Mara se quedó en silencio sin decir nada. No valía la pena alimentar el ego de aquel… hombre. Cualquier cosa que dijera serviría sólo para alegrarle el día.
-¿Nada que decir? –Dijo Doc acercándose todavía más a Mara- ¿Se te ha comido la lengua el gato? Antes eras mucho más habladora. Será la edad que está comenzando a afectarte.
Por toda respuesta Doc se encontró con el silencio de Mara que continuaba sin decir nada. Esperando su oportunidad. Estudiando sus opciones.
-Venga, venga, así no tiene gracia –dijo Doc casi suplicante y llegando a la altura de Mara- No te des por vencida. A lo mejor Dios te ama y hace algún milagro para contentar al sacerdote.
Mara viendo que apenas le separaba distancia con Doc se propulsó con sus pies hacia él y le hundió la boca en su pierna escuchando el grito de dolor que emitía y sintiendo una cierta sensación de triunfo. Notó cómo la sangre brotaba de la herida mientras hincaba más los dientes en la pierna.
Lo siguiente que notó fue un fuerte golpe en su cabeza propinado por un soldado con la culata de su arma. Después sólo le quedó la oscuridad.
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Hacía años que Doc no se sentía tan vivo, tan feliz, tan realizado. Su experimento en la ciudad era un completo éxito… para él claro. Y ahora tenía atrapada y sin posibilidad de escaparse a su más acérrima seguidora, una cazadora que no descansaba y cuyo objetivo en la vida era hacerle sentir miserable y tratar de matarle. Pero ahora… ahí estaba, vigilada por media docena de marines, prisionera, indefensa, y callada. Tal vez era lo único que le molestaba. Esa sensación de derrota que parecía haberle invadido. Eso no hacía gracia, convertía todo en una victoria pírrica.
Se acercó a ella estudiándola. Tratando de instigarla, de provocarla, de hacer que dijera algo y recuperara su espíritu guerrero; que se resistiera, que no se comportara como los demás mortales. Tenía que sufrir. Y si seguía así no tendría gracia nada de lo que tenía planeado hacerle.
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