Afortunadamente la cocina del cuartel les había guardado el rancho y se lo enviaron para que pudieran cenar antes de irse a dormir.
Vázquez durmió como un angelito sin preocuparse de las miradas recelosas que los civiles le habían lanzado al verlo entrar en su pabellón. Sabía que eran inofensivos y no eran tan estúpidos como para provocar un incidente con el que los militares pudieran justificar una acción más dura y mortal.
El desayuno transcurrió plácidamente. Se había sentado en la misma mesa que el comisario y había estado intercambiando anécdotas de todo tipo. Cuando finalizaron le ofreció un cigarrillo y salieron a caminar por el patio.
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