo y sin hacer caso a los desconocidos dijo:
-Henry, muchacho, ¿te están causando problemas estos civiles? Mis hombres necesitan entrenamiento cuerpo a cuerpo.

La cara de Donald paso por varias fases mientras Henry sonreía.
-General Smith, no, creo que esta gente ya se iba. Parecen no querer aceptar las condiciones para pasar un fin de semana aquí.

-Qué lástima -dijo el general-, bueno, nosotros vamos pasando, si necesitas algo sólo tienes que silbar -a continuación indicó a sus hombres que le siguieran, y avanzaron hacia el interior de la base ignorando por completo al grupo que estaba en la puerta.
-Bien -dijo Henry que no se esperaba la llegada del general ese día-, si su grupo y usted quieren descansar y ayudarnos serán bienvenidos, y si no… bueno, ya sabe dónde está la salida.

Donald miró a su alrededor y vio la cara de miedo en sus acompañantes.
-Nos vamos… por ahora.

Henry los vio marchar y se fue a buscar al general para ponerle al día de los últimos acontecimientos, y para ponerse él también al día de lo que estaba pasando ahí fuera.

Jornada 5. John Smith. El fin de los días (I) Por JD


Base Militar Echo (En el presente)

-Mierda -dijo Henry sacando el destornillador del motor y tirándolo al otro lado del hangar, pasar los motores eléctricos a los vehículos militares estaba siendo una tarea tediosa y dificultosa. En teoría tendría que ser al contrario, dado que los puñeteros eran más grandes que un vehículo civil, y deberían tener más espacio, pero trabajar con ellos se estaba convirtiendo en una pesadilla.

Su comunicador cobró vida:
-Henry se acerca un grupo a la puerta principal, armado.

Henry suspiró, otra vez a hacer de poli malo. Se subió a un humvee que le había venido a buscar, uno de los que ya usaban el motor eléctrico, y le llevó a la entrada principal donde le estaba esperando uno de sus hombres.

Se bajó del humvee que con la misma rapidez que le había traído y desapareció. Se arregló el uniforme militar que llevaba y esperó a que llegaran las visitas. No tardaron mucho. Se trataba de un grupo típico de supervivientes, desaliñados, descuidados, y con la mirada perdida. Respiró hondo, esperó a que el que seguramente debía ser el que estaba al mando diera un paso al frente e hiciera contacto ocular.
-Bienvenidos a la base Echo damas y caballeros, ¿qué puedo hacer por ustedes?

El que estaba al cargo llevaba unas gafas de sol que le ocultaban los ojos, una barba incipiente, y una sonrisa que indicaba que creía estar por encima de Henry.
-Me llamo Donald Brown, estoy al cargo del grupo de supervivientes. Quisiéramos que nos proporcionara comestibles y ver lo que tiene por si podemos usar algo.

Henry miró de arriba abajo al hombre que acababa de hablar casi en un tono amenazante.
-¿He de suponer que si no accedo ocurrirán cosas malas?

Donald sonrió maliciosamente mientras teatralmente se quitaba las gafas de sol.
-Les hemos observado, apenas tiene hombres, muchos refugiados, y vehículos interesantes. No se lleve a engaño, las personas que me acompañan no es mi grupo completo, sólo… un ejemplo de lo que tengo bajo mi mando, hombres y mujeres entrenados en el uso del armamento, que han sobrevivido a este apocalipsis, y entrenado con sus vidas en juego contra los zombies.

-Esta base -comenzó a recitar Henry- es un santuario para la humanidad. Prometemos protección contra el exterior a cambio de mano de obra. Siempre necesitamos que se lleven a cabo obras, reformas, mantenimiento. Tratamos de ser sostenibles, y plantar y cuidar cultivos es una tarea diaria y dura. Así que a cambio de ayuda les damos comida, un lugar donde dormir, y a gente como ustedes pues… les ofrecemos un trato parecido, pueden pasar unos días tranquilos aquí, ayudando con esas tareas, o pueden irse por el mismo lugar que han llegado.

Eso no gustó a Donald que miró duramente a Henry.
-Creo que no me entiende, usted nos proporcionará lo que necesitemos, sin causar problemas. Les hemos estudiado, podemos tomar esta base cuando queramos. Pero preferimos evitar un derramamiento de sangre entre humanos, y encontrar un entendimiento beneficioso.