Xavier retiró los prismáticos con sus manos temblando y vomitó ante la mirada de Mara que se le acercó para ver qué le pasaba. Éste le entregó los prismáticos y le señaló hacia las columnas. Mara no se entretuvo a mirar tanto como el sacerdote. No lo necesitaba.
-No queda nadie vivo por ahí, padre –le dijo tratando de calmarle- No podemos hacer nada. Si quiere podríamos acercarnos para darles descanso eterno pero… es una trampa mortal. Y no creo que tengamos suficiente munición para todos ellos. Podemos marcar el lugar en el mapa. Y quién sabe, a lo mejor en un futuro…
-¿No te preguntas qué sentido tiene? –Dijo Xavier señalando en la dirección de los vagones- ¿Por qué Dios lo ha permitido? ¿Por qué hace que esa gente sufra de esa manera?
Mara se quedó un rato en silencio observando a Xavier.
-No, no me lo pregunto –respondió finalmente- ¿Quién soy yo para plantearme ese tipo de preguntas? Me gusta pensar que todavía soy una militar. Y los soldados no nos hacemos demasiadas preguntas ni nos planteamos ese tipo de cuestiones. Es peligroso en nuestro trabajo.
-Pero, ¿qué sentido tiene entonces combatir si no sabes por qué lo haces? –Preguntó Xavier algo irritado ante la evasiva de su compañera de viaje.
-Yo no he dicho que no supiera el motivo por el que combatía –le señaló Mara- He dicho que no trataba de buscarle explicaciones a lo que los políticos decidían sin consultarnos o tener en cuenta nuestros consejos.
Mara hizo una pausa.
-En teoría el deber de un soldado es cuestionar las órdenes de sus superiores si éstas no parecen legítimas –le contó Mara- Que es lo que me ha llevado a esta situación. Pero no todo el mundo quiere meterse en esos problemas. ¿Cómo te lo explico?
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