Vázquez estaba bostezando mientras paseaba por el patio de la base en busca de alguien que le pudiera dar un cigarrillo. Miró al fondo, donde los mecánicos estaban poniendo a punto los vehículos blindados y los todoterreno. Así que ése era el motivo por el que no podía dormir. Vio a lo lejos a su amigo Escobar, seguro que él tenía un cigarrillo.
Al llegar a su altura y antes de que pudiera decir nada Escobar ya había sacado un cigarrillo y se lo estaba pasando a Vázquez que sonrió, qué bien le conocía su amigo.
-¿Qué es todo este jaleo?-Preguntó Vázquez mientras señalaba con la cabeza a los mecánicos- Creía que las órdenes eran las de no armar jaleo.
-Al parecer eso ha cambiado –le respondió Escobar mientras le pasaba el mechero- Los rumores dicen que Ibáñez ya ha salido del hospital y tiene nuevas órdenes.
-Qué poco ha durado la paz –dijo Vázquez mientras comenzaba a paladear el cigarrillo- Me hubiera gustado estar cuando el policía ése le partió la cara.
-Conociendo a Ibáñez seguro que se la tiene jurada y le tiene preparado algo –dijo algo sombrío Escobar.
-Ese cabrón… Y encima se ha llevado por delante también al sargento –dijo Vázquez dándole otra calada a su cigarrillo- Con lo simpático que es el buen hombre, joder.
-Lo dices porque es uno de los pocos que todavía te habla –le señaló Escobar- Y hacía la vista gorda ante tus tonterías siempre que no afectara a la base.
-Él sabía que todo lo hacía para subir la moral de la base –respondió Vázquez que miró a la puerta de la base que se comenzaba a abrir.
Ambos siguieron con la vista el vehículo que entraba y aparcaba cerca de las oficinas de la base. Del mismo, bajó el teniente Ibáñez que todavía tenía muestras de los golpes que le había dado el policía. Se miraron sorprendidos y se acercaron con cautela tratando de no ser vistos ni notados.
El teniente estaba hablando con varios oficiales y un grupo de policías militares que se habían acercado al verle bajar del vehículo.
-Tengo nuevas órdenes del cuartel general –decía con ciertas dificultades el teniente al que le costaba hablar- Debemos patrullar la ciudad sin enfrentarnos a los zombis.
-¿Qué hay de los prisioneros? –Preguntó uno de los policías militares- ¿Debemos trasladarlos al cuartel general?
Ibáñez hizo algo parecido a una sonrisa antes de descubrir que le dolía demasiado el gesto.
-Serán ejecutados en breve –respondió fríamente- Fusilados en el patio para que sirvan de ejemplo.
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