Jornada 9. La Ira de Dios (184)


Después de los postres se despidió ante la sorpresa de Joan y sus hijos dado que habitualmente se quedaba a jugar con ellos un rato.

Xavier caminó por las calles del pueblo durante un rato disfrutando del aire frío y tratando de aclarar sus ideas y planear su futuro. Aunque tenía claro que no le iban a colgar o quemar en el pueblo era posible que le pidieran que lo abandonara si se descubría la verdad. Era cierto que el prior de Lluc había hecho de protector pero la mentira sobre su pertenencia a la Iglesia era una mentira por mucho que se tratara de negar lo evidente. Como siempre su pasado volvía con fuerza para buscarle y recordarle que estaba ahí.

Decidió volver a la iglesia en la que dormía habitualmente desde que su ocupante oficial había decidido, junto a su mujer, vivir en el santuario. Había prometido cuidar del recinto religioso y hasta ese momento había cumplido la sorpresa.

La habitación estaba austeramente decorada. Habitualmente, ahí no vivía nadie dado que el pueblo había asignado una casa al sacerdote original cuando se había casado. Y Xavier la mantenía limpia y sin signos de que él vivía ahí salvo alguna caja de munición extra que mantenía a mano para coger rápidamente si se daba el caso. Dejó su bolsa de viaje y su escopeta y se dirigió al altar para rezar y buscar algo de inspiración divina.

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