Se giró rápidamente creyendo que algún zombi se había acercado sin él notarlo. Pero era algo peor. Se trataba del capitán Ibáñez, recién llegado de Dios sabía dónde.
-¿Qué está sucediendo aquí, sargento? –Preguntó el oficial irritado al ver toda la actividad que había en la base sin que él hubiera dado permiso.
-Tenemos un código negro entre manos –le informó el sargento mientras le pasaba los prismáticos y señalaba al final de la calle.
El capitán Ibáñez cogió los prismáticos y miró con ellos hacia la dirección en la que señalaba el sargento. Durante unos segundos no dijo nada haciéndose a la idea de lo que estaba viendo.
-Sí, parecen zombis –dijo finalmente devolviendo los prismáticos al sargento-. Y parecen muchos. De acuerdo, asumo el mando. ¿Cuál es el plan?
El sargento le pasó a explicar la táctica que había diseñado mientras el capitán asentía. En medio de una frase señaló el teléfono móvil.
-Es el estado mayor –dijo el sargento dudando-. Se niegan a creer que tenemos un grupo numeroso de zombis entre manos.
-Eso es ridículo –dijo el capitán agarrando el teléfono- ¿Hola? Soy el capitán Ibáñez, perdón por el retraso pero estaba coordinando el despliegue de las tropas.
-Por fin un oficial –dijo el general al otro lado del teléfono-. Escuche bien, sus órdenes son dejar que la marcha zombi transcurra sin interferencias. No debe tratar de detenerles. Ni llamar su atención.
-Señor, no sé qué informes está manejando usted –le dijo el capitán Ibáñez con tono diplomático-, pero lo que se está desarrollando no es una marcha zombi, señor. Es un código negro en toda regla.
-¿También usted? –Preguntó el general con tono irritado en su voz-. ¿Es que nadie sabe en esta puta isla lo que es una orden directa y la cadena de mando?
-Señor, no me he negado a obedecer sus órdenes –le contradijo el capitán con tono amable-, simplemente le estoy diciendo que lo que tenemos entre manos no es un grupo de frikis sino un grupo de muertos vivientes.
-Da igual lo que usted crea –dijo el general alzando la voz-, las órdenes son las órdenes y punto. La tropa no debe enfrentarse a ese grupo. Y no debe llamar su atención. Debe dejar que las cosas transcurran con total normalidad. ¿Me he explicado?
-Cristalinamente –respondió el capitán Ibáñez-. Pero creía mi deber informarle de la situación que aquí se estaba desarrollando que está en contradicción con sus informes.
-Si en algo aprecia su carrera y tiene esperanzas de llegar a algo más en el escalafón le aconsejo que siga las órdenes –le amenazó el general.
-Sin ningún problema general –respondió el capitán casi cuadrándose delante del teléfono-, se cumplirán sus órdenes sin más dilación.
El general pareció contentarse con la respuesta y colgó. El capitán le pasó el teléfono al sargento que se le quedó mirando. Sin decir nada Ibáñez se dirigió hacia la entrada de la base militar.
-¿Y bien, capitán? –Preguntó el sargento.
-Ya ha escuchado –dijo el capitán-. Ordene que cese toda actividad activa en la base.
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Que tal rosquete ese capitán Ibañez.