Recogió su petate y la escopeta y salió al jardín. Durante unos instantes dudó sobre qué hacer. ¿Quedarse o irse? Parecía que había llegado ayuda por lo que sus servicios ya no eran necesarios en aquel lugar. Y debía llegar a Palma y tratar de encontrar a sus compañeros. Se sentía confuso. Tal vez había sido demasiado duro con el prior. Pero estaba frustrado. Había visto las desgracias que los zombis habían provocado a lo largo y ancho del mundo. Y ahora todo volvía a comenzar. Familias destrozadas, almas en pena vagando por las ciudades o por los campos sin que nadie pusiera fin a su sufrimiento… ¿Cómo podía nadie creer que Dios estaba detrás de todo aquel sufrimiento? Se había llegado a un punto en el que parecía que la sociedad insistía en no creer en Dios pero en culparle de todo lo malo que pasara. Era ridículo. Y ahí estaba él, después de haberse enfrentado a un grupo de esas criaturas y a punto de perder la vida, y parecía que a cambio de su salvación había sacrificado la de alguien más joven. Posiblemente debería volver para pedirle perdón al prior. Con el paso de los minutos se daba cuenta cada vez más de que había volcado su enfado con el pobre hombre que además había perdido a alguien de su congregación.
Bajó la cabeza resignado. Era lo correcto. Se giró y volvió a dirigirse a la iglesia. Justo cuando iba a entrar se tropezó con el prior que en aquel momento salía.
-Lo siento –dijo rápidamente Xavier.
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