Todos se quedaron en silencio sopesando las palabras de Vázquez que les acababa de poner la comida sobre la mesa y que no parecían afectarle dado que seguía comiendo tranquilamente robando del plato de todos.
-Eres un aguafiestas –dijo Escobar tratando de salvar su ración de las manos de su compañero- ¿Estás diciendo que nos matarán a todos?
-Cosas más raras se han visto –respondió Vázquez mientras se metía un trozo de tortilla en la boca- Recuerdo haber leído algo sobre una ciudad que redujeron a escombros durante la plaga.
-Eso fueron terroristas –respondió Castillo- Que creían que usando métodos extremos podrían salvar al resto de la humanidad. Aniquilar las grandes ciudades llenas de zombis para que la plaga no se extendiera.
-Y creo recordar que la persona a la que acusaron respondió que había sido el gobierno –Dijo Vázquez- Que habían estado practicando experimentos. ¿Te suena?
-Todo lo que estás diciendo son especulaciones y tonterías Vázquez –intervino el sargento- Acabaremos con los zombis cuando nos lo ordenen y la vida volverá a la normalidad, así ha sido siempre y así será siempre.
-Mientras eso ocurre, mi sargento, yo me llenaré el estómago que nunca se sabe si está será nuestra última cena –respondió Vázquez dando cuenta de su vaso de vino.
-¿Y qué planes tienen ahora mi sargento? –Preguntó Escobar.
El sargento giró la vista para mirar al policía.
-¿Pido asilo política en tu casa Castillo? –Preguntó el sargento.
-Por mí no hay problema, pero ¿y ellos? –Dijo señalando con la cabeza a los soldados.
-Nosotros volveremos a la base –respondió Vázquez- No se come mal. Aunque esté el puñetero teniente Ibáñez, pero creo que podré manejarlo.
-¿No sospecharán que nos habéis ayudado? –Preguntó algo preocupado Castillo.
-Me he cubierto las espaldas –respondió sonriendo Vázquez- No hay nada que me asocie con vuestra fuga. Además, si a los carceleros se les ocurre ir con sus sospechas al teniente se llevarán una desagradable sorpresa.
-Eso espero –dijo Escobar- No me gustaría acabar delante del pelotón de fusilamiento. Que al teniente se le ha ido la olla cosa mala.
-Si creen que les he drogado buscarán en las cervezas que les llevé –continuaba hablando Vázquez- Y no encontrarán nada. No se les ocurrirá buscar en el agua. Y aunque lo hagan… cambié los vasos, no tendrán ni rastro de narcóticos.
-Eres un genio maligno –señaló sonriendo Castillo.
-Es parte de mi encanto –respondió Vázquez- Además, en el cuartel está todo lo que conozco así que no tengo otro sitio al que llamar hogar.
-Querrás decir que están todos tus negocios ilegales –señaló el sargento.
-Alegales –dijo Vázquez- Nunca se ha podido demostrar nada. Y mientras siga vivo no se podrá demostrar.
-Bueno, no creo que para Ibáñez eso sea un problema –dijo algo sombrío Escobar.