Jordi tragó saliva. No, no era una invención, ni una película, era la segunda plaga. Y tenía que sacar a sus clientes de ahí antes de que aquella masa de personas vivas que les rodeaba se convirtiera en una turba de muertos y todos acabaran igual o peor. Indicó mediante señales a sus compañeros que se largaban. Éstos habían estado escuchando por radio lo que estaba ocurriendo y asintieron seriamente.
Gerald no dejaba de observar la pantalla del ordenador. Maldita sea, esta vez le habían pillado con los pantalones quitados directamente. Y con sus sobrinos… Puso sus manos suavemente sobre los hombros de sus éstos y se agachó.
-Nos vamos –dijo suavemente-. Sin discusiones. Tal y como lo hemos hablado muchas veces.
Los sobrinos se quedaron mirando unos instantes más la Cabalgata. Luego miraron a Gerald alarmados. Su tío no solía usar ese tono de voz habitualmente… y vieron cómo sus guardaespaldas estaban tensos y no dejaban de mirar a todos lados.
-¿Qué sucede tío Gerald? –Preguntó uno de ellos con cara de preocupación.
-Me temo que nos han fastidiado la fiesta y estamos en el lugar menos indicado en el peor momento posible.
Los sobrinos se miraron entre sí.
-¿Zombis? –Preguntó el otro sobrino.
Gerald se llevó el dedo índice a la boca para indicarles que no dijeran nada. Si cundía el pánico su huida sería mucho más complicada. Luego se puso de pie y se acercó a Jordi.
-¿Cuál es el plan? –Preguntó mientras con sus manos atraía a sus sobrinos hacia él y los alejaba de la primera línea de espectadores.
-Lo ideal sería buscar una calle grande por la que podamos movernos deprisa y volver al hotel –dijo Jordi que estaba estudiando un mapa que había sacado uno de sus bolsillos-. Tal vez lo mejor sería subir las escaleras hacia la Plaza Mayor y luego bajar desde ahí hasta El huerto del rey.
Gerald estudió el mapa. Si iban hacia las Avenidas, había un par de calles que les permitirían salir corriendo, pero ellos estaban en medio del paseo llamado Vía Roma y había demasiada gente por esas calles. Además, los zombis no tardarían en bajar por Olmos, una cuesta que se encontraba al principio de la calle y comunicaba directamente con la misma. Tal vez podrían ir calle abajo, hacia el Born, una calle amplia, con una línea de árboles a cada lado. Pero tendrían que pasar entre mucha gente también. Y las escaleras… miró el ordenador. Los zombis habían llegado a la Plaza España y seguían extendiéndose por las calles vecinas. Debían irse ya.
-De acuerdo –dijo Gerald asintiendo-, probaremos suerte por las escaleras. Esperemos que mientras estamos subiendo los zombis no nos rodeen.
Poco a poco el grupo comenzó a abrirse camino entre la gente. Cada pocos segundos Gerald miraba la pantalla y el movimiento de los zombis. Por ahora les llevaban ventaja. Y la gente todavía no sabía que su muerte estaba cercana.
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