Al otro lado del teléfono se escuchó cómo se descolgaba otro teléfono y luego una voz femenina.
-¿Diga?
-Sí, hola –dijo Castillo algo nervioso- Disculpe las molestias, soy el inspector Castillo y estaba buscando al comisario Montejano. Tenía este número como el de su casa pero no sé si me he podido equivocar.
-Alejandro, querido –dijo la voz femenina al otro lado- gracias a Dios que estás vivo. ¿Cómo te encuentras? Que tiempos tan horribles. No sabes lo que me alegra de escuchar tu voz. Y dime, ¿a qué debo el placer de tu llamada?
-Estoy bien, señora, gracias –respondió Castillo, el único problema que tenía la mujer del comisario era su verborrea. Seguro que si se ponía a ello podría hacer que a un zombi le estallara el cerebro sólo de escucharla-Me alegro también de escuchar su voz y que se encuentre bien. ¿Podría hablar con su marido el comisario?
-Lo siento querido, pero no le he visto desde que se fue con nuestros nietos a la Cabalgata de Reyes. Aish, sólo de recordarlo… yo me había quedado en casa, ya que no me encontraba del todo bien, y mi querido marido se ofreció a llevar a nuestros nietos él solito. Y yo me puse a seguir la cabalgata por la tele. Fue horrible, Alejandro…
Castillo apartó el auricular de su oreja… el comisario muerto y la mujer que no dejaba de hablar a pesar de todo. Qué tenacidad tenía. El estómago se le encogió. El comisario era un buen hombre y le había tocado vivir en una época complicada y a pesar de ello había tratado de mantener sus principios sin dejarse influir por los políticos en la medida de lo posible. Y ahora estaba muerto.
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