Jornada 7. De policías y militares (15)


Vázquez tenía claro que debía desenfundar su pistola. ¿Pero cómo? Había usado el rifle de asalto para impedir que la joven no-muerta le alcanzara. Y temía que si dejaba de usar una de sus dos manos pudiera perder el agarre del arma.

Un disparo sonó casi en su oreja y lo que quedaba de la cabeza de la chica desapareció esparciendo trocitos de carne y cerebro por una amplia zona de la cocina. Vázquez se giró para quedarse mirando al sargento que acababa de llegar y de disparar su pistola.

-Joder casi me deja sordo –le dijo a modo de agradecimiento.

-El arma de un soldado es como su novia –le comenzó a recitar el sargento-, sino la cuida te fallará el día menos pensado.

No había acabado de decir eso cuando algo se agarró de su brazo tratando de tirarle para abajo. Era un niño que apenas tendría dos o tres años que trataba de morderle en el brazo y había ido a tratar de hacerlo en la codera, la protección que llevaba. De alguna manera había conseguido agarrarse con sus piernas al brazo del sargento y no parecía querer dejarle ir hasta haberle propinado un buen mordisco.

Mientras tanto Castillo trataba de encontrar un modo de ganar tiempo para poder coger el revólver que llevaba en su tobillo. Pero le estaba costando mantener al zombi alejado de manera que no le mordiera o le hiriera. Finalmente, tropezó contra la encimera y su tronco se quedó apoyándose sobre la misma mientras seguía tratando de esquivar el acoso del zombi. Al levantar la mirada un instante vio lo que necesitaba. Alzó el brazo libre y agarró una sartén que colgaba sobre el mueble y golpeó a la mujer no-muerta con la misma de forma violenta.

Al mismo tiempo usó sus piernas para impulsarla hacia atrás, momento que aprovechó para agacharse y coger el arma. Apuntó con una rapidez lograda por su entrenamiento a la zombi que ya volvía a abalanzarse sobre él y comenzó a apretar el gatillo hasta que dejaron de sonar las explosiones que impulsaban los proyectiles de plomo. El zombi había ido retrocediendo fruto de los impactos en su cabeza hasta quedarse apoyada contra una pared que había manchado completamente de sangre y restos de cerebro.

Castillo respiró aliviado y se giró para comprobar qué demonios era el escándalo que estaba escuchando a sus espaldas.