-Si yo le contara… -sugirió Monty haciendo un momentáneo silencio- Las leyendas tienen siempre algo de verdad. Y lo cierto es que el olor de pólvora es familiar en estos lares.
-Pero me estaba contando cómo llegaron los zombis a Inca.
-Fue de la forma más estúpida y accidental que uno se pueda imaginar –continuó su relato Monty- Lo que le cuento ahora es especulación dado que no hay supervivientes que puedan ratificar la historia.
-Entiendo –dijo Monty- Por cierto, estos brioches están riquísimos. Continúe.
-Los hizo mi hermana –indicó Cati- Ya se lo diré de su parter. Seguro que se alegra que no sólo su familia le diga que están buenos.
-Bueno, como le decía creemos que a mucha gente en Palma cuando los zombis aparecieron le entró el pánico y no pensaron claramente y bastantes de ellos huyeron a la estación central de la ciudad y abordaron el tren que estaba a punto de salir. Un tren directo entre Palma e Inca sin más paradas.
-O eso pensamos –añadió Cati.
-El caso es que cuando el tren paró en la estación estaba atestado de muertos vivientes, lo cual es imposible –señaló Monty- Según los científicos de turno por supuesto. Las personas que vieron llegar el tren dieron la voz de alarma y las sirenas sonaron por toda la ciudad. Los trenes se abren cuando alguien les da a un botón que hay cerca de la puerta así que sólo era cuestión de tiempo que alguno lo pulsara accidentalmente.
-¿Nadie sugirió alguna acción más activa? –Preguntó Xavier- Seguramente no hubiera sido muy difícil atajar a ese grupo de zombis o… Dios me perdone, volarlos por los aires.
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