El sargento no dijo nada durante todo el trayecto. De vez en cuando parecía tener la intención de hacerlo y abría la boca para, simplemente, cerrarla a continuación. Alex tampoco quería decir nada. ¿De qué serviría? ¿Era ese el futuro que les esperaba si no alcanzaban a su hermano? Encerrarse y esperar la muerte… Ni siquiera se le ocurría ninguna anécdota graciosa que contar para aliviar el ambiente y relajar la tensión que se vivía en el interior del humvee.
Al llegar a la altura del centro de ocio de Porto Pi, vieron una columna de humo que parecía salir de la rotonda del centro comercial. El sargento condujo alerta hasta el origen y se quedó sin habla al ver de dónde salía el humo. Al más puro estilo de las películas de indios y vaqueros media docena de humvees del ejército estaban puestos en círculo en medio de la rotonda, a su alrededor había cientos de cadáveres. Y en el interior del improvisado refugio había más todavía, tanto con uniformes del ejército como con ropas de civiles. Varios vehículos estaban ardiendo, debido a que uno de los mismos había explotado, seguramente por una granada mal lanzada… o no lanzada pero sí preparada.
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