-En ese caso tendré que ganarme la estancia con el sudor de mi frente.
-¿Y usted cree que nosotros estamos locos? –Preguntó Joan soltando una carcajada.
-¿Locos? No, sólo algo extravagantes.
Finalmente bajaron la montaña y Xavier pudo ver su destino. A lo largo de la carretera y a ambos lados se habían ido construyendo viviendas como se hacía antiguamente. A primera vista el pueblo no parecía demasiado grande y estaba relativamente tranquilo.
-Bienvenido a Caimari –le dijo Joan- Su primera parada en un largo camino si insiste en hacerlo a pie. No es un sitio muy vistoso pero está bien para vivir.
Los coches se fueron separando. Seguramente para ir cada uno a buscar a sus familias y preparar el viaje de regreso al santuario lo más rápido posible para tratar de estar de vuelta antes del anochecer. Su vehículo no tardó en girar en una calle y pararse. Joan se bajó e indicó a Xavier que le acompañara.
Se acercó a una puerta y sacó unas llaves. La abrió y antes de que Xavier pudiera advertirle de que podía encontrarse con una desagradable sorpresa una pequeña sombra se abalanzó sobre el desprevenido Joan y se tiró sobre su cuello.