Unos minutos después todos los zombis tenían la cabeza destrozada y desde las ventanas la gente les aplaudía. Castillo rezaba para que los zombis del parque no aparecieran. Miró hacia las ventanas más con pena que otra cosa.
-Me temo damas y caballeros que esto no ha sido la norma –dijo Castillo todavía preocupado- Más bien la excepción. Todavía tendrán que seguir a recaudo en sus casas.
Los aplausos entonces se convirtieron en abucheos y gritos de indignación. Incluso una señora les arrojó agua con un cubo mientras les gritaba insultos indignos de una dama.
Castillo fue corriendo hacia la parte inferior de su casa para abrir la puerta del garaje y señaló a Escobar que condujera el humvee adentro mientras esquivaban las cosas que la gente comenzaba a tirarles. El sargento entró también en el garaje siguiendo a Castillo y Vázquez fue el último en entrar después de saludar efusivamente y teatralmente a la gente que miraba desde sus ventanas y despedirse de las mismas.
-Son simpáticos los vecinos –dijo Vázquez mientas cerraba la puerta del garaje- Lástima que no tengamos más tiempo. Creo que alguno quería mi autógrafo y todo. La fama. En fin, que le vamos a hacer. Oye Castillo, ¿no tendrás algo para comer? Esta batalla me ha abierto el apetito.
La fachada de la casa en la que vivía Castillo parecía dar a entender que era una antigua casa de principios del siglo XX de tres pisos. Pero un estudio más detallado dejaba claro que de esa antigua finca sólo quedaba el esqueleto. Las ventanas eran de doble cristal con un vacío interior que hacía que apenas pasara el ruido del exterior. Además, las persianas mallorquinas simulaban ser de madera pero eran de aluminio. El policía había invertido bastante dinero en reconstruir la casa y a la vez que conservaba su toque antiguo actualizarla a los tiempos modernos.
Las luces del garaje se encendieron automáticamente en cuánto la puerta comenzó a alzarse. Los militares entraron corriendo mientras Castillo cerraba la puerta rápidamente para ocultarse de los no-muertos.