Jornada 7. De policías y militares (43)


-Me temo que no podrás fumar –le dijo el policía- ¿O quieres llamar su atención?

-Creía que no tenían sentido del olfato, ni oído… -dijo confundido el sargento- Ni tampoco veían, ni sentían ni hablaban.

-Y sin embargo se mueven y matan a la gente –señaló el policía- ¿De verdad quieres correr el riesgo?

El militar se quedó en silencio durante unos segundos.

-Joder… tendría que haberme quedado en el cuartel –se quejó amargamente- Al menos me daban de comer y podía fumar sin problemas. Tío, esta espera va a ser muy dura. Y seguro que querrás además que estemos en silencio o hablemos bajito.

-Sería lo mejor –señaló Alex- No sabemos dónde están. Y no queremos que nos rodeen. Así que respira hondo este aire limpio que nos rodea y disfruta de la naturaleza.

-El olor a muerto que trae el viento y hace que este sitio apeste –dijo el sargento- Y sin letrinas. No me apunté al ejército para esto.

El policía se puso cómodo en su asiento y se trató de relajar cerrando los ojos. Debían esperar. Aunque si se quedaban demasiado tiempo ahí corrían el peligro de ser rodeados por los zombis. ¿Dónde estaría el comisario? ¿Por qué no se comunicaba con ellos?

Las horas pasaron y los intentos de Castillo por comunicarse con su superior continuaron siendo inútiles. Y el problema era que no podían pasar ahí la noche. Fue el sargento el que sacó el tema.

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