Para principios de los años noventa las relaciones con el resto de mundo comenzaron a normalizarse. Pero un problema acechaba: Asia y los miles de millones de zombis que todavía estaban expectantes. Ya se habían producido varios incidentes aislados a lo largo y ancho de la frontera, pero cada vez se iban acumulando un mayor número de zombis y la situación comenzaba a ser alarmante.
Vladimir Putin, después de su triunfal campaña en Alemania, se encontraba en la reunión con la que el Politburó trataba de encontrar una solución al problema de los zombis asiáticos, y sin mucho éxito.
La opción nuclear se había descartado rápidamente después de los informes que se habían escrito sobre el incidente Chernóbil. Era cierto que la radioactividad había resultado efectiva, pero los zombis no la habían notado como los seres humanos normales: ni se ponían enfermos, ni les afectaban las quemaduras. Además seguían viajando y contaminando allá por donde iban. Todo el asunto era muy inestable y peligroso. Y luego estaba el no saber qué pasaría con la radiación en el medio ambiente. La solución que se estaba barajando en aquellos momentos era la de retomar los bombardeos masivos apoyados por la opción del napalm. Aunque esa última opción también era peligrosa por los incendios descontrolados que se pudieran producir, ya que además, los zombis en llamas también habían demostrado ser un peligro.
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