Jornada 7. De policías y militares (9)


El tráfico por las calles de Palma era nulo y además no había coches cruzados ni parados en medio de las carreteras como había pasado anteriormente. Por lo visto la nueva invasión zombi había pillado a la gente en sus casas o en las calles pero no en sus coches. O al menos por las calles por las que circulaban.

Dejaron atrás la carretera de Valldemossa y pasaron por la plaza Abu Yahya momento que aprovechó Vázquez para hacer uno de sus comentarios.

-No, en serio, a ver Castillo, explícamelo –dijo señalando la plaza- ¿Qué clase de nombre para una plaza es ese?

-El tal Abu Yahya fue el último gobernador de la isla antes de que nos conquistaran los cristianos –le explicó Castillo con paciencia.

-Será que os re-conquistaran –le corrigió Vázquez.

-Me temo que no –contestó Castillo- Por si te interesa esta isla ha pasado por manos de… a ver.. los romanos que la fundaron, luego los alemanes bajo el nombre de vándalos, los bizantinos… los árabes, luego los castellanos… ah sí, y en la guerra civil española, perdón, la guerra de sucesión fuimos el último reducto de las fuerzas aragonesas… Ah, sí, también estuvimos en manos francesas… y en la guerra civil estuvimos en el bando de los nacionales. Y por no hablar de los turistas alemanes e ingleses que tuvimos antes de la mierda zombi…

Vázquez silbó.

-Joder con los mallorquines –dijo entre admirado y divertido- habéis pasado por más manos que un billete de 100 pesetas.

-Ya te digo –le respondió Castillo mirando a través de la ventana como entraban en la plaza Cardenal Reig con aquel pequeño obelisco en su centro-. Mira, estás en una ciudad que oficialmente se llama Palma a secas pero todo el mundo le añade el ‘de Mallorca’. Y a esta plaza se le conoce como la del supositorio.

Vázquez miró el monumento que estaba en el centro de la plaza alrededor del cual estaban girando. Era una especie de representación en pequeño del monumento a Washington norteamericano. Un prisma de cuatro lados acabado en punta y con una cabeza de león en cada lado del que salía, todavía, agua.

-¿Supositorio? ¿Eso de ahí? –Preguntó incrédulo Vázquez- Si no es un tubo, y está acabado… en punta. ¿A quién demonios se le ocurrió ese nombre? ¿Quién querría meterse algo así por el culo? Tío, en serio, los isleños estáis locos de remate.

-Si yo te contara… dijo sonriendo Castillo mientras el vehículo enfilaba por la larga calle de Francisco Sancho- Vale, ahora al final hay que girar a la derecha y no pasar por el puente. Ah, el puente… si yo te contara la historia tampoco te lo creerías. Ve despacio que no queremos llamar la atención de los zombis en la zona.

Justo cuando iban a girar Escobar paró en seco el vehículo.

-Mierda –dijo señalando a su derecha.

Todos miraron para ver como un grupo de zombis les impedía seguir calle abajo.

Jornada 7. De policías y militares (8)


Castillo recuperó el habla al cabo de unos segundos.

-A ver, a ver… que quieran matar al sargento lo entiendo –dijo Castillo tratando de rebajar el tono de la conversación- Que va con el uniforme. ¿Pero yo? Si lo único que hice fue romperle la cara. Seguro que no era la primera vez.

-Oye Vázquez, ¿no tendrás algún cigarrillo a mano? –Preguntó el sargento ignorando el comentario de Castillo- Y explícame eso de que nos iban a fusilar así por las buenas.

Vázquez escondió el paquete de cigarrillos.

-Ninguno a mano, mi sargento –dijo girándose hacia su superior- Al parecer el teniente tenía la creencia de que estábamos en tiempos de guerra y que su desobediencia y el ataque del policía requerían medidas extremas para dar ejemplo.

-Es cierto mi sargento –intervino Escobar- Yo estaba presente cuando estaba dando las órdenes y hablando del tema.

-Siempre pensé que al teniente le faltaba un tornillo –dijo el sargento pensativo- ¿Cuál es el plan Vázquez?

-¿Plan? –Preguntó Vázquez con curiosidad- Yo ya he cumplido mi parte, le he sacado del cuartel. Lo que haga a partir de ahora es decisión suya. Por mí, como si quiere regresar al cuartel. Aunque en ese caso le agradecería que no dijera nada al teniente de mi participación en todo esto.

-Creo que por ahora no sería conveniente volver –dijo el sargento pensativo- Aunque no tengo ni idea de lo que voy a hacer. No es como si tuviera una casa o algo a la que ir. Toda mi vida estaba en el cuartel, en mi macuto.

-Si le sirve de algo, su macuto está en la parte de atrás del humvee –dijo sonriendo Vázquez- Junto con algunos recuerdos más que seguro que necesitará: Provisiones, armas, munición y alguna chuchería más.

-Y está invitado a mi casa, sargento, si lo desea –intervino Castillo- Es más grande que la celda y me sobra espacio. Y seguro que puede pasar el rato repasando mi librería.

-¿Y dónde está eso? –Preguntó Escobar sin dejar de mirar la carretera.

-En la calle Eusebio Estada, frente al parque de las Estaciones –respondió el policía mientras introducía la dirección en el GPS del vehículo- Es una finca antigua de tres plantas restaurada.

Vázquez cogió la radio del vehículo.

-Peón ocho a Reina Negra, ¿cómo está la zona del parque de las Estaciones y alrededores? –Preguntó a través de la radio.

-Peón ocho, las calles laterales están relativamente vacías –respondió una voz al otro lado- Pero el parque en sí está repleto de esas cosas. Hay órdenes de no entrar en él.

-Recibido reina –respondió Vázquez- El parque está descartado. Seguimos la patrulla, corto.

-Pues a casa del poli entonces –dijo Escobar mientras seguía las instrucciones del GPS y trataba de no llamar la atención de los zombis que comenzaban a aparecer por las aceras.

Jornada 7. De policías y militares (7)


Castillo y el sargento se sentaron en los asientos de detrás mientras miraban a través de las ventanas del humvee sin creerse lo que estaba pasando. El vehículo iba avanzando por la carretera de Valldemossa rumbo a la parte más poblada de la ciudad… en teoría.

Después de la primera plaga, el gobierno había tratado de concentrar a la población en el centro de la ciudad abaratando los precios de las viviendas libres, la de la gente que no había sobrevivido. El casco antiguo había quedado en manos de los más ricos y los políticos, palacios antiguos de piedra que resultaban fácil de defender y aislar en el caso de que algo malo pasara. En la periferia apenas vivía gente. La mayoría se trataba de los ocupantes originales.

El motivo para concentrar a la gente también era económico. De esa manera los servicios esenciales de la ciudad no estaban desperdigados. No era necesario tener abiertos veinte supermercados con más pérdidas que beneficios cuando se podían concentrar en diez o menos, por ejemplo. Lo mismo pasaba con los centros de salud.

Y a pesar de todo había una excepción: Los alrededores de las bases militares. No todas las bases podían estar cerca de la ciudad, por motivos de seguridad entre otras cosas, y los edificios circundantes se habían ido ocupando por gente que simplemente no quería vivir en el centro y sentía más seguridad estando cerca de los militares. Aunque al final tampoco les había servido de nada debido a la desidia de los mandos.

La caravana de vehículos militares iba disminuyendo de número a medida que cada vehículo giraba en alguna calle rumbo a la zona que tenía asignada patrullar. Siempre con la orden de no matar ni interactuar con los zombis.

Vázquez volvió a girarse hacia su sargento y el policía que todavía no sabían qué estaba pasando.

-¿Alguna sugerencia a donde quieren ir? –Preguntó Vázquez pareciendo que estaba pasando el mejor rato de su vida.

-A ver Vázquez, no es que no se lo agradezca –comenzó a hablar el sargento- Pero, ¿qué demonios estás haciendo?

-Salvarle la vida mi sargento –le informó Vázquez cuya sonrisa parecía crecer con cada palabra- Y hacerle la vida miserable al teniente Ibáñez, por supuesto.

-¿Salvarme la vida? –Preguntó incrédulo el sargento- Coño, que ahora soy un fugitivo del ejército español. Me fusilarán si me cogen por tu culpa.

Vázquez no ocultó su extrañeza. ¿Sería posible que el cabrón del teniente no le hubiera dicho nada…?

-Mi sargento… el teniente Ibáñez ya había programado su ejecución –dijo Vázquez lentamente- Y la del policía. Sin juicios ni nada. Y al parecer el Estado Mayor no iba a impedírselo.

El sargento se quedó con la boca abierta y miró al policía que no sabía qué decir.