Gerald no pudo evitar pensar en cómo la gente seguía considerando a los informáticos inofensivos con un ordenador. Como si no fuera capaz de entrar en el sistema del hotel y juguetear con él… Bueno, tampoco se esperaba que él fuera una amenaza así que…
Los cinco fueron llevados por un largo pasillo hasta una zona que Gerald sólo había visto en los mapas: La cuarentena. Era un enorme espacio iluminado y blanco. Demasiado blanco. Estaba lleno de cámaras, ordenadores, pantallas, instrumentos médicos de todos los tamaños y una docena de médicos y enfermeras esperando seguros hasta que ellos entraran en la zona de seguridad.
Por supuesto todo el mundo sabía que el virus zombi no se cogía por el aire, en teoría, pero toda precaución era poca.
En el centro de la sala había un cubículo de cristal y en su interior diversas habitaciones para sus ocupantes que rodeaban una zona común en la que la gente ahí encerrada pudiera hablar y socializar. Uno a uno fueron entrando en una zona en la que tenían que desvestirse, se les tomaban imágenes de sus cuerpos desde todos los ángulos y eran tratados con algún extraño producto químico que se suponía podría hacer algo contra la infección zombi. Se les extraía sangre, y se les daba una muda nueva. Luego ingresaban en el cubículo.
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