Jornada 05. Cabalgata de muertos II (14)


-Es que tenemos que pasar al otro lado –dijo Gerald señalando a sus sobrinos.

-Ya, y yo quisiera estar en mi casa disfrutando del roscón de Reyes de mi madre –respondió el policía tratando de volver a poner en su sitio la valla que había movido Gerald para pasar-. Pero no puede ser, así que mala suerte.

-Pero es una cuestión de vida o muerte –insistió Gerald.

-Pues se espera a que acabe la Cabalgata o sigue calle abajo –dijo el policía señalando en la dirección por la que seguramente aparecerían los zombis-. Y cruza por ahí. Pero por aquí no cruza. Imagínese si dejásemos cruzar a todo el mundo. Esto sería un caos.

-Seguro que podemos arreglarlo de alguna manera –dijo Gerald sacando la cartera y dejando asomar un par de billetes de 5000 pesetas.

-¿Pero usted quién se cree que soy yo? –Se quejó amargamente el policía que parecía ofendido-. ¿Se cree que me puede comprar por esa miseria? Venga hombre, por lo que sé podrían ser terroristas, integristas ateos de esos que tratan de sabotear los actos religiosos.

-Pero si vamos armados –señaló Gerald a sus acompañantes-. Si fuéramos terroristas… trataríamos de pasar más desapercibidos, ¿no?

-Nunca se sabe con los integristas ateos –señaló el policía-. Pero da igual. Ustedes no pasan por aquí como que me llamo Zafra.

Gerald sacó un par más de billetes de 5000 pesetas y el policía contempló el dinero fijamente durante unos segundos. Luego miró a ambos lados, cogió los billetes rápidamente y dejó abierta la valla mientras se alejaba murmurando entre dientes.

-Ojos que no ven, corazón que no siente.

Gerald no dijo nada, cogió a sus sobrinos cada uno de una mano y se apresuró a pasar al otro lado ante la mirada de sorpresa de la gente y de los miembros de la cabalgata que tenían que detenerse para no chocar con esos exaltados armados. Por suerte al otro lado no había otro policía que impedirles el paso, pero la gente desde luego no se quedó callada y bastantes les dieron su opinión sobre lo que acababan de hacer.

A Gerald le entraban las quejas e insultos por un oído y le salían por el otro. Había escuchado a lo largo de su vida bastantes tonterías así que un par de frases de los locales no iban a molestarle demasiado. El grupo comenzó a subir las escaleras abriéndose paso entre la gente que se había quedado ahí para ver la cabalgata desde otra altura. Cuando iban por la mitad de las escaleras se tuvieron que parar ante la cantidad de gente que había bajando por las mismas en dirección a la Cabalgata. Era como tratar de nadar contracorriente. Complicado y cansado. ¿Conseguirían llegar antes de que los zombis diesen señales de vida? Gerald sonrió ante la ironía que se le acababa de pasar por la cabeza.