22 de enero de 2010 (2 de 2)
Así que luego he ido haciendo una ronda de llamadas a ver si había alguien al otro lado del teléfono. En el número de emergencias del 112 nadie me ha cogido el teléfono, al igual que en la policía local y la nacional. Los bomberos sí que me han cogido el teléfono pero me han regañado por usarlo para algo que no fuera una emergencia… ¿Cómo no iba a ser aquello una emergencia? Estábamos siendo atacados por muertos vivientes, por favor. Y me han colgado.
Luego he rebuscado y he encontrado el teléfono fijo de casa de mis padres y les he llamado. Al principio pensaban que se trataba de una broma macabra, de algún gracioso o de la radio pero al final les he podido convencer de que era yo, su hijo, que estaba vivo, encerrado en su piso de estudiante y atrapado en una maldita isla llena de zombis gracias a su egoísmo. Mi padre me ha comenzado a gritar diciendo que era un desagradecido y que debería de haberme pegado más a menudo para mostrarme respeto, que no sabía lo que costaban realmente las cosas; y así se ha pasado cinco minutos. Increíble, su hijo en peligro de muerte y él dando lecciones de historia y de cómo cuando él era pequeño había zombis por todos lados y se tenía que buscar la vida para mantenerse él y sus cinco hermanos que dependían de él. Claro que el abuelo me contó que eso no era para nada cierto, sobre todo porque la Gran Plaga le pilló ya con una edad, pero cuando le señalaba que las fechas no coincidían mi padre me gritaba aún más diciendo que yo no sabía nada y que los libros de historia mentían.
El caso es que, después de decirles a mis padres que les deseaba una muerte cruel y lenta como a la que me habían mandado a mí, he colgado.
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