Miró hacia la calle. Era una larga travesía con sólo dos carriles para el tráfico rodado por cada sentido; uno a cada lado de la calle, y en medio había un espacio denominable como una isla rectangular en la que los laterales eran ocupados por inmensos árboles y diversos kioscos que habitualmente vendían flores. Y comenzó a ver a más gente corriendo y señalando hacia lo que para él era el final de la calle. Los gritos comenzaban a escucharse por encima del griterío y el ruido de la Cabalgata y la gente giraba sus cabezas para ver qué estaba pasando.
Se les acababa el tiempo, pero no podían subir las escaleras. Estaban llenas de gente. Y en cualquier momento podían aparecer zombis por encima de ellos o por alguna calle lateral de la Vía Roma. Suspiró y se agachó junto a sus sobrinos mientras abría uno de los bolsillos de la mochila y sacaba sendas cajas pequeñas de madera.
-Bien chicos, quería esperar a mañana para daros el regalo pero… -hizo una pausa abriendo una de las cajas y mostrando su contenido-. Glock 39, munición del .45 especial para vosotros de parte de industrias GGG. ¿Recordáis lo que os enseñé?
-No apuntar a la gente que esté viva –dijeron al unísono-, y volarles la cabeza a los que estén muertos pero se muevan.
-Correcto -dijo Gerald sacando una de las pistolas de su caja que en sus manos parecía un arma de juguete por sus apenas 16 centímetros de longitud-. Hay una para cada uno, pero dado que no tenemos cargadores suficientes os recomiendo que uno dispare y el otro vaya rellenando los cargadores.
Mostró que en la mochila también había dos cajas de munición para las pistolas con el sello de su compañía mientras pensaba en lo que los padres de las criaturas pensarían si lo vieran. Situaciones desesperadas, soluciones desesperadas.
-Es munición anti-zombi –les explicó mientras los sobrinos asentían con los ojos bien abiertos-, así que tratad de disparar antes de que se acerquen ya que salpica. Y recordad: Ni una palabra de esto a vuestros padres.
Los sobrinos asintieron mientras cogían la pistola con cuidado y la examinaban asintiendo como si estuvieran dando su visto bueno. Gerald no pudo evitar sentirse orgulloso de su comportamiento, si sus padres supieran que en vacaciones les enseñaba a sobrevivir en su castillo con clases de tiro, defensa personal… y que les esperaban sendos ponies cuando salieran de la isla como regalo… Pero prefería que sus sobrinos estuvieran preparados a no que tuvieran que depender de sus padres… o de las autoridades.
Se levantó después de darles las cajas de munición, 100 balas en cada una de ellas. Sabía que no era suficiente si los zombis llegaban en masa, pero al menos esperaba que les diera una oportunidad para defenderse mientras salían de ahí.