Jornada 05. Cabalgata de muertos II (20)


Gerald pasó la mano suavemente por lo que fuera que había delante de ellos que les impedía pasar. Se paseó unos pasos hacia un lado, luego hacia el otro, retrocedió, siempre sin perder de vista lo que tenía delante.

-Que hijos de puta –dijo finalmente mirando a su alrededor . No me puedo creer lo que han hecho.

Se dio cuenta que durante el tiempo que había estado estudiando aquello no había escuchado el ruido de los disparos y los gritos de los más desafortunados. A veces era un peligro desconectar de la realidad de esa manera. Y a veces un alivio.

Jordi se acercó para comprobar de qué estaba hablando Gerald.

-¿A qué te refieres? –Preguntó mientras pasaba la mano por la superficie.

-Te lo explicaré mientras continuamos la marcha –dijo señalando la calle a la izquierda-. Debemos salir de aquí o esto será una ratonera llena de zombis.

-¿Cómo que mientras salimos de aquí? –Preguntó Jordi sorprendido-. ¿No íbamos a ir hacia el ayuntamiento?

-Te lo explicaré mientras vamos hacia las Avenidas –respondió Gerald-. No debemos quedarnos aquí parados. En cualquier momento los zombis de la Plaza Mayor pueden decidir venir hacia aquí.

Luego se agachó y abrió de nuevo su mochila. Sacó varias piezas y en menos de un minuto montó una escopeta y la cargó con un cargador en forma de tambor.

-¿Pero que tienes en esa maldita mochila? –Preguntó Jordi viendo cómo Gerald montaba la escopeta automática.

-Nunca salgas de casa…

… sin estar preparado para cualquier cosa.

Dijeron a dúo los sobrinos con cierto brillo en sus ojos.

-Nada importante, el portátil, cuerda, botiquín de primeros auxilios –comenzó a recitar Gerald-. Un cargador solar con manivela por si acaso, raciones de emergencia, una botella de agua. Y lo más importante, papel higiénico. Nunca sabes cuándo te va a dar un apretón.

Jordi indicó a uno de los suyos que fuera abriendo camino. El casco antiguo de la ciudad era muy traicionero. Los antiguos edificios se habían construido sin ninguna lógica ni siguiendo un plan. Eso hacía que pudieras estar dando vueltas horas sin poder salir de ese entramado. Además el espacio entre los edificios era agobiante, apenas dos metros entre fachada y fachada, que unido a la altura media de las casas, entre dos y tres pisos antiguos que eran casi diez metros o más daban una sensación de claustrofobia al más valiente. Por no contar lo mal iluminada que estaban esos corredores y las esquinas ciegas que hacían que cualquier cosa pudiera salir de una calle lateral sin previo aviso.

Y como Gerald había dicho, debían darse prisa o esas calles estarían atestadas de zombis enseguida. El problema era que no sabían cuantas calles más estarían bloqueadas como la que se habían encontrado.