Mara tuvo que pararse un instante para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad sin perder de vista a Doc que seguía durmiendo. El camarote tenía una mesa de trabajo con varios monitores encima que parecían estar en modo de espera. Cuando comenzó a ver mejor en la oscuridad se acercó con paso firme a su víctima. Tras años de pesadillas todo acabaría aquel día. Finalmente. Respiró hondo y apretó con todas sus fuerzas el cuchillo que llevaba y que le había quitado a uno de los soldados.
En ese momento comenzó a sonar lo que parecía una alarma y seguramente a través de todo el portaviones. Pero era demasiado tarde para Doc que no pareció hacer ningún gesto de levantarse para ver qué estaba pasando. Mara le atravesó rápidamente el pecho con el cuchillo esperando alcanzar el corazón y se lo retorció ante, finalmente, la mirada de sorpresa e incredulidad de Doc que comenzaba a respirar con dificultad pero que parecía no tener la intención de morirse.
Mara le cogió la cabeza y la estrelló contra la pared metálica del camarote haciendo un ruido bastante desagradable; la apartó y la volvió a estrellar contra la pared una y otra vez incontables veces hasta que los huesos de la cara se habían deformado de tal manera que aquel cadáver era irreconocible. Pero Mara no pareció contentarse y siguió estrellándola, una y otra vez, sin parar, sin descanso y hasta que se dio cuenta que lo que tenía entre las manos ya no era una cabeza sino un amasijo de sangre, músculos, huesos y masa cerebral que se esparcía entre sus dedos cayendo sobre las sábanas de la cama.
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