Para Castillo lo que pasó a continuación pareció suceder a cámara lenta. Cuando el capitán había acabado de contar se dio cuenta de que no había más tiempo para hablar y se abalanzó sobre el novato para derribarle y quitarle la escopeta pero dos policías militares que parecían haber estado vigilándole esperando que hiciera algo se abalanzaron sobre él placándole y haciéndole caer al suelo.
Levantó la cabeza para ver cómo el novato se giraba para saber qué estaba pasando y cómo de repente su cabeza se inclinaba hacia un lado y, a continuación, el resto de su cuerpo se alzaba brevemente del suelo. Mientras el cuerpo comenzaba a caer el rostro de sorpresa del novato desaparecía junto al resto de la cara que parecía abrirse violentamente cómo si de un melón se tratara y expulsaba trozos de su cabeza por la parte delantera del casco.
Cuando cayó al suelo no quedaba ni rastro del rostro del novato y sólo quedaba una amalgama de carne, sangre y materia gris de su cerebro que había sido pulverizado y que ahora se iba derramando sobre el suelo lentamente.
El capitán Ibáñez miró el macabro espectáculo con admiración mientras asentía satisfecho. Una bala explosiva había entrado por el lateral del casco antidisturbios del policía para destrozarle la cabeza desde dentro. Si no había sido más sangriento era justamente porque el casco había impedido que los trozos de la cabeza se separaran.
Castillo se puso en pie agarrado de cada brazo por un policía militar mirando el cadáver del novato y la cara de satisfacción del capitán que no parecía estar afectado por haber dado la orden para matar a aquella persona ni por la cara completamente destrozada que había quedado.
-Bien, otro asunto solucionado –dijo satisfecho el capitán mientras miraba a su alrededor sonriendo-. Buen trabajo a todos. A ver si ahora podemos recuperar la normalidad en el cuartel y tener una noche de Reyes tranquila. Que alguien deje el cadáver en la calzada. Para que esos niñatos maleducados abraza zombis sepan cómo se las gasta el ejército español con sus enemigos… y mira, si son zombis así calmaremos su hambre.
Al escuchar esa orden Castillo no pudo aguantar más. Con un movimiento brusco de sus brazos, que tomó por sorpresa a los policías militares que parecían haberse relajado, hizo que ambos chocaran entre ellos. Sin dar tiempo a que nadie reaccionara se abalanzó sobre el capitán Ibáñez que parecía sorprendido. Echó para atrás su brazo derecho, armándolo y golpeó con toda su fuerza el estómago del militar con su puño derecho cerrado mientras con su brazo izquierdo dibujaba un arco de arriba abajo que acabó impactando con la nariz del capitán.
Castillo escuchó con cierta satisfacción el ruido de huesos rotos. Se quedó quieto viendo como el capitán caía inconsciente al suelo con el rostro manchado de sangre.