Lo que Gerald se había temido estaba ocurriendo. La gente comenzaba a correr presa del miedo; la policía estaba desbordada y las personas que había en las escaleras asistían al espectáculo macabro sin moverse de su sitio con lo que su grupo no podía salir de donde estaban.
Podía ver los zombis a lo lejos llenando a lo ancho la calle, dividiendo a la gente en dos y comenzando su matanza. Además se daba la circunstancia de que al haber tantas personas en la calle los que se intentaban abrir paso a menudo tiraban al suelo a otros que acababan muertos y, ante la sorpresa de los presentes, muchos no tardaban apenas minutos en alzarse para cobrar su venganza más allá de la muerte con lo que los no-muertos se iban multiplicando rápidamente.
La policía intentaba controlar a la masa, pero era imposible; y los que trataban de enfrentarse a los zombis eran molestados por la gente corriendo no pudiendo disparar cómodamente. Y lo peor fue cuando la gente trató de meterse en los aparcamientos situados debajo de la Plaza Mayor. A pesar de saber que era una ratonera, la gente entraba buscando su coche para salir huyendo o buscando refugio, la policía trataba de impedirles la entrada pero no había manera de razonar con ellos.
En pocos minutos aquello se convirtió en un caos y la gente de las escaleras comenzó a ver a los zombis acercarse y se dio cuenta de que su vida corría peligro; eso unido a que la algunos grupos trataban de huir subiendo las escaleras hizo que de nuevo se diera la circunstancia de gente aplastada sin que la cordura imperara. Gerald cogió a sus sobrinos y les impidió ver cómo los más débiles eran aplastados. Mientras, su escolta se había puesto a modo de barrera delante de ellos impidiendo que la gente les aplastara; no era muy complicado dado que se habían retirado a una esquina lejos de las escaleras por las que la gente se llegaba a arrastrar.
Comenzaron a escucharse tiros cada vez de forma más frecuente y los miembros de la escolta quitaron el seguro de sus armas mientras comenzaban a eliminar a los primeros zombis que se formaban, que resultaban ser los aplastados por la masa.
Ni Gerald ni nadie de su grupo dijo nada al ver cómo muchos de los muertos se convertían en zombis en meros minutos. Daba igual. Eran un peligro y había que acabar con ellos como fuera. El informático cogió su teléfono móvil y se conectó a una red personal que había preparado hacía años al mismo estilo que las comunicaciones del grupo.
-Frank, soy Gerald, prepara el jet, en cuanto salga de este lío nos largamos de la isla –dijo al teléfono gritando para poderse escuchar entre el griterío que se estaba produciendo-. ¿Me has escuchado Frank?