Jornada 7. De policías y militares (93)


-Pero qué dramático que eres –dijo el sargento resoplando- Cómo se nota que eres escritor. Por ahora te acompañaré. Pero si las cosas se ponen peligrosamente mortales… me reservo el derecho de abandonarte como a un perro.

-Tenemos un trato –dijo Alex sonriendo- Y ahora a buscar ese convoy de vehículos militares y con suerte no sabrán que somos fugitivos.

-Con la suerte que hemos tenido hasta ahora lo dudo mucho- Señaló el sargento.

-Seguimos vivos, ¿verdad?

El sargento puso el vehículo en marcha mientras asentía con la cabeza.

-La suerte de los locos. Pero hasta a ellos se les acaba y son encerrados en el manicomio.

-O son nombrados tenientes o comandantes –respondió el policía sonriendo.

Durante los siguientes minutos recorrieron las calles desiertas de aquella parte de la ciudad. Era difícil saber si había supervivientes encerrados en sus casas o no. De vez en cuando parecían ver alguna figura entre las sombras de reojo. Pero cuando fijaban la vista en el lugar concreto no parecía haber nada ni nadie. Lo peor era imaginar qué infierno podrían estar viviendo entre las paredes de los edificios. Alex trató de quitarse esos pensamientos macabros de la cabeza. Pero era complicado, su imaginación no dejaba de hacerle ver historias de todo tipo: Familias enteras convertidas en zombis poco a poco después de morir de hambre y sed, o de enfermedad, o porque algún miembro se había convertido en un nuevo zombi y había convertido al resto de los integrantes de la vivienda. O vecinos zombis invadiendo otros pisos o casas de forma violenta a través de endebles puertas o ventanas.

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