-¿Era muy religioso su padre? –Preguntó Xavier.
-Que va, se iba de caza todos los domingos y era nuestra madre la que nos llevaba a misa, pero más como un acto social que otra cosa –dijo Joan sonriendo mientras parecía pedir perdón por su comentario- Pero cuando se comenzó a hablar de muertos resucitando y matando gente y del fin del mundo… Bueno, cualquiera recurre a lo que sea para salvar a su familia así que… acabamos aquí.
-¿Y cómo era la vida? –Siguió preguntando Xavier.
-Al principio era bastante caótico todo. Lleno de refugiados, sin nada que hacer, confusos –siguió Joan- Fue tarea del predecesor del prior tratar de organizar las cosas; montar una clínica, grupos de vigilancia, incluso una escuela para los más pequeños. Nos fuimos acostumbrando poco a poco a la vida en el santuario. Pero siempre con el miedo de que los zombis vinieran… lo peor era para los niños. No los más pequeños que no entendían nada, o los adolescentes que más o menos tenían claro lo que pasaba. Yo estaba entre ellos. Una pesadilla detrás de otra, a pesar de no haber visto un muerto en toda mi vida.