Jornada 7. De policías y militares (52)


La espera sin duda fue lo peor. En la cabeza de Alex no paraban de formarse futuros inciertos y de ver conspiraciones por todas partes y lo peor era el no tener respuestas a sus preguntas. ¿Quién había querido matar a su hermano? ¿Por qué luego habían decidido darle permiso para ir a una base ultra-protegida? ¿Sabría algo que necesitaran los militares? Bueno, eso no sería extraño, dado que el niño ese era un genio en su campo, aunque ya eran ganas ser un genio en eso de zombis. Seguro que no ligaba mucho cuando lo decía en un bar.

‘Hola, me llamo Marc, y estudio zombis, ¿A qué te dedicas?’

-Sí, definitivamente sería digno de ver –dijo Alex en voz alta sin darse cuenta.

El sargento levantó la mirada de la mesa en la que tenía distribuidas las diversas piezas de su fusil de asalto y encendió un cigarrillo.

-¿Decías algo o ahora hablas sólo como los científicos locos?

-Estaba pensando en el método de ligue en los bares de mi hermano –respondió algo ausente Alex.

El sargento suspiró.

-Más te valdría pensar en tu vida romántica y no en la de tu hermano; puede ser algo enfermizo si lo llevas muy lejos. Además, seguro que se le tiran encima las tías en cuanto se entera de que está forrado. No vi fotos de ninguna chica en tu casa, ¿no me dirás que no te gustan?

-¿Mmm? No, no es eso –respondió Alex algo incómodo con ese tema- Mi hermano siempre ha sido el ligón. Yo soy más enamoradizo y me han dado bastantes palos por eso. Así que decidí no tomarme en serio todo eso y si algún me cruzaba con mi media naranja pues perfecto, y si no… tampoco me desesperaré. La gente no sabe apreciar la soledad y lo bien que se vive sin tener que dar cuentas a nadie. ¿Y tú, sargento?

-Mi novia es España y mis hijos son los reclutas –respondió casi de memoria y sonriendo- Mira, no tengo una gran educación, no soy especialmente guapo ni agraciado físicamente, no tengo una carrera, ni dinero, y todo lo que conozco es el ejército, así que… suelo tener que pagar, pero tampoco es que mi importe; todo el mundo tiene derecho a tener una profesión sin que la obliguen por ello.

Luego sonrió misteriosamente y Alex se le quedó mirando.

-Cuéntame la historia.

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