Jornada 7. De policías y militares (4)


Vázquez caminó con paso firme hacia el interior de la zona de las celdas. Dos soldados le siguieron con la mirada en cuando entró.

¿Qué quieres Vázquez? –Le preguntó uno en tono amenazador.

-Tranquilos –respondió en tono amable- No he venido a armar jaleo ni buscarme problemas.

Se acercó a ellos tratando de no mostrarse amenazador y con una sonrisa en el rostro.

-Sólo he venido para… despedirme del sargento –dijo bajando el tono de su voz como si estuviera intercambiando confidencias- Supongo que ya os han llegado las órdenes del teniente Ibáñez.

Los dos soldados asintieron pero siguieron mirando de mala manera a Vázquez.

-El caso es que en breve tengo que salir a patrullar por la ciudad –siguió hablando- y seguramente no estaré por aquí cuando se lleven a cabo las órdenes del teniente… o si volveré, que esos malditos zombis son peligrosos, joder.

-No podemos dejarte pasar –respondió el soldado- Han de permanecer incomunicados.

-Venga, venga, que sólo quiere despedirme –insistió- ¿Qué tenéis que temer del tito Vázquez?

A continuación asomó sus brazos que había llevado hasta ese momento ocultos detrás de sus espaldas. En cada mano llevaba una cerveza y las mostró a los soldados mientras las dejaba encima de una mesa.

-¿Esperas que te dejemos pasar por un par de cervezas? –Preguntó con voz incrédula el soldado.

-Sólo es un adelanto –respondió Vázquez- Hay un pack para cada uno esperándoos en vuestras taquillas.

Los dos soldados se quedaron mirándose durante unos segundos mientras Vázquez esperaba tranquilamente sin decir nada y mirando a su alrededor con aire distraído. Finalmente los soldados parecieron llegar a un entendimiento silencioso.

-Está bien, pero sólo un minuto –dijo el soldado tajante.

-Sin problemas –dijo Vázquez sonriendo- Por cierto… ¿puedo robaros un poco de agua? Tengo la boca seca.

Y señaló un depósito de agua que había en la estancia. El soldado asintió.

-Ya que estás tráenos agua a nosotros también –le pidió el soldado.

Vázquez asintió y se dirigió hacia el depósito cogiendo tres vasos y llenándolos uno a uno. Miró hacia los carceleros que estaban entretenidos mirando la televisión y sin que le vieran echó en los vasos una pequeña pastilla que en segundos había desaparecido mezclada con el agua.

Les entregó el agua y mientras bebía su vaso se dirigió hacia la celda en la que estaba encerrado el sargento y el policía. Abrió la compuerta para poder hablar con ellos.

-Mi sargento, soy el Vázquez, que en breve saldremos a patrullar por la ciudad y quería despedirme de usted… por si acaso –dijo en tono amistoso sabiendo que los otros soldados estarían escuchando.

-¿Vázquez? –Preguntó incrédulo el sargento- Joder, nunca me imagine que estaríamos teniendo esta conversación… contigo fuera de la celda y yo dentro.

-Ya le dije, mi sargento, que todo estaba en su imaginación –respondió Vázquez sonriendo- Y mire cómo hemos acabado. Yo saliendo en breve a patrullar y usted… bueno, la de vueltas que da la vida. Un día estamos aquí y al siguiente…

Movió las manos de forma teatral como para dar a entender algo que desaparecía en el aire. Y dándose por satisfecho salió del edificio despidiéndose del sargento y de los soldados que hacían guardia y que habían acabado de beberse el agua tirando los vasos a la papelera.