Jornada 9. La Ira de Dios (y 208)


-Les diré que me quedo aquí. Me inventaré algo. Además, por lo que sé sobre su misión no tardaremos en tenerles en las filas de luchadores del Señor. Es como si llevaran una diana en la espalda.

Tampoco le podía dejar suelto por el pueblo. Los zombis todavía rondaban por la zona. Y si tenían a alguien que les guiara… sería una masacre. Debía hacer algo. Y rápido.

-Entiendo su silencio. Está pensando cómo encajo en su plan. Tranquilo, tómese su tiempo. Yo me iré a despedir de mis… compañeros y luego volveré para que me lo cuente todo. Seguro que para entonces ya ha pensado en cómo puedo ser de utilidad.

Observó cómo salía de la iglesia. No podía alargar mucho más su decisión, ni seguirle el juego. Era demasiado peligroso y no tenía derecho a jugar con las vidas de otros de esa manera. Sólo veía una solución. Se levantó en busca de su mochila y rebuscó en ella. Nunca pensó que debería usar aquello… sacó la pistola de su funda y la cargó. No tenía más remedio.

El padre Díaz regresó contento y sonriente entrando triunfalmente en la iglesia y vanagloriándose voz en grito del espectáculo que había dado en la despedida de sus compañeros de viaje. No vio la pistola en la mano de Xavier hasta el último momento y no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando Xavier le disparó, la cara de incredulidad que tenía le acompañó hasta caer al suelo sin creerse todavía que le hubieran disparado y que su aventura sirviendo a Dios pudiera acabar de esa manera tan estúpida y futil.

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