Para sonrojo de Xavier, la familia de Joan le adoptó como si fuera un animalito perdido que hubieran encontrado. La mujer, Joana, estaba encantada de su compañía, y la hija más pequeña se le pegaba todo el día y le seguía a todas partes como si fuera su mascota, haciéndole preguntas de todo tipo.
Lo que iba a ser una noche se convirtió primero en unos días y luego en unas semanas. Volvió a residir sin quererlo en el santuario ante la sorpresa del prior que no pudo evitar señalarle cada día que pasaba la contrariedad de su comportamiento.
Al final se había quedado para ayudar en la construcción de los muros del pueblo y para tratar de ayudarles en lo que fuera posible con sus puntos de vista nada ortodoxos basados en los años que había pasado viajando por el mundo y viendo cómo los zombis habían ido conquistando todo lo que se ponía por delante.
Todo iba bien hasta que un día mientras determinaba que un muro no tenía que ser excesivamente grande a la entrada del pueblo comenzó a escuchar unas lejanas campanas. Buscó con la mirada a alguien que le pudiera explicar qué estaba pasando.