-Sabía que algo de esto tenía que pasar –dijo Escobar mirando al grupo de zombis que había en la calle.
-No seas cenizo –le respondió Vázquez- sólo son unos zombis. Podemos con ellos.
-Por supuesto. Y entonces el otro grupo de zombis vendrá también –dijo señalando a otro grupo que había a la izquierda a lo lejos.
-Por no hablar de los que debe de haber en el parque –señaló Castillo- Escuchan los disparos vienen a investigar, porque todos sabemos que dónde hay ruidos hay cerebros, y ya tenemos una fiesta montada.
-Y no tenemos un tanque para pasarles por encima- añadió el sargento- Los experimentos con los humvee no han sido realmente muy exitosos.
Vázquez volvió a sonreír mientras encendía un cigarrillo ante la mirada de sorpresa y enfado del sargento.
-Confiad en el tito Vázquez –dijo mientras se recostaba en su asiento- Todo está calculado gracias al ejército español. El más preparado del mundo.
Castillo miró al sargento preguntándole con la mirada si ese tío era real. A lo que el sargento simplemente se encogió de hombros.
Vázquez señaló las cajas que había en la parte trasera del vehículo.
-Si quieren visores nocturnos los tenemos –comenzó a decir- Si quieren linternas las tenemos. Armaduras corporales, micros, miras telescópicas… y silenciadores por supuesto.
-Increíble –dijo el sargento mirando cómo se consumía el cigarrillo de Vázquez- Y nunca conseguí demostrar nada. No sé cómo lo haces Vázquez, pero es una lástima que no den medallas ni ascensos por cosas así porque serías general de cuatro estrellas y no habría sitio en este planeta para guardar las medallas.
-Que injusto es este mundo –dijo Vázquez que no dejaba de sonreír.